Desde sus orígenes en 1935, la institución combina la formación técnica con un compromiso profundo con el cuidado humano.
El cartel se eleva hasta el primer piso. En letras verdes, sobre fondo blanco, se lee desde la calle Garibaldi: Escuela Católica de Enfermería. Lo corona el escudo de la institución, diseñado con líneas curvas y suaves. Tiene fondo rojo y bordes dorados. Una banda verde lo cruza en diagonal y lleva dos estrellas. Sobre el rojo, un lirio blanco. Desde el vértice superior, un haz de luz. Abajo, la copa de Higía, un símbolo clásico de la farmacia y la medicina. En los bordes, una cita del Evangelio: “Estuve enfermo y viniste a verme”.
Es jueves por la mañana y la luz del sol otoñal cae de costado sobre la fachada amarilla de un edificio que, por fuera, parece bajo, pero en realidad tiene cuatro pisos. Las religiosas Gloria Solano y Ana María Delgado son las anfitrionas del lugar. La casa donde viven está justo al lado. Ambas visten buzo negro con escote en V, camisa blanca, pollera y zapatos negros. Cada una lleva su medalla visible. De un lado, la Natividad de María. Del otro, la corona de la Virgen, el anagrama de María y el signo franciscano de Paz y Bien.
La entrevista tiene lugar en una sala de reuniones que también funciona como oficina, o al menos eso parece. Hay una mesa ejecutiva rodeada por seis sillas, dos computadoras, un panel con llaves que dan acceso a cada sala y una cartelera de corcho donde los papeles se amontonan, uno sobre otro. Estanterías cargadas de carpetas cubren parte de una pared. En otra, una imagen de san Francisco de Asís con una de sus frases: “Donde haya duda, que yo lleve la fe”. A un costado, sobre un pedestal de madera torneada, hay una imagen de la Virgen Niña.
***
Gloria Solano —de sesenta años, nacida en Lima, Perú, pero criada en Callao— y Ana María Delgado —de ochenta y siete, nacida en Córdoba, Argentina— son religiosas de la congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de la Natividad de Nuestra Señora. El título, largo y solemne, se reduce en el uso cotidiano: las Darderas.
El nombre viene de Francisco Darder, un médico cirujano laico que nació hacia el año 1660, en la actual provincia española de Gerona. “Él vio la necesidad en su tiempo de atender a las mujeres en el Hospital de la Santa Cruz de Barcelona, porque solo se atendían a varones”, relata Solano. En 1731, Darder fundó una causa pía junto con tres mujeres —una de ellas, su sobrina— para atender a las enfermas del hospital. Esta causa pía será transformada en congregación religiosa en 1896 bajo el impulso de Isabel Ventosa (1834-1895).
“La parte central de nuestra constitución es darle a Dios con la práctica de la caridad en el enfermo y en el necesitado. Allí, donde el Señor se hace presente”, dice Solano.

***
En la década del treinta, en Montevideo, un grupo numeroso de enfermeras católicas prácticas se reunió bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, patrona de los enfermos. El 21 de diciembre de 1934, en la capilla de las Hermanas Capuchinas, se celebró una misa presidida por Antonio María Barbieri, quien las animó a organizarse.
Poco más de seis meses después, el 7 de junio de 1935, con setenta integrantes, quedó establecida la Asociación de Enfermeras Católicas Nuestra Señora de los Remedios. En marzo de 1956, la asociación firmó un convenio con las Hermanas Franciscanas Misioneras de la Natividad de Nuestra Señora, que recién habían llegado a Uruguay.
***
Solano y Delgado son auxiliares en enfermería. Una estudió en Perú, la otra en Uruguay. Están preparadas para lo que la misión les demande: desde residencias de ancianos y visitas a enfermos, hasta la misión en la selva de Tierra Blanca, en Perú, donde una de ellas pasó seis años.

La única Escuela Católica de Enfermería (ECE) que tiene la congregación funciona en Uruguay y, desde 2016, está instalada en José Garibaldi 2918. Antes, su sede estaba en Garibaldi 2831, donde hoy funciona un edificio de la Universidad Católica.
El rol de las dos religiosas es acompañar. Solano forma parte del consejo que la congregación creó para la escuela. Lo integra junto con la directora general y la directora técnica, ambas laicas.
No es la primera vez que están en la ECE. Delgado ya había estado entre los años setenta y noventa: “Fue una época de mucho trabajo. Con la hermana Marta Miguel —la última religiosa que dirigió la escuela— trabajamos mucho para mantenerla. Había mucha unidad: con la directora, los profesores, los alumnos. Nosotras acompañábamos a los estudiantes a sus prácticas. Muchas cosas se mantienen, pero otras se han perdido. En aquella época los alumnos tenían catequesis. Era una propuesta abierta, que no se le imponía a nadie”.

Solano también tuvo un paso por la institución, entre 2008 y 2014. Volvió en octubre de 2023. “Si la escuela se mantiene es porque es una obra de Dios, es él quien la sostiene”, expresa.
Su objetivo es generar dentro de la ECE una Pastoral de Escucha. “La gente necesita hablar. Queremos implementarla para que haya una vivencia. Con los alumnos tengo poco trato, por eso tengo interés de estar un poco más presente”. Además de eso, su idea es proponer que se celebren misas “cada tres meses” junto con los docentes y alumnos que quieran participar para que pongan sus intenciones ante Dios. “Poco a poco intentamos hacer camino, no es fácil”, dice la religiosa y sonríe.
***
Margarita Requiterena es escribana jubilada y directora general de la ECE desde 2013. “Conocí a las hermanas hace más de treinta años. Yo era amiga de la escribana anterior, que me introdujo aquí una vez que se jubiló. Fui escribana de las hermanas por largo tiempo. Me involucré en la obra y me ofrecieron este puesto”.
La frase que está en el escudo de la ECE —“Estuve enfermo y viniste a verme”— dice que la conmueve porque la hace recordar a uno de sus hijos, que falleció a los siete años de edad tras luchar contra una dura enfermedad. “Estuve mucho tiempo en hospitales, CTI, viajé a Estados Unidos para encontrar una solución”.
Requiterena vivía sobre la calle Garibaldi, a tres casas de donde hoy funciona la ECE. Su hijo había nacido en el Círculo Católico. Tras el dolor, se mudó. Decidió que no volvería al barrio. Todo le dejaba una tristeza que se le colgaba del cuerpo. No quería saber nada de curas, monjas, médicos ni enfermeras. Pero las vueltas de la vida la trajeron de regreso: a la calle Garibaldi, a tratar con religiosas y a trabajar en la salud, aunque desde un escritorio.
“Vine a aportar humanismo. Yo sé lo que es una mano en un rostro, en un momento de dolor. Sé lo que es la compasión. Eso es lo que me une, y por lo cual me siento con ganas de venir a trabajar a mis setenta y tres años”.

***
Hoy, la ECE ofrece veinte cursos y capacitaciones que no pertenecen a la educación formal. Algunos duran tres meses, otros ocho. Se pueden hacer de manera presencial o a distancia en el turno matutino, vespertino o nocturno. El curso de auxiliar de enfermería integral es el más largo: dos años divididos en dos ciclos de un año cada uno.
“Trabajamos con la población económicamente menos favorecida”, dice Requiterena. “Muchas veces los alumnos abandonan por problemas económicos o porque consiguen trabajo”. Por eso, se ofrece el curso de auxiliar de enfermería integral reenganche. Está pensado para quienes comenzaron la carrera —en la ECE o en otra escuela—, la dejaron y luego deciden retomarla.
Yhoanna Saavedra tenía a su padre internado tras una operación. Fue el año pasado. Un mes antes, había visto en Facebook un anuncio de la ECE: una oportunidad para retomar los estudios. Ya tenía aprobado el primer módulo en otra escuela, pero por motivos personales había tenido que dejar.
“Cuando mi padre estaba en el hospital, conocí a una chica que había estudiado acá. Me dijo que averiguara los plazos de inscripción”. En un principio le dijeron que cerraban el 15 de setiembre, pero en realidad era el 3. De un día para otro, tuvo que reunir todos los documentos para reiniciar sus estudios.

Con treinta y ocho años, ingresó al curso de auxiliar de enfermería integral reenganche. “Destaco la amabilidad, el trato del personal, la predisposición para escuchar cada vez que uno tiene una situación. En el cuerpo docente siempre hay una preocupación de que el estudiante no se vaya un día con una duda”.
Saavedra se recibirá en diciembre, pero no podrá ejercer hasta que el título esté avalado por el Ministerio de Educación y Cultura y el Ministerio de Salud Pública.
En sus noventa años, la ECE ha tenido más de diez mil egresados. Hoy, unos cuatrocientos estudiantes cursan allí. Hubo un tiempo en que fueron más. “En 2015 pasamos de doscientos a seiscientos, casi setecientos. Nos fue muy bien. Luego, caímos con la pandemia. Pero hoy estamos en una dinámica de inscripción constante”, asegura la directora general.
El mediodía marca el fin del turno matutino. Algunos estudiantes se van, otros llegan. El movimiento es constante en la ECE, y así seguirá durante todo el día, hasta que la noche apague la actividad.
Celebrar con gratitud
La Escuela Católica de Enfermería celebrará sus noventa años con una misa el viernes 6 de junio, a las 19 horas, en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores (Av. 8 de Octubre 2757).
Ver todas sus notas aquí.


1 Comment
Bendiciones para todas las hermanas con gran cariño Les deseo que sigan adelante y gracias por todo lo que han hecho con mucho cariño las tengo presentes siempre intentaré acompañarlas hoy en la misa de las 19