Sobre la vida de san John Henry Newman. Tercer artículo de la serie, por el Pbro. Gonzalo Abadie.
Los tractarianos
Con la publicación en el año 1833 de un folleto anónimo —en inglés tract—, comenzó a hablarse del movimiento de los ‘tractarianos’, o Movimiento de Oxford, pues desde ese centro universitario se propagaban aquellos panfletos, destinados en principio a los clérigos anglicanos, pero que, dada la enorme repercusión que fueron cobrando, terminaron interesando, ulteriormente, a todo el mundo.
El autor del primer tract, John Henry Newman, suscitaría en torno a su persona, su pensamiento, sus escritos y su predicación, la adhesión de un influyente grupo de intelectuales interesado en la purificación del espíritu de la iglesia anglicana.
La verdad
El punto de partida del Movimiento consistió en el redescubrimiento de la autoridad de la iglesia, cuyo fundamento reposa en la sucesión apostólica, y por tanto, detentan los obispos. El hecho de desembarazar el poder temporal de la iglesia resultó casi novedoso para los mismos obispos. La iglesia no era pues una creación del Estado. Su origen era de orden espiritual. Para los tractarianos era inadmisible la entrega histórica del poder apostólico al poder civil.
Un segundo punto se seguía del anterior: la autoridad de los obispos, de la sucesión apostólica, es la que garantiza la verdad de la doctrina. Desde el comienzo, entonces, el tema de la verdad, y no el del poder, animó al movimiento de Oxford. Pero naturalmente estas ideas comenzaron a remover el ambiente adormecido, y a suscitar inquietudes aquí o allí, ya provenientes del poder temporal —el Estado o el gobierno inmiscuyéndose en asuntos eclesiásticos—, o del interior de los mismos sectores de la iglesia anglicana: las corrientes más protestantes o evangélicas, que se habían quedado solo con la autoridad de la Biblia, debían escuchar ahora que los obispos son quienes tienen la autoridad de enseñar la revelación…; la corriente liberal, por su parte, prefería relegar la religión a algo más anodino, ritualista y personal.
Los papistas
Para todos ellos, en fin, las ideas propugnadas por los tractarianos comandados por Newman se aproximaban demasiado a Roma y a la Iglesia católica. Debido a ello, la sospecha y acusación de “papistas” y “romanos” acompañó, y por momentos arreció sobre aquellos. Los tractarianos comenzaron a encontrar dificultades para obtener empleo y para acceder al profesorado y a los cargos universitarios. Precisamente los jóvenes admiraban cada vez más la figura de un gran profesor que era capaz de desdeñar la carrera y el prestigio a cambio de la verdad, y trataban de no perderse los sermones de Newman una vez que este fue acorralado en su calidad de tutor y orientador de los estudiantes, complicándolo con horarios y demás subterfugios, con el fin de disuadirlo, desanimarlo y acallarlo.
La vía media
Para Newman, sin embargo, la fe católica, —y entendía por ello la fe verdadera, original, la de los apóstoles— era la fe anglicana: “Amo a nuestra Iglesia [Anglicana] —escribió en 1836— como porción y realización de la Iglesia católica entre nosotros”. Newman hablaba de la “vía media”, un intermedio entre la iglesia anglicana tal como se auto comprendía a sí misma por entonces, y la Iglesia de Roma, un intermedio no contaminado por la reforma, y cuya verdad había que encontrarla en la Iglesia antigua. A los tractarianos los llamaban también “los anglocatólicos”. En la mente de John Henry no asomaba la posibilidad de moverse en un punto de su iglesia anglicana. Pero las cosas sucedieron de un modo diverso…
Los golpes y la crisis
A sus treinta y ocho años de edad, en 1839, lo alcanzó, según sus propias palabras, “el primer golpe de Roma”, el golpe que echó a andar la duda y el proceso de conversión. ¿Qué ocurrió? Estudiando el dogma de la encarnación, se encontró con que un vasto sector de los cristianos de entonces no creyeron que Jesús era verdadero Dios y verdadero hombre, no creyeron en la doble naturaleza de Cristo y se separaron de la gran tradición cristiana, creyendo tener la verdad. Eran los “monofisitas”, es decir, los que creían en una sola naturaleza de Cristo. Se encontró con que los concilios celebrados entonces usaron fórmulas y palabras novedosas —que no se encuentran en las Escrituras—, para expresar la verdad en un lenguaje nuevo… Se encontró con que la Iglesia no solo tenía historia, sino que ella misma era historia, era un cuerpo viviente, una semilla que va creciendo hasta alcanzar su desarrollo y plenitud…
Entonces, dice Newman, “contemplé mi rostro en aquel espejo y yo era monofisita”, es decir, yo era el hereje… Quizá la Iglesia católica tenía razón… ¿Sería así? Tal vez era la Iglesia Anglicana la que se había separado de la gran tradición en el siglo XVI. De ser así, entonces, la verdad no se hallaba en la “vía media”, sino en “el partido extremo”…
Los anglocatólicos creían que la Iglesia católica había añadido nuevos artículos a la fe original. Pero su contacto con la historia de la teología mostraba a Newman este dinamismo de la verdad. ¿Se trataba de añadidos o precisamente de lo contrario, de nuevos modos expresivos que permitieron preservar la verdad inmutable? Newman abandonaba así una visión del mundo estática para entrar en una cosmovisión dinámica.
Al cabo de un tiempo, recibió un nuevo golpe a sus convicciones cuando tomó conocimiento de un criterio de validez vigente en todos los concilios: “el mundo entero es un juez seguro”, como para decir que lo que acepta la mayoría de la Iglesia es lo que deben aceptar todos. ¿Era la iglesia de Inglaterra el “todos”? ¿O lo era la Iglesia de Roma? Los estudios acerca de la historia antigua de la Iglesia, y de los Padres de la Iglesia no hacían más que golpear una y otra vez a John Henry.
El tract 90
Cuando en 1841 escribió el tract 90, que causó un gigantesco revuelo, habían pasado ocho años desde el inicio de la serie de panfletos, y tres desde el primer golpe que echó a andar la crisis espiritual de John Henry. El tract 90 pretendió tomar el toro por los cuernos. En él se refirió a los 39 artículos de 1571 (bajo el reinado de Isabel I), que vienen a ser la Carta Fundacional de la Iglesia Anglicana. Newman sostuvo que no tienen el nivel del credo, sino más bien que se refieren a los abusos, y no a la doctrina católica como tal… En el fondo, Newman buscaba plantear lo siguiente: ¿es la doctrina de la fe recibida lo que se pone en cuestión en los 39 artículos, o la fe católica es aceptada plenamente en nuestra iglesia anglicana? La fe que había alcanzado a vislumbrar… ¿tenía cabida en su Iglesia?
El paso decisivo
Por todas partes se tronaba contra “el papismo” de Oxford, y se clamaba por que el autor se diera a conocer, cosa que efectivamente ocurrió… Los obispos anglicanos, de modo unánime, se opusieron a Newman. Se le impuso terminar con los tracts… En los hechos, la iglesia Anglicana se venía a manifestar como reformada, tomando distancia de la fe católica. Se le exigió que repudiara las pretensiones de Roma. John Henry cedió pero más tarde se retractó públicamente.
Newman se siente fuera, pero aun así, decide tomarse un tiempo para reflexionar, y se va a Littlemore, donde llevará una vida más monacal. Ante las tentativas de acercamiento por parte de algunos católicos, aun mantiene su distancia con la Iglesia católica: “Si quieren convertir a Inglaterra, que entren descalzos en nuestros suburbios industriales, que prediquen […], que aguanten pedradas y patadas, y entonces reconoceré que pueden realizar lo que nosotros no podemos… Que usen las armas propias de la Iglesia y así demostrarán que son la Iglesia”.
Aun no había escuchado acerca del fraile Domingo Barberi, sacerdote italiano, que en medio de burlas y pedradas, y descalzo, entraba y evangelizaba los centros industriales, ganándose el aprecio y admiración de muchos.
Después de renunciar progresivamente a sus distintas responsabilidades, a su ministerio pastoral como párroco en la iglesia anglicana y a su cargo de profesor en el Oriel College, Newman pidió al mismo padre Barberi, pasados cuatro años desde el tract 90, que no dejaba de atraerle más y más opositores, que lo recibiera en el seno de la Iglesia católica. Newman tenía cuarenta y cinco años, su conversión precipitó importantes y numerosas conversiones. El mundo parecía caerle encima.
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