Escribe el P. Martín Miranda, sacerdote de la Diócesis de Salto.
Con estas palabras, el Señor Jesús, introduce a sus discípulos en el misterio de su Pascua. Esta revelación del corazón amante del Maestro da el tono con el cual nos disponemos a celebrar su pascua actualizada en el tiempo. Como sabemos, las celebraciones de la Semana Santa tienen sus ritos propios, que ya no se vuelven a celebrar en ninguna otra fecha del año litúrgico. Por eso es necesario conocerlos, aprenderlos para poder vivirlos con intensidad y solemnidad, para que no quede sometido al arbitrio de nuestros fluctuantes y variados gustos o estados de ánimo: es la Pascua del Señor. Es el mismo Dios que indica a Moisés cómo celebrar la pascua antigua en Ex 12.
Mucho se puede profundizar sobre la complejidad de las celebraciones de la Semana Santa. Dejo ese deber a los equipos de liturgia de cada parroquia, en los que confío han de preparar con seriedad y cariño los misterios de Nuestro Señor.
El papa Francisco, en su carta sobre la liturgia, invita a “formarnos para la liturgia”, a partir del contacto directo y permanente con los libros litúrgicos, poniendo el foco de atención no solo en los elementos prácticos sino en los textos ecológicos que dan el contenido a la celebración-oración de la Iglesia. La ignorancia de estos libros hace que menospreciemos la importancia de los gestos y palabras con los cuales se desarrollan las celebraciones.
Si bien llegarán a nosotros, como una avalancha, miles de propuestas para desconectarnos de la Pascua del Señor, no debemos renunciar a subir con él también a Jerusalén. La suerte del Maestro es también nuestra suerte, su muerte es la mía, así como los beneficios de su victoria.
La liturgia del domingo de la pasión del Señor, exhorta a descubrir cuál será la mejor manera de sintonizar con el corazón del Maestro que en aquellos días se nos entrega por entero. Miremos la oración colecta, que dice:
“Tú mostraste a los hombres el ejemplo de humildad de nuestro Salvador, que se encarnó y murió en la cruz; concédenos recibir las enseñanzas de su Pasión” (Coleta, Domingo de Ramos de la Pasión del Señor)
En la misma sintonía, la primera lectura, tomada del profeta Isaías 50 nos dice:
“Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás”.

El gran manual para esta Semana Santa es la Pasión. Fuente: DECOS Montevideo
Ya desde el comienzo de la celebración, se nos invita a tener una actitud de discípulos, que será la mejor forma de introducirnos en los misterios del Amor que se entrega.
El discípulo no es el Maestro y por tanto debe disponer todo su ser a dejarse enseñar sabiendo que no tiene la plenitud del conocimiento, ni de la verdad. Se requiere humildad para ser discípulo y a su vez, disponibilidad para abrir la mente y el corazón. En la comunidad de Jesús, en su Iglesia, todos somos discípulos y no maestros, porque solo tenemos uno, que es Cristo.
Por eso, debemos pedir al Señor un oído de discípulo para que nuestra lengua pueda confortar con aquellas mismas palabras con las que nosotros somos consolados.
El gran manual para esta Semana Santa es la Pasión del Señor actualizada en cada una de las celebraciones de esta semana y especialmente del Triduo Pascual. Leeremos dos veces la Pasión del Señor, tanto el Domingo de Ramos como el Viernes Santo. La Iglesia no mengua en proponernos la intensa mediación de los misterios de la entrega de su esposo.
«Debemos pedir al Señor un oído de discípulo para que nuestra lengua pueda confortar con aquellas mismas palabras con las que nosotros somos consolados»
Ahora podemos preguntarnos, cuál es la finalidad de todo esto. ¿Será solamente saber más sobre Jesús? ¿Será descubrir cuán duros e ingratos hemos sido con el Maestro?
La primera reacción que solemos tener cuando meditamos la pasión del Señor, sobre todo en su representación material y visual con la devoción del rezo del vía crucis, es decir: es verdad, soy Pedro, que promete mucho, pero traiciona al Maestro; es verdad, soy Pilato que cuando hay que jugársela, me lavo las manos; es verdad, soy como los fariseos y maestros de la Ley que exige al Señor milagros para creer, etc., etc. Todos tendemos a identificarnos con alguno de aquellos personajes que han defraudado a Jesús. La oración colecta decía: “concédenos recibir las enseñanzas de su Pasión, de su ejemplo de humildad”. El foco no tiene que estar puesto ni en Pedro, ni en Judas, ni en Pilato, sino en el Señor. La Semana Santa es para mirarlo a él y para que, fija la mirada en Jesús el guardián y consumador de nuestra fe, podamos decir: quiero ser como tú. Un discípulo no es un admirador de Jesús, ni solamente un seguidor, sino un imitador. La Semana Santa es para cristificarnos. Hemos vivido una intensa cuaresma, de mortificaciones, purificaciones de reconciliación para que nuestro corazón se parezca más al de Jesús. Para que nuestro amor sea el de Jesús, como bien rezábamos en el domingo V de Cuaresma:
“Que tu gracia nos conceda participar generosamente de aquel amor que llevó a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo” (Colecta, domingo V de Cuaresma)
La Pascua del Señor es también nuestra victoria. Que podamos cantar una vez más, con toda la Iglesia un sublime canto del Exultet, el Pregón Pascual, porque el Rey de la vida estuvo muerto y ahora vive, y es él quien hace nuevas todas las cosas.
Buena Pascua.