Uno de los pensadores y escritores cristianos más influyentes del siglo XIX. Escribe Miguel Pastorino.
John Henry Newman (1801-1890) es reconocido como uno de los pensadores y escritores cristianos más influyentes del siglo XIX. Su vida estuvo marcada por una profunda búsqueda de la verdad, que lo condujo desde sus orígenes en el anglicanismo hasta su conversión al catolicismo en 1845. De ese itinerario vital surgieron obras que han dejado una huella duradera en la teología, la filosofía y la educación. Destacan especialmente sus reflexiones sobre la relación entre fe y razón, su presentación del cristianismo a la cultura no creyente y su visión de la universidad. Su influencia alcanzó a numerosos teólogos del siglo XX, entre ellos a Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), quien lo citó frecuentemente en conferencias, homilías y libros.
Nacido en Londres en 1801, sus primeros años de formación estuvieron marcados por el evangelismo, una corriente religiosa de carácter sencillo pero decisivo en sus convicciones iniciales. En 1817 ingresó en la Universidad de Oxford, primero en Trinity College y luego, en 1822, fue nombrado fellow de Oriel College, uno de los cargos más prestigiosos de la institución. Ordenado presbítero anglicano en 1825, asumió responsabilidades como tutor en Oriel y párroco de la iglesia universitaria de Santa María en Oxford. Sus sermones pronto adquirieron notoriedad por su densidad doctrinal y profundidad intelectual.
En 1833, Newman se convirtió en una figura central del Movimiento de Oxford, que procuraba renovar la Iglesia de Inglaterra rescatando sus raíces católicas. Sus publicaciones suscitaron gran controversia y lo alejaron progresivamente del anglicanismo. Las críticas a sus escritos llevaron al obispo de Oxford a suspender la publicación de los tratados, y en 1841 fue condenado por el Consejo Hebdomadal de la Universidad de Oxford. Rechazado por 42 obispos anglicanos, renunció a sus cargos y fue acogido por los pasionistas.
La correspondencia mantenida con el sacerdote irlandés Charles Russell resultó clave en su camino hacia la Iglesia católica. En 1847 fue ordenado sacerdote en Roma y, de regreso en Inglaterra, fundó el Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham. Continuó escribiendo y sirviendo a la comunidad hasta que, en 1879, el papa León XIII lo creó cardenal. Falleció en 1890, un año después de recibir la púrpura cardenalicia. Fue beatificado por Benedicto XVI en 2010 y canonizado por el papa Francisco en octubre de 2019. En agosto de este año, el papa León XIV anunció su próxima proclamación como doctor de la Iglesia.
Sus principales escritos se centraron en la relación entre fe y razón, la importancia de la conciencia, el desarrollo doctrinal de la Iglesia, y la formación integral en la universidad. Newman abogó por una razón que considere la historicidad y la personalidad del conocimiento, la conciencia como una voz interior de Dios, y un desarrollo doctrinal que sea orgánico y coherente con la tradición. Además, defendió la idea de una universidad que forme ciudadanos completos, con habilidades tanto intelectuales como morales.
Fe y razón: una profunda armonía
La relación entre fe y razón fue el eje vertebrador del pensamiento de Newman. Ya en sus Sermones Universitarios (1826-1843) y, más tarde, en su obra madura Ensayo para contribuir a una Gramática del Asentimiento (1870), abordó esta cuestión con profundidad y originalidad. Newman criticó la apologética de su tiempo, que pretendía demostrar la fe mediante pruebas lógicas de tipo matemático, por considerar que no reflejaba cómo los seres humanos realmente llegan a creer. Sostenía que la fe es un acto intelectual, pero condicionado por el estado moral del sujeto. Subrayó el papel central de la conciencia como «la voz de Dios en el alma», capaz de hacer experimentar una responsabilidad que trasciende la utilidad inmediata.
Introdujo el concepto de “razón implícita” o “sentido ilativo” para describir el razonamiento personal, muchas veces inconsciente, que conduce a la certeza en asuntos complejos, como la fe religiosa. Este sentido ilativo permite a la mente humana juzgar y asentir a verdades concretas, especialmente en el ámbito religioso y moral, donde la lógica formal resulta insuficiente. Opera como un principio que integra probabilidades convergentes y evidencias implícitas, generando una certeza racionalmente válida aunque no completamente demostrable por vía científica.
Otra de sus contribuciones clave fue su doctrina sobre el desarrollo del dogma, que le permitió comprender cómo la fe conserva su identidad a lo largo de la historia. Newman afirmaba que «vivir es cambiar, y ser perfecto es haber cambiado con frecuencia», subrayando que el crecimiento doctrinal no implica traición sino maduración de la verdad revelada.
La idea de la universidad
La misión de la universidad fue otro de los temas centrales de su pensamiento, especialmente durante su rectorado en la Universidad Católica de Irlanda (1851-1858). Sus conferencias y ensayos, reunidos bajo el título La idea de una Universidad, son una referencia fundamental en la reflexión sobre la educación superior. Newman defendía una educación liberal —en sentido clásico— que cultivara integralmente el intelecto, no restringida a la especialización, sino abierta a la interconexión de todos los saberes. Consideraba que la universidad debía ser “el territorio mismo de todo el saber”.
Sostenía que entre las disciplinas debía reinar un respeto mutuo, rechazando todo antagonismo entre filosofía, teología y ciencias. Aunque consciente del impacto creciente del racionalismo y de las nuevas teorías científicas, no vio en ellas una amenaza para la fe. Insistía en que una universidad católica no debía reducirse a un seminario, sino incluir todas las ramas del conocimiento, incluyendo las ciencias y las tecnologías emergentes.
Destacó el valor de las artes liberales y los estudios humanísticos —filosofía, historia, literatura— como el “mejor medio para cultivar el intelecto y la mejor garantía del progreso intelectual”. Según Newman, estos estudios fortalecen y enriquecen las facultades mentales de un modo que las ciencias experimentales, por sí solas, no pueden lograr.
Si bien valoraba la razón y el método científico, era crítico del racionalismo unilateral y del cientificismo que pretendían reducir todo conocimiento a lo empíricamente demostrable. Afirmaba que “la lógica formal es demasiado simple y exacta para medir los hechos concretos” y que la mente humana razona también de formas más implícitas e intuitivas. A su juicio, la ciencia, al centrarse únicamente en lo positivo, corre el riesgo de “reducir el ámbito de nuestro conocimiento”.
Veía la filosofía no como un sistema cerrado, sino como una búsqueda de la verdad que integra lo lógico, lo existencial, lo concreto y lo personal. Defendió la libertad académica en el seno de la universidad confesional, y consideraba que la apertura a una “verdad superior” actúa como estímulo para la búsqueda de la verdad esencial. Señaló que, históricamente, la Iglesia no reprimió la investigación filosófica o científica, sino que usó “el arma del argumento” incluso frente a corrientes desafiantes como el aristotelismo medieval.
El primado de la conciencia
Una aportación fundamental de su pensamiento es su doctrina sobre la conciencia, que es el fundamento de su antropología. Según Ratzinger esta doctrina de Newman fue la base del personalismo teológico. Para Newman la conciencia es como un punto de encuentro entre Dios y el ser humano, y afirma que este encuentro constituye la esencia del cristiano. El verdadero cristiano es quien “tiene fe en Dios hasta el punto de vivir en el pensamiento de esta presencia en él —presencia en el fondo de su corazón, o en su conciencia—…”. La doctrina de Newman de la conciencia no se inscribe en filosofías subjetivistas modernas, sino en la tradición de san Agustín y santo Tomás de Aquino: “Nunca está permitido actuar contra nuestra conciencia”. Este principio de la tradición, lo considera Newman un imperativo común entre católicos y protestantes.
Legado y actualidad
Newman supo integrar distintas dimensiones de la vida humana y de la experiencia cristiana. Su existencia, marcada por una incansable búsqueda de la verdad, culminó en una comprensión profunda de la fe como acto razonable, enraizado en la conciencia y abierto al desarrollo histórico. Su pensamiento filosófico abrió nuevas vías para comprender el conocimiento religioso y conserva plena vigencia en la actualidad. Demostró que fe y razón no se excluyen, sino que se complementan en el camino hacia la verdad.
Newman es recordado no solo por su brillantez intelectual, sino también por el testimonio de una vida en la que el pensamiento, la fe y la existencia se funden y se iluminan mutuamente.