Las referencias a la actividad cotidiana en las enseñanzas del Señor.
Jesús vino a mostrarnos quién es Dios Padre, y para hacerlo, usó las imágenes y realidades que la gente de su tiempo veía todos los días. El Maestro se crio en Nazaret, un pequeño pueblo de Galilea; en el primer siglo podría tener unas cuatrocientas personas. El llamado hijo de José, como era la costumbre, siguió la profesión de su padre, que era tekton, que hoy llamaríamos ‘constructor’. Este usaba los materiales que tenía a disposición, sobre todo la piedra; la madera era muy escasa y cara. De tekton viene la palabra arquitecto, que sería jefe de constructores. Sin embargo, la mayoría de las personas tenía un trabajo ligado al campo, ya sea en la agricultura, o en el cuidado del ganado, sobre todo de ovejas y cabras. Por eso Jesús, cuando enseña, se refiere con tanta frecuencia a las tareas de campo, la siembra: y de allí la parábola del sembrador (Mc 4,1-20), el crecimiento de la semilla, (Mc 4,26-32), las enseñanzas sobre el pastoreo (Lc 15,3-7; Jn 10,1-18), aunque también utiliza en su enseñanza tareas referidas a su propio trabajo, como cuando habla de la casa construida sobre cimientos de roca (Mt 7,24 s.).
Jesús no solo enseñó con parábolas referidas a la actividad propia de la gente de la época, sino que se identificó con esas mismas imágenes, para dar a entender la relación que tenía con los discípulos y con la gente. Por eso se vale de la imagen de la vid: “Yo soy la vid y mi Padre es el viñador, ustedes son las ramas…” (Jn 15,1.5); “yo soy el buen pastor” (Jn 10,11.14).
En estas imágenes se muestra sobre todo la relación que se da entre el Maestro y sus discípulos. En la imagen de la vid, la misma savia que corre por el tronco es la que alimenta las ramas, y el pastor no es pastor si no tiene ovejas.
Esta última imagen del pastor, era una figura muy querida en toda la tradición bíblica, porque Dios es el pastor de su pueblo (Is 40,11); el rey mesiánico, David, es también pastor (1Sam 16,10 ss.). La figura del pastor tiene un reflejo culminante en el conocidísimo Salmo 22: El Señor es mi Pastor.
El Señor es mi tropero
no sufriré la apretura,
porque en la verde llanura
Él me llevará a pastar,
y mi sed irá a calmar
al jagüel de su frescura.
Él me arrea por su huella
y en ello pone su honor,
yo no sentiré temor
aunque me encuentre perdido,
porque al sentir su silbido
se me alegra el corazón.
Él me invita a su churrasco
y me trata como amigo,
y aunque rabie mi enemigo
al verme en tal compañía,
Él me muestra cortesía
y me hace beber consigo.
Como gaviota al arado
me seguirá su bondá,
hasta el día en que vendrá
para llevarme a su estancia
a vivir en la abundancia
por toda la eternidad.
(Mamerto Menapace, Salmos Criollos).
Este salmo muestra la total confianza del salmista en Dios, y a través de él, la confianza del pueblo que lo reza. Comienza con una profesión de fe: el Señor es mi Pastor. En esa certeza se basan todas las afirmaciones que siguen: “no sufriré la apretura” como dice Mamerto Menapace, o como estamos más acostumbrados: “nada me puede faltar”.
¿Cuál habrá sido la experiencia del salmista y del pueblo que justamente, porque el Señor es el pastor, pueden confiarse plenamente, y saben que ‘nada’ les puede faltar? Incluso en las “cañadas oscuras” donde se encuentre perdido, no siente temor… Y sobre todo, cómo podemos leer también en la tradición del Antiguo Testamento la narración de Dios que pastorea, cuida, alimenta, recoge a sus ovejas y les venda sus heridas:
Viene como un pastor que cuida su rebaño;
levanta los corderos en sus brazos,
los lleva junto al pecho
y atiende con cuidado a las recién paridas. Is 40,11
El Salmo así leído es una invitación a la confianza radical, y al mismo tiempo se transforma en un desafío, porque tal vez nuestra confianza no esté tan segura.
También el profeta Ezequiel anuncia el cuidado que Dios tiene de su pueblo valiéndose de la figura del pastor y las ovejas:
Yo pondré a mis ovejas alrededor de mi monte santo, y las bendeciré;
les enviaré lluvias de bendición en el tiempo oportuno.
Los árboles del campo darán su fruto, la tierra dará sus cosechas,
y ellas vivirán tranquilas en su propia tierra.
Cuando yo libere a mi pueblo de quienes lo han esclavizado,
entonces reconocerán que yo soy el Señor.
(Ez 34,26 s.)
Esta imagen del pastor, tan querida por el pueblo de Israel, es retomada por el mismo Jesús, que ya no afirma que Dios es el pastor, sino que lo es él mismo:
Pues yo soy el güen pastor;
el güen pastor da su vida
por las ovejas que cuida,
pero aquel que es solo pión
solas las deja enseguida,
cuanto ve rondar al lion”.
“Como Yo conozco al Padre
y Él a Mí en forma pareja,
yo conozco a mis ovejas
como ellas también a Mí;
por eso les ofrecí
un redil que las proteja”.
“También tengo otras ovejas
que no son de mi corral;
y es preciso a cada cual
que las traiga a mi ramada,
hasta que haiga una majada
y un solo pastor final”.
Es Jesús el güen pastor
y nosotros su redil;
al lion, que lo ronda hostil,
Mandinga y los saltiadores
y es el pin cobarde y vil
todos los falsos pastores.
Debemos tener confianza
porque nos cuida el Señor;
pero al sentir un rumor
que no dentra por la puerta,
cuidado entonces y alerta,
porque es un falso pastor.
(Amado Anzi sj, El evangelio criollo)
Jesús es el Buen Pastor, y las dos veces que lo anuncia, complementa diciendo: “el Buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11.14 s.). Todo el cuidado de Dios sobre su “rebaño” que había anunciado el Antiguo Testamento, se realiza en Jesús que es el definitivo y único Buen Pastor. Y este cuidado lo muestra dando su vida por las ovejas. Porque Jesús da su vida por las ovejas, nosotros, su pueblo, su rebaño, tenemos vida. Nuestra vida es el fruto de la entrega de la vida del Buen Pastor, que sigue pastoreando a sus ovejas también a través de los pastores que nos regala en cada tiempo.
En el último diálogo de Jesús con Pedro en el evangelio de Juan (21,15 ss.), el Maestro le encomienda a Pedro, y en él a la Iglesia, que cuide a sus ovejas. Pero las tres veces que le pregunta, y Pedro responde que sí, Jesús afirma que las ovejas le pertenecen a él: son “mis ovejas” dice Jesús. Porque es un Pastor que nunca se desentiende del rebaño por el que dio la vida.