Jesús salió a predicar el evangelio y uno de los modos privilegiados de anunciarlo eran las parábolas.
Por el P. Daniel Kerber. Publicado en la edición 501 del quincenario Entre Todos
Galilea, que era el territorio donde Jesús desarrolló su ministerio, estaba poblada por muchas aldeas. El historiador Flavio Josefo llega a enumerar hasta doscientas cuatro, sin embargo muchos estudiosos piensan que puede ser una exageración. De cualquier manera, los restos arqueológicos indican bastante más de cien pequeños poblados. Tenemos que tomar en cuenta que la extensión de Galilea era de unos cuatro mil quilómetros cuadrados, más o menos como el departamento de Canelones. Esta dinámica de tantos pequeños poblados en una extensión relativamente pequeña, hacía que la vida fuera una unión de trabajo de campo, pequeños agricultores, pastores con unas docenas de animales (por eso dice el texto que el buen pastor llama a sus ovejas por su nombre, porque de hecho era así, las conocía una por una (Jn 10,3), que vivían en sus aldeas y desde allí iban caminando hasta el campo donde trabajaban. En estas aldeas, también los artesanos como Jesús, desarrollaban su trabajo.
Marcos narra que Jesús salió a predicar el evangelio (Mc 1,14), y uno de los modos privilegiados de anunciarlo eran las parábolas. Estas reflejan con mucha frecuencia el mundo agrícola de la Galilea donde Jesús vivía y conocía bien, y donde desarrollaba su ministerio: la bien conocida parábola del sembrador (Mc 4,1-9; Mt 13,1-9; Lc 8,4-8).
“Aquel día yendo al mar
le hizo el pueblo tal asedio,
que no tuvo más rimedio
que embarcarse en un navío,
hablando de allí al gentío
con el agua de por medio.
“Salió un sembrador a echar
al voleo su semilla:
cayó parte en las orillas
y los tordos la comieron;
cayó parte en las gramillas,
que la augaron por entero.
“Parte en terreno piegroso
ande la tierra es arena,
pero, sin raíces apenas,
no soportó la sequía;
cayó parte en tierra güena
y rindió con lozanía.
“Como algunos se quedaron
sin que hubieran entendido,
le pidieron el sentido
que había en la comparancia,
y Jesús, a sus istancias,
les rimedió su pedido.
“Toda palabra de Dios
la semilla viene a ser;
la oye uno sin entender,
viene el diablo y se la quita;
la oye otro, pero el placer
de la vida la marchita.
“La oye uno con mucho gusto,
pero no dentra en verdá,
y en cualquier contrariedá
la deja por cobardía;
la oye otro con valentía y
le rinde en cantidá.
“La semilla de la fe
es el brote de la vida;
el cristiano que la cuida
lo tiene a Dios por cosecha,
pues la fe va dirigida
direta a Dios como flecha”.
[Los textos en verso están tomados de Amado Anzi SJ, El evangelio criollo, Ed. Patria Grande, Buenos Aires, 1976].
«Estas (las parábolas) reflejan con mucha frecuencia el mundo agrícola de la Galilea donde Jesús vivía y conocía bien…»
La parábola de la semilla que crece por sí sola (Mc 4,26-29), la de la semilla de mostaza (Mc 4,30-32; Mt 13,31-32; Lc 12,18-19); la imagen del pastor (Jn 10) o de la oveja perdida (Lc 15,1.7).
“Porque muchos pecadores
con el Señor también iban,
renegaban los Escribas
y Fariseos del templo,
pero Él les puso un ejemplo
que los dejó sin saliva.
“¿Quién de entre todos ustedes
que tenga unas cien ovejas
una tarde no las deja,
pa’ buscar por las quebradas
a una sola que se aleja
del corral de la majada?.
“¿Quién no se alegra en el alma
luego de haberla encontrado
y la agarra con cuidado,
cargando al hombro la oveja?
Y ¿quién después no festeja
la suerte de haberla hallado?
“Les doy palabra de honor,
que ansí pasará en el cielo;
habrá más gusto y consuelo
por un pecador contrito,
que por cien que en este suelo
no han cometido delito.
“Dios nunca quiere la muerte
del malo, sino que viva;
nuestra confianza se estriba
en la lialtá de su amor,
pero esige al pecador
dejar la senda nociva”.
Y hay otras muchas imágenes tomadas del mundo del campo y sus actividades. Sin embargo, Jesús no era un hombre de campo. Según los evangelios, habría nacido en Belén de Judá, y se había criado en Nazaret, en Galilea. Nazaret, en tiempos de Jesús, podría tener unas cuatrocientas o quinientas personas. Y Jesús no era un trabajador del campo, sino que era un tekton. La palabra tekton tiene como primera acepción la de “constructor”; de ahí viene el vocablo arquitecto (= jefe de constructores). También puede significar, como segunda acepción, “artesano”, sin especificar, y, en el ambiente de la época en la que este tipo de profesiones no estaba aún muy especializado, puede aplicarse lo mismo a un carpintero, que a un herrero o un cantero; incluso a un escultor, o artista. El conocido biblista Xavier Léon-Dufour dice: [La palabra carpintero] “traduce inexactamente el gr. Tekton, ya que los carpinteros apenas eran conocidos en Palestina. En este sentido amplio, el término griego designa un obrero o artesano que trabaja un material preexistente, de madera, de piedra o incluso de metal: un cantero, un albañil, un escultor…”. La construcción incluía el conocimiento tanto de la cantería y albañilería, como de la carpintería, con el manejo de la plomada y el nivel. Si partimos de esta base, pueden entenderse mejor ciertas comparaciones que aparecen en la predicación del Maestro, sacadas precisamente del oficio de la construcción (Lc 14,28-29 y especialmente Lc 6,47-49; par. Mt 7,24-27).
“El que escucha mis palabras
y las practica fielmente
es como el hombre prudente
que hizo el rancho sobre piegra,
y es difícil que lo aviente
ni la tormenta más negra.
“El que escucha mis palabras
y no les da cumplimiento
es como el hombre sin tiento
que hizo el rancho sobre arena
tan flojo que daba pena
cuando se lo voló el viento”.
Entonces, Jesús es un “constructor”, que se crio en Nazaret y que a los treinta años sale a predicar el Evangelio, la buena noticia para el pueblo de Israel. Cerca de la aldea de Nazaret, a unos cinco kilómetros al noroeste, se reconstruía en los años de la juventud de Jesús la ciudad de Séforis, que hacia el año 10 d. C., Herodes Antipas la hace capital de su tetrarquía. Esta ciudad, en pleno crecimiento, demandaba una gran cantidad de mano de obra, sobre todo en el área de la construcción, y es casi seguro que tanto Jesús como José, trabajaran allí, desplazándose cada día desde Nazaret hasta su lugar de trabajo. Tan importante llegó a ser Séforis, que se construyó allí un anfiteatro de estilo romano para quince mil personas.
Había también otra ciudad en Galilea, Tiberíades, fundada cerca del año 20 por Herodes Antipas, en honor del emperador romano Tiberio, a donde el rey traslada su capital después de Séforis.
Como veíamos, Séforis se encuentra a cinco quilómetros de Nazaret, y Tiberíades, a la orilla del mar de Galilea, que tomará el nombre de la ciudad y se llamará también lago de Tiberíades, se ubica a unos diez quilómetros a pie de Cafarnaún, que era el centro de las actividades de Jesús durante su ministerio público. Llama la atención que de estas dos ciudades más importantes de Galilea, Séforis no sea nunca nombrada en los evangelios ni en todo el Nuevo Testamento. Tan es así, que ni siquiera aparece en los mapas que con frecuencia acompañan las Biblias. Por otra parte, Tiberíades solamente aparece nombrada una vez en el evangelio de Juan (6,23), en un lugar como de pasada, diciendo que de allí habían venido las barcas cerca del lugar donde la multitud había comido pan después que el Señor había dado las gracias.
«…Jesús es un “constructor”, que se crio en Nazaret y que a los treinta años sale a predicar el Evangelio, la buena noticia para el pueblo de Israel».
Parece necesario también interpretar ese silencio. Jesús se habría pasado su juventud en Nazaret, muy probablemente trabajando junto con San José en la construcción de Séforis; y durante su vida pública, la capital de Galilea, Tiberíades, estaba a dos pasos del territorio que Jesús recorría con frecuencia. ¿Por qué este silencio? Siempre es difícil interpretar el silencio, sin embargo parece necesario tratar de decir algunas palabras.
Con la importancia que tenían estas dos ciudades en el tiempo de Jesús; las únicas dos ciudades propiamente dichas en el territorio de Galilea, no parece creíble pensar que el silencio de los evangelios sobre ellas sea casual. Y el hecho que no se nombre nunca a Jesús yendo a ellas tampoco parece una simple omisión de los evangelistas.
Las ciudades eran en tiempo de Jesús, el centro del poder, y el lugar donde vivían los ricos; muchos de ellos eran los propietarios de las tierras de labranza. Basta ver algunos de los pisos de mosaico de Séforis, como la llamada Mona Lisa de Galilea, para comprender el lujo en el que podían vivir, en comparación con la sencillez, y muchas veces estrechez, de la vida en las aldeas.
En su ministerio Jesús tuvo un gran enfrentamiento con los ricos:
“Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo! ¡Ay de ustedes los que ahora están saciados, porque sabrán lo que es pasar hambre! ¡Ay de ustedes los que ahora ríen, porque sabrán lo que es derramar lágrimas!” (Lc 6,25).
Este enfrentamiento podría ser una clave para comprender el silencio de los evangelios con respecto a estos lugares de lujo y de poder. Este silencio no es una concesión sino que es una denuncia.
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Enriquecedor artículo, el trabajo de San José y Jesús. La forma de expresión de El Evangelio Criollo, que nos hace sentir muy de cerca como pudo ser la forma en que Jesús se dirigió al hombre del medio rural. Muy interesante reflexión sobre la falta de mención de Séforis en los Evangelios y de la poca relevancia de Tiberíades. Para mejor comprensión, ¿El vocablo Tekton es el que es traducido como carpintero en las traducciones usuales de la Biblia? Desde ya muchas gracias.