Vanesa Morell, es argentina, entrerriana, y misionera de la Comunidad Dios Proveerá, una comunidad de origen brasileño que en nuestro país se encuentra presente en Toledo, Canelones.
Vanesa tuvo la posibilidad de vivir una experiencia de misión en el norte de Brasil, en el estado de Piauí.
En este año especialmente dedicado a las vocaciones sacerdotales y religiosas, es bueno tener el testimonio de una laica consagrada sobre una realidad tan distante —por el contexto—, como cercana —en nuestro propio continente—.
Compartimos parte del diálogo que mantuvo la misionera con el equipo de Hoy quiero hablarte, de Radio Oriental.
Vanesa, contanos, ¿dónde estás y qué estás haciendo?
Estoy en la casa de misión que tiene la comunidad en Madeiro, en Piauí, al norte de Brasil, a unos tres mil quinientos kilómetros de la capital del estado de San Pablo, donde está la casa madre de Dios Proveerá.
Llegué a misionar hace unas tres semanas, para compartir y conocer la realidad de estos lugares, y de nuestra comunidad en Madeiro. Aquí tenemos una casa donde viven tres misioneras que realizan diferentes trabajos para las personas de esta pequeña ciudad, de unos ocho mil habitantes, si contamos las aldeas que la rodean.
Es una realidad muy diferente a la que me toca vivir en Argentina y también, conociendo un poquito en Toledo, a la que se puede vivir en Uruguay. Está siendo una experiencia muy muy fuerte, tanto por el calor (temperaturas que siempre superan los treinta grados, y no pocas veces los cuarenta), como por varios desafíos del día a día de la misión.
¿Cuáles son esas diferencias que sentís más marcadas con tu realidad de Argentina o la de Uruguay?
Están las diferencias materiales como el tipo de comida, o la dificultad que hay para conseguir agua potable. Por ejemplo, estuvimos unos cinco días sin agua y con un calor agobiante; pero es una realidad que ellos viven cotidianamente, para ellos es normal, cada tanto, quedarse sin agua. Son factores que, por ahí, hacen difícil la misión.
Pero también, desde un punto de vista espiritual, me llama muchísimo la atención el cariño de la gente. Cuando llegué fue una fiesta, no sólo de los misioneros que viven acá y de la gente de la parroquia, sino también a nivel del pueblo. Todos estaban enterados de que venía una misionera de afuera.
«Lo que más me movió el corazón fue la simplicidad y la alegría»
Son gente muy abierta y con mucho cariño, tratándome siempre con cuidado, mostrándome su cultura.
Y también tuve la oportunidad de participar de varias misas, si bien no tienen celebraciones todos los días, porque el párroco de este lugar —que está hace solo un año—, también lo es de todas las pequeñas aldeas y comunidades que hay alrededor de Madeiro.
¿Cómo es la religiosidad en el pueblo? ¿Cómo la percibís?
Por lo que pude ver son muy religiosos. Por un lado, por su participación en misa, que si bien tienen solo los jueves y domingos, en ella se hace presente la mayoría del pueblo. Y por otro lado, también ocupa un lugar importante la piedad popular. Por ejemplo, la gran participación que hay en las novenas. En estos días tuve la oportunidad de participar en las de san Juan, y la de los santos Pedro y Pablo. Y en esas celebraciones, además de las misas, se realizan festejos y kermeses en los que todos participan. Se juntan en la capilla y hacen sus danzas típicas, que les llaman cuadrillas.
Y una cosa que me llamó mucho la atención es que por cada casa que pasaba, veía un fuego prendido. Al parecer, por las fiestas en sus casas a la noche arman como una hoguera.
¿Y cómo es la realidad social y económica de la zona?
Tienen muchas limitaciones. Su principal industria, en lo que más se trabaja y da más recursos, es la pesca, ya que están muy cerca del río Parnaíba.
Y también hay mucha dependencia del estado, del municipio. La mayoría de la gente trabaja para el municipio, entonces los recursos son más limitados. Estamos hablando de que una familia tiene un salario mínimo por mes.
Los jóvenes, cuando emigran, se van hacia el sur de Brasil —algunos para el estado de Maranhao, otros para Santa Catarina—,y trabajan allí tres o cuatro meses de corrido. y después vuelven con ese dinero ganado para sus hogares. Entonces, te encontrás con muchas familias en las que las mujeres se quedan tres o cuatro meses solas, con sus hijos, mientras que el marido va a trabajar a otro estado.
¿Y hay acceso a la educación? Por ejemplo, los niños y los jóvenes ¿qué perspectivas tienen?
Hay escuelas públicas. Y bueno, allí está también nuestra comunidad, que en este pueblo tiene una escuela de apoyo, algo así como una escuela a contraturno. Entonces los niños —tanto a la mañana como a la tarde—, vienen a la escuelita a contraturnos. Pero la enseñanza que hay es la básica.
«Y hay cariño y respeto, no solo por la liturgia, sino también hacia la comunidad, hacia los misioneros»
Otra cosa que noté es que los jóvenes se casan o se juntan —y más bien esto último— a muy corta edad. Ya con catorce o quince años, en plena adolescencia, tienen hijos, y es una realidad que se ve en muchas familias.
¿Cómo es la comida en esa zona de Brasil?
Ellos consumen muchas comidas a base de carne de gallina, de cerdo y eventualmente de vaca. Y, además, esa carne que consumen está recién carneada,entonces el carnicero va a matar la vaca que se va a consumir ese día. Lo mismo pasa con el chancho, con las gallinas…es muy común. Otra cosa que es frecuente es llegar a una casa y ver los chanchitos o las gallinas que van a consumir dando vuelta por allí.
¿Hay alguna dificultad en cuanto a la salud, teniendo en cuenta las temperaturas y a veces las condiciones de vida o las enfermedades?
El agua es el gran tema. El agua potable se busca en una “mina”, como la llaman ellos o alguna otra forma de agua tratada; porque la que sale por la canilla es agua que viene directo del río, está marrón. Muchas veces hay que comprar el agua embotellada o buscar esas otras opciones de agua potabilizada.
¿Qué aprendiste de estos días ahí? ¿Qué te enseñó esta gente con estas características que nos acabas de contar?
Lo que más me movió el corazón fue la simplicidad y la alegría. Porque ellos tienen tan poco materialmente, pero tienen una alegría que sorprende. Y creo que lo que más me gustó —y me llamó la atención— fue haber sido testigo de una Iglesia llena. O sea, van a misa, participan de las novenas, las fiestas…Hay sed de la Palabra de Dios. Y hay cariño y respeto, no solo por la liturgia, sino también hacia la comunidad, hacia los misioneros. Es impresionante.
Además, me sorprendieron los niños: son muy educados en el respeto a las cosas sagradas.
Y valoran la presencia de las misioneras…
La comunidad está acá hace diez años, y recién el año pasado se fundó parroquia, o sea, no había sacerdote. Entonces el mayor trabajo lo hacía la comunidad, con las celebraciones de la Palabra.
Tuve la posibilidad de estar en la misa de confirmación de setentas jóvenes que hacía cuatro años se estaban preparando. Y lo que más alegría me dio fue una abuelita de ochenta años confirmándose. Eso fue algo que en mi corazón quedó muy marcado.
Por: Pbro. Fabián Rovere
Radio Oriental