Adoración al pesebre
Al terminar la celebración, el Card. Daniel Sturla se acercó a adorar al Niño Jesús en la imagen de un cuadro del pesebre.
Este sábado 24 de diciembre se celebró la Misa de Nochebuena en la Catedral Metropolitana. La Eucaristía fue presidida por el Card. Daniel Sturla y se transmitió por el canal de Youtube de ICMtv, para quienes no pudieron concurrir.
Queridos hermanos: nos dice el Evangelio, “María dio a luz su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre”. Hace un tiempo leí un libro que se llamaba El amor loco de Dios. Y uno puede decir, realmente, que el Dios en quien creemos está loco de amor, porque ese Dios Todopoderoso, Creador del Universo, de todas las maravillas que vemos, que existen -basta contemplar una noche estrellada y asombrarnos de la inmensidad de ese Universo creado por Dios-, y si somos amantes de la naturaleza y percibimos esos detalles pequeños, la belleza de lo que Dios nos ha dado, uno dice: el creador de toda esa maravilla no desdeña hacerse criatura y nacer.
El Hijo Dios -verdadero Dios, verdadero hombre- nacido, envuelto en pañales por su Madre Santísima. María estaba esperándolo, María sabía que había llegado la hora. Tenía los pañales en esa ida a Belén y cuando llega la hora ella estaba preparada para envolver a su hijo, para acunarlo.
Pero no tiene como cuna más que un comedero de animales, porque de eso se trata un pesebre. Nosotros pensamos en el pesebre y ya nos imaginamos el belén navideño: pero el pesebre es el comedero de los animales, lo que se convierte en la cuna del Hijo de Dios.
María lo esperaba, pero también lo esperaba todo Israel, lo esperaba la Humanidad necesitada de redención, de salvación. María lo esperaba en nombre de todos nosotros, porque ellos habían pasado de ser rezadores con el Pueblo de Israel para que llegara el Mesías, a ser protagonistas elegidos misteriosamente por Dios. María y José estaban siendo protagonistas de lo que marcaría el antes y el después de la historia de la Humanidad; porque hay un antes y un después de Cristo para la Humanidad.
Lo esperaba la Virgen Santísima. Sin embargo, también el Pueblo de Israel que lo esperaba no lo recibió. Dice el Evangelio que si estaban en el pesebre era porque en el sitio donde se alojaban las personas no había lugar para ellos. Eso que en los pesebres vivientes se representa con María y José tocando las puertas, y encontrando en esos lugares la negativa y teniendo que refugiarse, por tanto, en un establo.
Es una pregunta que hoy también nos hace el Señor: si llega Jesús, ¿encontrará lugar entre nosotros?, ¿si golpea a nuestra puerta el Hijo de Dios, sabremos abrir, tendremos la sensibilidad y el corazón abierto para recibirlo?, ¿o seremos como aquellas personas de Belén que cerraron la puerta?
Y en el relato del Pregón de Navidad, que nos ubicaba en la historia de la Humanidad, la historia de Israel, terminaba diciendo que esta noche gozosa de Navidad nos recuerda también la otra noche, la de la Vigilia Pascual. Y en ambas, nosotros encontramos en la Santísima Virgen a alguien que nos hace de unidad en el relato. En la noche de la Navidad, María tiene en su regazo al Niño Dios; y en la tarde del Viernes Santo -preludio de la noche de la Vigilia Pascual-, María tendrá en su regazo al Hijo de Dios muerto, en esa escena que la tradición cristiana llama La Piedad. Jesús en el regazo de María, como un niño pequeño; Jesús en el regazo de María como un difunto crucificado, torturado.
El pesebre y la cruz son como los tronos de un rey muy especial, que es este Rey de Israel, Hijo de Dios, que elige misteriosamente la pobreza, y de ese modo se acerca a nosotros.
Y tanto en el pesebre como en la cruz se tocan el Cielo y la Tierra. Y ese es el misterio del amor loco de Dios por nosotros. por eso, estamos invitados a recibirlo, porque cada uno puede decir personalmente: «si el Señor ha nacido en el pesebre, si el Señor muere en la cruz, es porque me ama con un amor inaudito, inexplicable». Y no nos ama porque seamos fantásticos, maravillosos, sino que precisamente nos ama en nuestra realidad de pecadores. Ama a aquellos que le cerraron la puerta en Belén, como ama a aquellos que lo crucifican en el Gólgota, ese es el amor loco de Dios.
Por eso estamos invitados a abrir el corazón a este amor inaudito. Y sabiendo que la Navidad y la Cruz sanan nuestras heridas, curan nuestros dolores, hacen que nuestra soledad esté acompañada. Somos amados por un amor infinito, somos perdonados por un amor que no conoce otra cosa que la misericordia y el perdón.
Por eso, también para aquellos que tal vez hoy estén solos, o enfermos, que bueno pensar que estamos también nosotros en el regazo de la Madre de Dios, como ese Niño Jesús o ese Jesús herido, crucificado. Siempre estamos en los brazos de la Virgen, siempre estamos en la manos de un Dios que nos ama.
Por eso, en la situación que nos encontremos, podemos decirnos unos a otros: feliz Navidad, feliz nacimiento de Jesús, feliz victoria del amor de Dios.
Al terminar la celebración, el Card. Daniel Sturla se acercó a adorar al Niño Jesús en la imagen de un cuadro del pesebre.
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