Un diálogo con Jorge Fossati sobre su vida, su familia, el fútbol y la fe.
Unos días después de disputar la histórica final del Torneo Intermedio del Campeonato Uruguayo, el técnico del conjunto darsenero nos recibió en el campo de juego del Parque Federico Omar Saroldi.
En una mañana por momentos soleada, por momentos nublada, Jorge Fossati concedió una entrevista de más de media hora para ICMtv y el quincenario ENTRE TODOS. A continuación, algunos pasajes de esta entrevista.
¿Cuándo te das cuenta que el fútbol va a ser tu profesión, tu salida laboral?
No sé si uno es totalmente consciente de eso, digamos como que lo vas perfilando, pero en principio es una forma de realizarse, agarrar para un deporte como para otra profesión. Yo jugaba al fútbol y al básquetbol; el clic debe haber sido en Rampla, el equipo donde hice las juveniles, que siendo aún muy chico me hizo un contrato. Y al tener un contrato profesional en un deporte ya no podía seguir practicando el otro. Entonces, Dios y la vida me hicieron tomar por un camino que fue el del fútbol profesional.
En esos primeros años, ¿pensaste en otra profesión o ya tenías claro que el deporte iba a ser tu medio de vida, que ibas bien?
Yo hacía lo que me gustaba, y tenía a mi padre y a mi madre que me apoyaban en todo. Sí me pedían que estudiara, pero si el deporte era mi pasión, especialmente para mi padre y mi hermano mayor, era como realizarse ellos mismos el verme a mí feliz en una cancha.
Mirando hacia el futuro y lo que sería mi profesión, el apoyo de mi familia fue lo que me permitió llevarla adelante sin nervios y sin tener la obligación de ir para otro lugar porque había que traer plata para la casa; y eso que en casa no sobraba el dinero. Se fue dando todo muy naturalmente y mi carrera por eso fue tan rápida, tal vez tan inmerecida, que a los 20 años recién cumplidos ya estaba jugando en Peñarol, después de un paso por Central Español. Y en este país llegar a Nacional o Peñarol es un salto, lo siguiente es la selección; ya llegaste a la cúspide.
¿Se fomentaba el deporte en tu familia?
Mi padre era muy futbolero, muy hincha de River, una de las razones por las que volví a este club. Y mi hermano también, muy apasionado del fútbol. Tenía también tíos, por parte de madre, muy futboleros. Y bueno, el gurí empezó a jugar, hacer su pininos en primera división, y para el entorno más cercano, la familia, los muchachos del barrio, era la alegría de todos.
Yo me crié en una gran familia que era el vecindario, y hoy cuesta explicar esto a los jóvenes. Te hablaba de mi hermano mayor, Oscar, pero te podría hablar de varios hermanos que tenía ahí en la cuadra. El verdadero crack de ese barrio, más allá de algunos deportistas que salimos de allí, fue el P. Mateo Méndez, que muchos seguramente conocen, y todas las tardes nos reuníamos en el oratorio festivo de los salesianos. Porque estábamos los pibes, pero también estaban los padres que nos venían a buscar después del trabajo y era una gran familia.
Eran amigos de verdad. Iban a salir el fin de semana y me decían: “vos no podés ir”. Y yo les preguntaba por qué y me decían: “Vos tenés partido”. Me saco el sombrero por esa barra.
¿Cómo está formada tu familia actualmente?
Con Adriana Rodríguez, mi señora, nos casamos el 29 de setiembre de 1975. Daniela, Alejandra y Silvana, mis hijas, y después las 7 maravillas del mundo: Sofía, Mateo, Manuel, Gastón, Santiago, María Eugenia y Máximo, mis nietos. Y te incluyo a mi suegra, que sigue yendo a la Misa de la Parroquia de Malvín. Esa es la familia directa, la que formamos con Adriana.
¿Cómo fueron, para la familia, esas idas y vueltas del país debido al trabajo?
Como jugador salimos diez años con mi señora y mis hijas. Y no es tan fácil para un niño sacarlo de un colegio en Argentina, llevarlo a uno de Colombia. Además, en ese momento una Colombia que pasaba por momentos difíciles.
Después estuvimos en Paraguay, Chile y nuevamente en Argentina. Y después la ida a Brasil, durante cuatro años, donde fue más exigente para ellas, con el cambio de idioma incluido. Pero ellas respondieron espectacularmente.
Eso sí, cuando comienza la etapa de entrenador, ya con una edad liceal, no podíamos estar cambiándolas para todos lados, entonces mi señora hacía la doble tarea; me acompañaba a mí 15 días en Asunción y se venía 15 días para acá. Después me han acompañado a todos lados pero de visita.
Y hace unos años que Silvana, la más chica, casada con Gonzalo Gutiérrez, que trabaja conmigo como asistente, está más cerca de nosotros, con dos de nuestros nietos. En esta etapa de nuestras vidas eso nos da una fuerza, que no sé si tendríamos mi esposa y yo si estuviéramos solos a tantos kilómetros de distancia.
Con todos estos cambios algunas cosas se dejan, otras se adquieren… pero, ¿qué no se transa?
No se transa con los valores, con la educación. No es que uno sea ejemplo de nada, pero sí queremos transmitirle lo mejor a nuestros nietos. De esa manera ellos nos ayudan a ser mejores, porque te cuidás de hacer macanas porque vas a ser un mal ejemplo para tus nietos y eso no te lo podés permitir. Porque, además, después no vas a tener autoridad moral para corregirlos en nada.
Dios me dio tres hijas maravillosas y una esposa excelente, Adriana, que es una crack gigante. Sin ella, no hubiese podido hacer jamás todo esto que te estoy contando.
Sos una persona de fe, ¿dónde nace?
En la familia, a través de mi madre. Mi padre no, él se autodefinía ateo. De hecho, se casaron por Iglesia a pedido nuestro después 40 o 50 años de casados por civil. Los casó el P. Ernesto Popelka, un amigo del fútbol y de la vida. Pero, como veníamos hablando, estaba la crianza en mi casa, en el barrio y en el colegio San Miguel, con los hermanos salesianos. A pesar de que yo concurría a Escuela pública, todos los días íbamos al oratorio.
Y ahí teníamos un hermano salesiano, el Mtro. Graña, que era un fenómeno por el trabajo que hizo con niños y jóvenes. Te instruía en la religión pero a través de la vida diaria; nada de meterte un bibliazo por la cabeza todos los días, no se trataba de eso. Esa formación en San Miguel y sus actividades, que eran deportivas y formativas, hizo que se desarrollara esta fe y esta idea de que nada podemos hacer sin la ayuda de Dios. Y en mi caso particular, intuyo que por mi madre, con una devoción especial por la Virgen María.
En una entrevista comentabas que muchas veces te sorprendías de vos mismo por cómo vivías la fe, ¿en qué ha cambiado eso?
Me crié yendo a Misa los domingos de mañana y no veía a los hombres de esa época, excepto a dos o tres, que cantaran. Eso era para mujeres. Y los uruguayos somos así, medio vergonzosos para hablar de la fe.
Me parece que a través de los años y el haber vivido en lugares donde la fe se profesa mucho más abiertamente que aquí, fui captando cosas. Y claro, cuando venía acá parecía sapo de otro pozo.
Creo que hoy es diferente. Vas a la Misa y el hombre participa igual que la mujer, con los cantos y las oraciones. Y destaco especialmente a los jóvenes que expresan con orgullo la fe, como debería ser. Eso en principio.
También está lo que para mí juega un rol fundamental: que muchas veces uno le da más valor a las cosas cuando faltan que cuando las tiene en la esquina.
Justamente surge esa pregunta, ¿cómo se vivía el contraste de tener un lugar para ir a Misa a unas pocas cuadras, con el vivir en un país de Medio Oriente donde tal vez no era tan fácil?
Tengo experiencia de vivir en tres países: Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Catar, que es donde más tiempo he estado. En Arabia Saudita directamente no tenés iglesias cristianas. A mí nunca me hicieron ningún problema; como se ve, tengo un Rosario vasco en la mano, visible para cualquiera. Allí veíamos la Misa a través de internet.
En Catar y EAU hay iglesias. La de Doha, en Catar, está dentro de un predio de iglesias cristianas, amurallado. Tenés una sensación extraña, pero obviamente lo hacen por un tema de seguridad. Queda bastante apartado, pero íbamos allí. La iglesia central es preciosa, pero los horarios nos quedaban mejor para ir a una capillita que quedaba al lado y la Misa era en español.
En EAU hay un par de iglesias. En Dubai hay dos templos preciosos. Pero no quiere decir que sea más o menos abierto que en Catar. A veces son decisiones políticas.
Pero en el día a día, con el trato cotidiano, en ninguno de los tres países me he sentido perseguido, ni dejado de lado. Nunca oculté mi fe, pero obviamente como en todo lugar que he estado, el respeto está por sobre todo. Por algo trabajé nueve años en Medio Oriente.