Tres obras. Tres propuestas. Tres testimonios de la alegría de la Navidad. Por Giuliana Ferreira y Leandro Lia.
La preparación para recibir a Jesús es, sin dudas, un momento especial para las familias cristianas. No se trata únicamente de adornar nuestros hogares o de asistir a las celebraciones litúrgicas, sino de vivirlo en comunidad, tal como nos lo enseña el Señor.
Este tiempo nos invita a mirar con compasión a los más frágiles y necesitados, siguiendo el ejemplo de Cristo, que nos llama a ser instrumentos de amor en nuestros entornos.
¿Cómo se preparan para compartir la alegría de la Navidad en la olla del Hogar de Cristo, en la obra de la familia Vilar del Valle o en la propuesta Navidad y Esperanza?
Guiados por la providencia
Sábado al mediodía. Quienes transiten por las proximidades del colegio Seminario, en el Centro de Montevideo, escucharán con sorpresa música, risas y conversaciones. El ruido viene desde el interior del centro, pero no se trata de un encuentro de exalumnos ni una reunión de fin de cursos. Si alguien se aproxima al portón ubicado sobre Barrios Amorín, o el acceso sobre Soriano, encontrará un particular ambiente festivo.
A todos lados donde uno mira, ve rostros alegres. Hay personas de todas las edades bailando, jugando y esperando un plato de comida caliente. En su gran mayoría son personas en situación de calle, que sienten que la vida los dejó a un lado. Pero, para ellos… ¡Es un día de fiesta!
Desde su fundación en 2009, la olla Seminario se convirtió en mucho más que un lugar donde las personas sin hogar encuentran contención y alimento. Para quienes participan, tanto beneficiarios como voluntarios, este espacio de los sábados representa un refugio emocional, un motor de fe y una oportunidad para volver a empezar.
“Festejé mi cumpleaños acá, con el grupo. Desde entonces, todo cambió”, comparte Pedro, quien llegó a la olla en 2013. A lo largo de los años, encontró un espacio de transformación personal. Gracias al apoyo recibido, Pedro inició un proceso de rehabilitación por adicciones, terminó el ciclo básico de educación y consiguió un trabajo en una cooperativa social. “Acá encontré valores como el respeto y la empatía. He creado vínculos muy fuertes, me regalaron su amistad, y hoy yo puedo regalar este proceso de estar seis meses limpio. Me ayudaron a comenzar de nuevo. La olla es un lugar donde uno puede convertir los sueños en realidad”, complementa.

En la misma línea, Alejandro —otro de los beneficiarios y gran amigo de Pedro—, describe a la olla como su pilar emocional. “Aquí encontré una familia, siempre hay alguien que se preocupa por ti”, dice. Para él, la fe y el apoyo del grupo fueron fundamentales en su proceso. “La fe es lo que me da fuerzas. Sin fe no hay inspiración, ni proyectos, y aquí la fe se vive todos los días”, agrega.
Pero no todos tuvieron un comienzo sencillo dentro de la olla. En el caso de Roberto, estuvo casi dos años en los escalones del colegio Seminario. Muchas veces porque él mismo no quería avanzar más de allí, solo se acercaba a mirar. En otras ocasiones, porque su comportamiento no era el correcto para el resto del grupo.
“Hay que entender que uno venía de una vida dura. Me quedaba afuera, a veces para ver y otras veces para contar alguna cosa. Cuando llegaban esos días en los que no me dejaban pasar me enojaba, no lo entendía” cuenta Roberto, un hombre que llegó a la olla hace más de diez años. Todavía recuerda con claridad aquellos momentos en los que su carácter rebelde chocaba con las normas del lugar, pero algo le hizo bajar la guardia: “Cuando estuve afuera miraba lo que cocinaban. Me gusta cocinar, lo hacía desde que estaba en la Colonia Berro. Un día me acerqué y ofrecí ayuda, y todo cambió”.
Roberto comenzó a participar de la olla, no solo como beneficiario, sino también como voluntario. Ya lleva más de siete años cocinando para sus compañeros, en un rol que encontró casi por casualidad. “Ellos lo hacen con cariño, nos cuidan y nos conocen. Acá te cambia la forma de ver las cosas porque en la calle no estamos acostumbrados. Pero eso es lo que nosotros en realidad precisamos: un punto de encuentro en el que podamos compartir y sentirnos valorados por lo que somos. Por eso también me gusta cocinarles”, reflexiona con profundo agradecimiento.
Hay una frase repetida que es un secreto a voces en la caridad: “Dar con amor transforma no solo al que recibe, sino también al que da”. Precisamente, visitar la olla del Hogar de Cristo es dar testimonio de que esta iniciativa solidaria es también un lugar de aprendizaje y transformación para los voluntarios.
«Me ayudaron a comenzar de nuevo. La olla es un lugar donde uno convierte los sueños en realidad»
Pedro, beneficiario
Lucas, un joven voluntario, lleva más de una década dedicando sus sábados a este servicio. “Empecé como castor y después decidí quedarme. Las historias de personas como Roberto son las que te hacen querer volver”, explica. Para él, lo más importante no es solo ofrecer un plato de comida, sino el acompañamiento y la escucha: “Con Roberto tengo una muy buena relación, en la que al principio no nos llevábamos bien y ahora hablamos por horas como amigos. La olla es mucho más que un plato de comida, es acompañar a quienes nos necesitan y buscar la forma de ayudarlos a salir adelante. Cada vez que vengo, me llevo experiencias, historias y felicidad por apoyar a personas que no tuvieron la misma realidad que nosotros”.
Silvana, otra voluntaria, comenzó a colaborar hace siete años y destaca que el impacto va más allá de los beneficiarios: “Este lugar también se ha convertido en un refugio para mí. Ver a personas como Pedro que logran avanzar, me llena de esperanza y de fuerza para seguir”.
Pero, sin dudas, mantener una obra de este impacto representa un desafío en lo humano y logístico. La organización detrás es un esfuerzo comunitario y solidario que se extiende durante toda la semana, bajo la orientación de su directora, Lía Merialde.
El Hogar de Cristo cuenta con un grupo ‘de rescate’ compuesto por cuarenta y cinco voluntarios que se turnan para recoger excedentes de panaderías y supermercados. Cada alimento conseguido es esencial para abastecer tanto las ollas como otras actividades benéficas que se realizan. También se recibe la colaboración del Banco de Alimentos, del Plan municipal ABC y de donaciones particulares, tanto de empresas como del mismo colegio.
Cada sábado, antes de comenzar el servicio, los voluntarios realizan una oración encomendando la jornada a Dios, en reconocimiento de que el logro de la olla radica en la providencia divina. Porque cada sábado no solo se sirve un plato de comida, sino que se brinda amor y esperanza. Juntos celebran la vida en comunidad, demostrando que, cuando el amor de Dios guía las acciones, los frutos siempre son buenos y abundantes.
Ser instrumentos de Dios
Conocer las actividades navideñas de la familia Vilar del Valle podría dar la impresión de que se trata de algo pequeño. ¡Pero no lo es!
Se trata de una tradición casual, de más de veinte años, en la que se han ido integrando personas para sumar su aporte solidario. Actualmente son medio centenar de voluntarios, que dedican su tiempo y amor para compartir un detalle hacia las personas mayores.

“Queremos prepararnos para recibir a Jesús y vivir la misericordia, y una de las cosas que él nos propone es acompañar a los más frágiles, a los ancianos y enfermos”, explica Marta Vilar del Valle, una de sus organizadoras.
La tradición la comenzó María Eugenia, junto con una amiga. Ellas acudían a distintos residenciales para compartir con los adultos mayores, y quisieron replicar este gesto en Navidad. Pero María Eugenia se fue a vivir al exterior, situación que llevó a su hermana, María Inés, a repetirlo al año entrante. Invitó a su familia a sumarse y se corrió la voz, por lo que en cada año el número de voluntarios es mayor.
“En nuestro camino de preparación, una de las propuestas más significativas es ofrecer tiempo, ayuda y consuelo a los más vulnerables. Los ancianos y enfermos necesitan sentir el amor de Dios a través de pequeños gestos de cercanía y ternura. Una visita, una conversación o una oración compartida son obras de misericordia que pueden transformar vidas y tocar corazones”, afirma Marta, para posteriormente contextualizar en la importancia de la obra: “Jesús nació y creció en el seno de una familia. Allí aprendió las primeras enseñanzas del amor, la humildad y la entrega. Siguiendo este modelo, las familias cristianas hoy tienen la oportunidad de unirse y fortalecer sus lazos realizando obras concretas de misericordia, sobre todo en Navidad. Vivir en familia es también hacer comunidad, cuidar unos de otros y llevar a cabo acciones que reflejen el Evangelio”.
«Los ancianos y enfermos necesitan sentir el amor de Dios a través de gestos de cercanía y amor»
Marta Vilar del Valle
Precisamente, esta preparación hacia la Navidad la repiten desde hace más de dos décadas. Primero se reúnen a preparar bolsitas de obsequios, decoradas en familia y con dulces. En otra instancia, grandes y chicos van a los hogares a compartir y cantar junto con los ancianos: “Desde las abuelas hasta los sobrinos, es un encuentro familiar que involucra a todos. Una hermosa manera de vivir este tiempo es preparando pequeños gestos para compartir con otros”.
En este sentido, no hay duda de que cantar villancicos, visitar a quienes se sienten solos y entregar obsequios elaborados con dedicación, son efectivamente signos visibles de la presencia de Dios.
“El amor cabe en una caja”
¿Qué más podemos hacer? Esa fue la pregunta que se hicieron, hace más de diez años, los padres de un grupo pastoral del colegio Jesús María.
Ellos fueron invitados a trabajar en 2014 como voluntarios en un club de niños llamado La Esperanza, que realiza actividades recreativas y educativas con ochenta niños de la zona de Aeroparque, Canelones.
Los padres del colegio fueron invitados a trabajar como voluntarios en la obra del movimiento Fe y Alegría, y tuvieron un primer acercamiento con la realidad de esas familias. Los niños presentaban todo tipo de carencias. Algo había que hacer.

“Navidad y Esperanza aparece para ayudar a quienes nos necesitan, y se trata de vincular familias. Una que quiere dar algo y otra que lo va a recibir. La idea es que, durante la época de Navidad, cada familia piense en otra que se les asigna de algún club de niños, oratorio o merenderos”, cuenta Fernanda Herrera, una de las impulsoras de esa iniciativa, al padre Fabián Rovere, en el programa Hoy quiero hablarte de Radio Oriental.
Cada voluntario recibe en noviembre el nombre y edad de los integrantes del grupo beneficiario, de manera que arman las canastas pensando en alguien en particular. No solo incluyen regalos, sino que también artículos de cocina y hasta cartas con mensajes navideños: “Empezamos a prepararlo con bastante anticipación, ya desde julio o agosto, porque trabajamos con instituciones y la logística lleva mucho tiempo. Siempre el que recibe es un niño y pedimos que nos brinden la mayor información que podamos tener de la familia, para que se armen las cajas de la mejor manera. La idea es que personas necesitadas puedan tener una cena de Navidad más digna, y lo celebren en familia. Como nos gusta decir a nosotros, el amor cabe en una caja”, complementa Alejandra Pierre Marini, otra de sus organizadoras.
«La idea es que las personas necesitadas puedan tener una cena de Navidad más digna»
Alejandra Pierre Marini
El primer año fueron ciento setenta cajas. Diez años después, se alcanzaron cuatrocientas setenta y cuatro. De acuerdo con Alejandra, el número de involucrados es incluso mayor: “Algunas donaciones se arman en equipos, porque hay familias de dos personas y otras de muchos más componentes. Como se arman en grupos, tenemos más de quinientas personas colaborando, sin contar a los voluntarios que nos ayudan a cargar, trasladar y recibir.
¿Cuál es el rol de la fe en esta iniciativa solidaria? Según Fernanda, es importante pero no excluyente. “Para nosotras fue fundamental, porque es lo que nos unió e impulsó, pero sabemos que hay compañeros que colaboran que no necesariamente son creyentes. Todo esto lleva tiempo, pero lo hacemos con dedicación y amor”.
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