Don Jacinto Vera nació el 3 de julio de 1813, en medio del Océano Atlántico, en frente a las costas de Brasil, a bordo del barco que llevaba a sus padres Gerardo Vera y Josefa Durán y a sus tres hermanos: Francisco Antonio, Dionisio Antonio de los Dolores y María Teodora.
Su destino era la Banda Oriental -actual Uruguay- y viajaban desde las Islas Canarias. A la altura de la isla Santa Catarina (actual Florianópolis) Josefa dio a luz en altamar.
Allí permanecieron unos años hasta continuar su viaje hacia Maldonado. La parroquia de “Nuestra Señora del Destierro”, actual Catedral Metropolitana de Florianópolis, fue la que albergó el bautismo de Jacinto en tierras brasileñas el 2 de agosto, un mes después de su nacimiento. Allí permaneció unos años hasta continuar su viaje a Maldonado
Ya instalados en Maldonado, Jacinto pasó su niñez y juventud trabajando en el campo con los suyos en el rancho de don Pablo de León, lugar en el que su padre consiguió trabajo. Allí aprendió a ver la vida de la campaña y la de sus humildes moradores. Con sus primeros ahorros, la familia Vera compró una parcela de tierra cultivable en Toledo, Canelones.
Jacinto tomó su Primera Comunión en la capilla del Carmen. Su catequista fue su propia madre, acompañada de los padres franciscanos.
Fue entonces en 1832, a los 19 años de edad, que descubrió su vocación y decidió iniciar los estudios eclesiásticos. Su primer profesor fue el sacerdote don Lázaro Gadea, de la parroquia de Peñarol.
Debido a la falta de formación en Uruguay, debía trasladarse a Buenos Aires para estudiar. Pero antes debía prepararse.
Su primer profesor fue el sacerdote don Lázaro Gadea, de la parroquia de Peñarol. El joven Jacinto Vera iba a caballo una vez por semana durante diez meses desde Toledo. El P. Gadea, uno de los primeros constituyentes, le dictaba clases de gramática y latín.
Durante ese tiempo fue reclutado como soldado, fue licenciado por el Gral. Manuel Oribe para que pudiera continuar sus estudios sacerdotales.
En 1837, Jacinto ya preparado se trasladó a Buenos Aires para conseguir realizar su vocación en el colegio de los Jesuitas.
Cuatro años más tarde, en mayo de 1841 el obispo auxiliar Mons. Jose Mariano Escalada lo ordena sacerdote. Y el 6 de junio del mismo año, celebró su primera misa en la Iglesia de las Monjas Catalinas, con casi 28 años de edad..
Al volver a Uruguay, es nombrado como Teniente cura y luego párroco de la Villa de Guadalupe de Canelones durante 17 años.
Su trato con la gente era excepcional. En un Uruguay agitado políticamente, no realizó distinciones entre blancos y colorados durante la Guerra Grande. Era un sacerdote de todos y para todos. Todo lo compartía con los más pobres. Llegó a endeudarse $2000 por repartir limosna.
Tras la muerte de don Jose Benito Lamas en 1857, el Vicariato Apostólico quedó vacante. Hubo un gran apoyo popular hacia Jacinto y unos años más tarde, la Santa Sede le comunica a Jacinto su intención de que asuma el cargo. Luego de una resistencia gubernamental, finalmente el 14 de diciembre de 1859 don Jacinto Vera fue nombrado vicario apostólico del Uruguay.
El “Santo”, como muchos locales le llamaban, recorrió tres veces el nuevo y recóndito territorio uruguayo, llevando fe y esperanza a sus habitantes. Monseñor Vera defendió con mucha paz y firmeza los deberes del prelado católico y las vías para alcanzarlos.
Pero las relaciones entre el Gobierno y la Iglesia quedaron tensas. Así llegamos a 1860, donde un incidente, al parecer banal, motivó una corriente de leyes secularizadoras en nuestro país, impulsadas desde la masonería.
Diferentes incidentes y reclamos comenzaron a ser habituales, hasta que, el 7 de octubre de 1862, se confirmó que el gobierno destituyó al vicario y a su provisor, Victoriano Conde, y ambos recibieron orden de abandonar el país.
Se estableció en Buenos Aires, en el convento de San Francisco. Luego de 10 meses, en agosto de 1863, el Gobierno autorizó su regreso a Montevideo y, al otro día, el pueblo lo recibió con entusiasmo. Una multitud en el muelle se manifestó con alegría y lo acompañó hasta la catedral.
Un año después, cuando Venancio Flores puso cerco a la ciudad de Paysandú, Mons.Vera se instaló en la Isla de la Caridad, frente a la ciudad sitiada para atender a refugiados y heridos de ambos bandos. Allí se quedó Jacinto hasta la caída del sitio para acompañar a su gente.
A su vuelta, siguió reorganizando la Iglesia uruguaya desde la capital. Pudo obrar con entera libertad y continuó con la reorganización de su Vicariato. Años más tarde, fue consagrado Obispo de Megara en la Iglesia Matriz de Montevideo, el 16 de julio de 1865. A su vez, participó del Concilio Vaticano I en 1870.
Su valor personal fue inamovible: a pesar de que se atentó varias veces contra su vida, nunca admitió compañía para trasladarse. Además, durante la epidemia del cólera en 1869, el vicario organizó y brindó asistencia a la población de los barrios apartados de Montevideo de la época, como Paso Molino, Unión, Cordón, entre otros.
Durante la revolución de Timoteo Aparicio en 1870, Jacinto, junto a Juan Quevedo y Nicolás Zoa, se ofrecieron al Gobierno de Lorenzo Batlle, para mediar entre el Gobierno y el bando revolucionario y así cesar las hostilidades. El presidente y el jefe de la revolución aceptaron con grandes elogios la mediación del obispo. Sin embargo, otros actores gubernamentales fueron remisas a aceptar la mediación. la paz se logró un año después.
En 1879 forjó su logro más importante: ser padre de la Iglesia de Uruguay. Luego de realizar gestiones para que el vicariato pasara a ser una diócesis, el 15 de julio de 1878 el Papa León XIII firmó las Bulas en las que se establecía que la nueva Diócesis de Montevideo no era sufragánea de nadie y que su prelado dependerá de la Santa Sede.
Trabajó duro para difundir la palabra de Dios en el país:
- Promovió la educación, la formación humana con la creación de espacios de cultura como el Club Católico en 1875.
- Creó la prensa católica a través del periódico «El Mensajero del Pueblo».
- Fundó el seminario para la formación de los sacerdotes locales, el clero nacional.
- Promovió la llegada de numerosas congregaciones religiosas a nuestras tierras, para servir a nuestra gente (vascos, salesianos, salesianas, dominicas, vicentinas, capuchinos, entre otros).
Monseñor Vera falleció durante una misión que realizaba en la ciudad Pan de Azúcar del departamento de Maldonado, el 6 de mayo de 1881, a sus 67 años de vida.
Un accidente cerebrovascular terminó con la vida del “santo”, que entregó su alma al Señor a las 03:15 de la madrugada,
En su sepelio, un joven Juan Zorrilla de San Martín resumió el sentir de muchos: “(...) las lágrimas en este momento inundan mi alma y el alma del pueblo uruguayo, enlutado y consternado… ¡Padre! ¡Maestro! ¡Amigo! … Señores, hermanos, pueblo uruguayo: el santo ha muerto.”
Se realizó una suscripción popular para erigirle el monumento funerario donde reposan sus restos en la catedral de Montevideo. En poco tiempo se reunió el dinero necesario y el monumento se inauguró dos años desspués de su muerte. La consigna fue que todos pusieran lo mismo: un céntimo; para que así pobres y ricos pudieran participar del mismo modo.
Guió a la Iglesia de Uruguay en tiempos difíciles, llevó la frescura de vida y de gracia del Evangelio a todos sin distinción. Al final de sus días, Don Jacinto cosechó una admiración unánime de la sociedad de su época, aún de sus mismos adversarios, como quedó plasmado en los homenajes tributados a su muerte.
El 17 de diciembre de 2022, el papa Francisco aprobó un milagro obtenido por la intercesión del venerable Mons. Jacinto vera, lo que habilitó su beatificación.
El milagro reconocido por el santo padre, es la curación rápida, duradera y completa, de una niña de 14 años, llamada maría del Carmen Artagaveytia Usher. Luego de una operación de apendicitis sufrió una grave infección con fuertes dolores. Un tío de la niña, el Dr. Rafael Algorta Camusso, llevó una estampita de Mons. Vera, para que la familia rezara por la intercesión del siervo de Dios.
Esa misma noche cesaron los dolores, acabó la fiebre y la mañana siguiente la niña se encontraba completamente bien. la curación fue rápida y completa, científicamente inexplicable, comprabada por su padre —médico— y por el doctor García Lagos. María del Carmen Artagaveytia falleció en 2010, a los 89 años.
Su próxima beatificación nos impulsa a renovar nuestro impulso misionero y nuestro deseo de servir al país y a su gente.