El detrás de cámaras de uno de los realizadores de cine católico más conocido.
En 2008, Juan Manuel Cotelo puso a andar Infinito+1, una productora audiovisual que a través de distintos géneros ―desde el documental y la ficción, pasando por los biopics y las entrevistas― busca llevar a cabo una misión que precede a la propia productora y es un mandato de Cristo para toda la Iglesia: “Vayan por el mundo y anuncien la buena noticia”.
Con la excusa de presentar Hagan Lío, la última serie de la productora, nace este diálogo de Juan Manuel con Entre Todos.
Para comenzar una pregunta simple, ¿quién es Juan Manuel Cotelo?
Bien simple (risas). Soy uno más, una persona, que no es poca cosa, porque el don de la vida es el más grande. En mi caso soy un madrileño de cincuenta y siete años. Vivo en Valencia, estoy casado y tengo tres hijas. Profesionalmente soy un contador de historias, este ha sido mi trabajo desde que tengo veintiún años, siempre en el mundo audiovisual (televisión, cine, publicidad, algo de teatro).
Pero tu trabajo no se desarrollaba contando historias de fe, ¿cómo surgió la idea de Infinito+1?
Nació como una idea estúpida, que en ese momento no tenía ningún sentido. Lo comparo con un proceso de enamoramiento, que al principio te asusta ―porque no has tenido la intención de enamorarte, pero sucede― y empiezan las dudas internas, de qué si esto es para mí, si me estoy equivocando, si es o no la persona adecuada, es muy parecido a lo que me pasó.
En la cabeza me brotó una idea que se sintetizaba en tres palabras: «Habla de mí», como si Dios me estuviese pidiendo que hablara de él. No encajaba en mi vida y por eso rechacé este plan absurdo durante bastante tiempo. Hasta que se convirtió en una especie de obsesión y entonces le di lugar.
Y es así que descubrí que cuanto más me alejaba de esa idea, menos paz tenía. Y cuanto más me acercaba a la idea de hablar de Dios, más paz tenía; a pesar de que no me apetecía, no era mi plan.
Lo cierto es que el transcurso del tiempo ha sido una confirmación tras otra de que era una invitación de Dios. Es que esto de ser misionero, de ser apóstol, es una invitación del Cielo, es un privilegio, que no lo veía como tal y por eso lo rechazaba, pero con los años pienso que me tocó la lotería.
No existe privilegio mayor que anunciar la mejor noticia: nuestra redención , nuestra salvación, esa noticia es inmejorable. Es la ocupación más bonita que puedes tener. Hoy no concibo mi vida sin esto.
Las producciones surcan por distintos géneros narrativos, ¿qué tienen en común entonces?
La primera característica es que hablamos de la acción de Dios en el mundo de hoy. Esta decisión la tomé con mucha calma, cuando pensaba sobre lo que íbamos a mostrar y a quiénes. Eso es fácil de descubrir y mostrar cuando ves la vida de las personas. Esas personas que pueden hablar sobre cómo la presencia de Dios cambió sus vidas, y descubrir en estas experiencias una transformación para bien.
A veces es con formato de documental, a veces de ficción, otras un capítulo de YouTube, otra una entrevista. Pero siempre el objetivo es contar qué está haciendo Dios hoy en las personas. Se busca algo así como provocar en el público una sana envidia; que la persona que está viendo diga: “yo también quiero que me pase eso”.
¿Qué ha cambiado en las producciones en los dieciséis años de Infinito+1?
Más allá de los cambios formales, creo que el gran cambio es que el equipo ha crecido, descubrir en todo este tiempo que uno no está solo —mi gran miedo al comenzar este camino—, que el Señor va sumando a muchísimas personas y va formando equipo.
El gran cambio es el trabajo en equipo, una cantidad de gente que dice: «Yo quiero compartir la buena nueva de Jesucristo a través de los medios audiovisuales». Es una relación de cariño y afecto muy verdadero; no porque nos conozcamos, sino porque sí, porque es algo muy de la Iglesia este afecto mutuo con el otro. Esto para mí era algo nuevo, que yo no había vivido anteriormente, y que hoy celebro por todo lo alto.
Hacer material audiovisual de calidad tiene un costo económico importante, ¿cómo se financian las producciones?
Esto también es de la Providencia. Me llama una persona desde Barcelona, me cuenta de su conversión y me dice que trabaja en una plataforma de crowdfunding, que se trata de financiamiento de proyectos con la colaboración de personas a través de internet. Y a mí no me gustó. Porque, en primer lugar, no me gusta hablar de dinero. Segundo, no me gusta contar con dinero que no tengo, sobre todo porque hacer películas es caro y tengo que salir diciendo que necesito veinte mil, doscientos mil o un millón de euros. Y tercero, una campaña de crowdfunding siempre tiene un cronómetro puesto, y yo ahí decía: «¿qué pasa si no conseguimos el objetivo?». Yo la iba a seguir, tomara el tiempo que tomara.
Y el día anterior, mi director espiritual me había dicho una frase: “Confía en la gente. Tu fe en Dios se mide en tu fe en la gente”. Una frase similar me la dijo esta persona en el momento que le planteé mis pruritos. En ese momento le dije que lo íbamos a hacer. Yo llevaba cuatro años sin conseguir dinero para hacer una película sobre el perdón, llamando y tocando muchas puertas, y no podía.
Antes de comenzar la primera campaña estuvimos treinta días rezándole a san José y luego la lanzamos. Y cuarenta días después teníamos todo el dinero. Aprendí que puedes confiar en la gente; es más, no te queda más opción que confiar en las personas, que allí se manifiesta la Providencia. Muchas personas se han querido sumar desde entonces.
Es algo sagrado, es un voto de confianza muy grande y no lo están haciendo para ver ellos un producto, sino para que otros lo vean; sino pagarían su entrada y ya. Lo hacen para sumarse a esta movida.
Un mendigo en México me dio veinte pesos, pero… ¿qué valor tienen esos 20 pesos?, exceden el nominal sin duda, se podría decir que son invalorables.
¿Cómo le llegan a la gente las distintas historias que has querido narrar?
En estos años los prejuicios han ido cayendo uno tras otro. Nuestros propios prejuicios y miedos se han ido derrumbando. Creo que si se hubiese hecho un estudio de mercado para buscar el perfil de las personas a las que deberían ir dirigidas estas producciones, no habrían coincidido con nuestro público real.
Con una visión puramente terrena, sin fe, podríamos haber dicho perfectamente a quién le va a interesar los temas del perdón, la Virgen María, la redención. ¿Cómo les iba a interesar si en muchos casos esas personas que veían nuestras producciones eran ateas?
El descubrimiento maravilloso es que el Evangelio no es para un nicho de mercado, no es para un perfil determinado; es para todos. Los límites muchas veces los ponemos nosotros. Ya lo dice en el Evangelio de san Marcos, que los fariseos decían de Jesús: «¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores?».
Cuando se lanza una nueva producción y nos llegan mensajes del estilo de «la película me ayudó», eso significa una gran alegría para nosotros. Que digan «vi la película, iba a abortar y no aborté», o «aborté y necesitaba ayuda», «yo descubrí la llamada al sacerdocio», o «hace veinte años que no me reconciliaba», para nosotros es una reafirmación de nuestra misión.
Esto es reconfortante, que no sepamos a quién le puede llegar, pero la acción de Dios hace que esto ayude. Hay tanta gente hambrienta de sentido, que dices ‘cómo no lo vamos a contar’. Es aquello de san Pablo: «Me hago todo para todos, para ganar aunque sea a uno».
En esta dinámica es que nace «Hagan lío». ¿De dónde y cómo surge la idea?
La culpa la tiene Francisco con aquella frase en Río de Janeiro, y que además explicó. Salir de la zona de confort, no balconear la vida; en definitiva un lío que nos traiga fe y esperanza. Pero yo no lo había podido concretar.
Sin embargo, un día, leyendo el Evangelio encuentro la cita de Lucas: «Nadie enciende una lámpara para esconderla, o para ponerla debajo de un cajón. Todo lo contrario: se pone en un lugar alto, para que alumbre a todos los que entran en la casa”.
Entonces pensé: «hay que hacer que las obras brillen, que se vean». Combatir esa falsa humildad que dice: «Ah no, no, que nadie sepa nada». ¡Cómo que nadie sepa nada! Vamos a contar no para nuestra vanagloria, sino para gloria de Dios. Que esto que se cuenta en estos capítulos de la serie está pasando, es obra de Dios, y tengo la dicha de verlo, de conocerlo y contártelo.
Parece que la Iglesia se ha convertido en la escupidera del mundo, que todo el mundo se siente con derecho a escupirle encima. Entonces dices: «está bien que sean tan puntillosos al marcar nuestros errores… pero, ¿algo bueno tendremos, no?». En los medios masivos lo que encontramos es una caricatura de la Iglesia, no la realidad.
En definitiva, contemos los líos hermosos, maravillosos, que los cristianos hacen en el mundo y con los que dan gloria a Dios. También para que lo veamos nosotros mismos y nos impulsen a hacer lío.
Por: Camilo Genta
Redacción Entre Todos