El uruguayo que trabajó 48 años en el Vaticano junto a cinco papas
Guzmán Carriquiry es un uruguayo que viajó a Roma a los 26 años junto a su esposa y ha estado desde el 1° de diciembre de 1971 al servicio de cinco Papas: siete años durante el pontificado de San Pablo VI y durante todo el tiempo de los pontificados de sus sucesores, hasta el actual Papa Francisco. Ha sido el primer laico que fue nombrado “Jefe de Departamento”, por parte de Su Santidad Pablo VI, y también el primer laico nombrado como Subsecretario en un dicasterio de la Santa Sede, por parte de San Juan Pablo II. En mayo de 2011 fue designado por Su Santidad Benedicto XVI secretario de la Pontificia Comisión para América Latina convirtiéndose, también, en el primer laico en ocupar este nivel de responsabilidad en el Vaticano. En la siguiente entrevista con ENTRE TODOS, Carriquiry cuenta su experiencia de trabajo como laico en la Santa Sede a lo largo de estos 48 años.
¿Cómo comenzó a trabajar en el Vaticano?
De un modo imprevisible e inimaginable para un montevideano de 26 años, casado con Lídice Gómez Mango, con un hijo muy pequeño y apenas concluidos los estudios en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de la República. Viví todo el entusiasmo de una generación contemporánea al Concilio Vaticano II, partícipe de la Juventud Universitaria Católica, frecuentando también la Residencia “Iará” del Opus Dei, militante y dirigente del Centro de Estudiantes de Derecho, colaborando en la revista “Víspera”, donde tuve el don de encontrar a Alberto Methol Ferré, maestro y amigo. Me desempeñaba por entonces como director del Centro Nacional de Comunicaciones Sociales de la Iglesia uruguaya y trabajaba cercano al arzobispo de Montevideo, Mons. Carlos Partelli, a su auxiliar, Mons. Andrés Rubio y al bien recordado laico y amigo “Pepe” Rodríguez Bossi. De todos modos, fue total mi sorpresa cuando un dirigente del apenas creado Consilium de Laicis en el Vaticano, Mons. Marcel Uylenbroeck, junto a Mons. Partelli, me preguntó si estaba dispuesto a un año de trabajo, a título experimental, en el Vaticano. Me tomé un taxi, fui a mi casa y le pedí a mi esposa Lídice que me dijera que sí a la propuesta. Sin su compañía, su plena comunión de propósitos, su devoción a los sucesores de Pedro, hubiera sido imposible mi trabajo en el Vaticano.
En ese entonces, se habían creado nuevos organismos en la Curia Romana —el Consejo de Laicos, la Comisión Pontificia Justicia y Paz, el Secretariado para la Unidad de los cristianos, etc.—, respondiendo a la renovada autoconciencia de la Iglesia y de su misión según las enseñanzas del Concilio. Y se quería que esos organismos tuvieran composición internacional, no solo de italianos.
¿Cuál fue su primera tarea allí y cómo fue la integración, como laico, a un ambiente de trabajo clerical?
Me incorporé en ese Consejo, que tenía como misión acompañar, alentar y orientar la participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia. Mientras trabajaba intensamente, año tras año preparábamos continuamente las valijas para volver a Montevideo. Sin embargo, nos pidieron que nos quedáramos hasta tres años… después hasta cinco y finalmente que nos quedáramos hasta la conclusión del pontificado de Pablo VI, quien me nombró como el primer laico jefe de un Departamento en el Vaticano. Cuando murió Pablo VI pensamos en volver finalmente a la patria, pero cuando en la Plaza de San Pedro asistimos al anuncio de la elección de Karol Wojtyla, recuerdo bien que mi esposa Lídice me miró y me dijo: “Sí, ya lo sé, deshacemos de nuevo las valijas y nos quedamos”. Porque Wojtyla había sido “consultor” del Consejo de Laicos, siendo obispo y después cardenal venía a Roma por 15 días dos veces al año a sus asambleas plenarias y nos había “adoptado” con afecto paterno en cuanto pareja joven, ya con dos hijos pequeños, Juan Pablo María y María Pía (después llegaron María Leticia y María Sofía). No habían sido fácil los primeros años de integración en un ambiente muy clerical, con dificultades económicas, con los familiares lejanos y fallecidos en los años, con frecuentes viajes de trabajo, pero la confianza y aprecio que nos demostraban nos llevaron a empeñarnos a fondo en el servicio de San Juan Pablo II. Al poco tiempo me nombró Subsecretario del renovado Consejo Pontificio para los Laicos —y fui de nuevo el primer laico en ocupar cargos hasta el momento ocupado por los clérigos—. Colaboré mucho en la preparación de sus viajes apostólicos y seguí de modo especial toda la irrupción providencial de los movimientos y nuevas comunidades eclesiales así como el desarrollo de la intuición profética de las Jornadas Mundiales de la Juventud.
¿En la actualidad cómo sigue involucrado con la Santa Sede?
A los 40 años de trabajo en el mismo organismo, pensé que era hora de retirarme. Y siempre recuerdo con emoción las palabras del muy querido papa Benedicto XVI: “No me abandone, Carriquiry”. Fue él quien, en un acto de mucha confianza, me nombró secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, mis predecesores habían sido todos arzobispos en ese cargo. Ese nombramiento me cargó las pilas del entusiasmo en el servicio, porque no obstante nuestros largos años romanos siempre nos sentimos y nos consideramos ante todo como latinoamericanos, apasionados por la vida y destino de nuestros pueblos. Finalmente, el Papa Francisco me confirmó como secretario encargado de la Vicepresidencia de esa Comisión Pontificia y fue un nuevo don de la Providencia colaborar de cerca con el primer papa latinoamericano de la historia de la Iglesia. El 20 de abril de 2019 cumplí 75 años, edad de retiro de mis responsabilidades oficiales, pero no de mi colaboración personal con el Santo Padre.
¿Cómo ha sido colaborar junto a S.S. Pablo VI y de S.S. Juan Pablo II, S.S. Benedicto XVI y el actual Papa Francisco?
Ser servidor de los santos sucesores de Pedro con los que me ha tocado colaborar ha sido para mí un don desproporcionado de la Providencia de Dios. Siempre recuerdo los dos consejos que me dio un viejo y sabio monseñor al poco tiempo de llegados a la ciudad eterna. En primer lugar, “tienes que recordarte siempre que no has venido a servirte a ti mismo, sino a servir al sucesor de Pedro y pastor universal”. En segundo lugar, me dijo que iba a encontrar de todo y el contrario de todo en la Curia Romana, pero que lo importante era seguir siempre la recomendación que está como al final de la Carta proto-apostólica de Diognete: “Mirad el rostro de los santos y aprended de su testimonio”. Y vaya si hemos tenido santos sucesores de Pedro, pero también aprendí a reconocer desde santos cardenales y obispos hasta los “santos de la puerta de al lado” —como dice el Papa Francisco— entre mis colegas. No todo ha sido color de rosas, porque otro sabio monseñor me repetía que el diablo siempre se insinuaba sobre todo allí donde estaba en juego la unidad y el servicio a toda la Iglesia, enviando patrullas de “diablillos” —los tentadores del dinero, del sexo y del poder (en nuestro ambiente del “carrerismo eclesiástico”)— que muchas veces provocaron confusión y corrupción. Yo también tuve que combatir contra ciertas actitudes de dureza polémica, de “protagonismo” y vanidad, pero los “rostros de los santos” y la compañía de mi mujer me ayudaron en ese combate, sostenido por la oración y la gracia de Dios.
¿Cómo ha visto el transcurso de la Iglesia Católica en el correr de estos años de trabajo en la Santa Sede?
¿Cómo responder con pocas palabras para abrazar un período post conciliar tan intenso y denso de vida? No fue para nada fácil “asimilar” ese gran don del Espíritu que fue el Concilio Vaticano II. La primera fase del post concilio fue la de una dramática y también fecunda crisis de renovación eclesial. Vivimos juntos una primavera y un invierno eclesiales, reformas necesarias de aggiornamento de la Iglesia y renovada presencia en el mundo, junto con experiencias fallidas, una ráfaga tremenda de crisis de identidad clerical y religiosa, contestaciones y crisis de fe.
La renovación propuesta por el Concilio se dio en contemporánea con las más altas mareas ideológicas de fines de los años 60 y los 70 y con la radicalización de todas las contradicciones en los “años calientes” de América Latina. La santidad y sabiduría de San Pablo VI supo ir encauzando todo lo mejor de las reformas conciliares, desechando los desbandes y errores.
La “nueva evangelización” en los pontificados de San Juan Pablo II y de Benedicto XVI expresa ese recontamiento de la Iglesia en Cristo, en su comunión y misión. Fueron pontífices que ya advirtieron el “cambio de época” que se estaba viviendo. Ya no bastaba más repetir la doctrina, los preceptos morales, la disciplina eclesiástica… (todo importante, por supuesto), ante un mundo en el que prevalecen la confusión, la incertidumbre, la ausencia de un arraigo en la tradición cristiana, la indiferencia religiosa. El abrazo del amor misericordioso de Dios, que no excluye a nadie, fue y es ahora la modalidad más adecuada para salir al encuentro de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para intentar curar sus heridas (¡hospital de campaña!), para vivir la solidaridad especialmente con los más pobres, excluidos y descartados, para ir recreando la “amistad social” en sociedades donde reina la desigualdad, la fragmentación y la indiferencia, para salir en misión a todas las periferias existenciales y sociales donde está en juego la vida de las personas, los pueblos y naciones.
En fin…para dar testimonio y anunciar la presencia del Señor, único Salvador, respuesta sobreabundante a los anhelos de verdad, amor y felicidad que son connaturales a la persona humana. Y así estamos en el pontificado del Papa Francisco, que minorías tradicionalistas impotentes e irrespetuosas y sectores de un progresismo secularizante de mundanidad espiritual son incapaces de comprender, utilizados por grandes poderes que saben siempre operar desde la discreción…¡Demos gracias a Dios por mantener viva la esperanza, la fraternidad, la alegría, el amor a la verdad y la lucha por la justicia, porque bien arraigados en la Iglesia, que es sacramento de su amor para todos los hombres!
¿Cómo ve la actualidad de la Iglesia en Uruguay? ¿Y la Iglesia Católica a nivel mundial?
Sigo la Iglesia en el Uruguay desde la distancia, pero con mucha atención. Me cuido de no abrir juicios apresurados porque no la vivo desde adentro. Sin embargo, me siento feliz de apreciar la renovación y el ímpetu misionero que está caracterizando a la Iglesia de Montevideo y de todo el país. Tenemos profundo respeto por la auténtica laicidad en la que hemos aprendido a respetarnos los unos a los otros, en convivencia democrática, pluralista y tolerante, que es toda otra cosa de un laicismo que caló muy profundamente en nuestra gente y que hoy día nada ofrece como energía educadora y transformadora para la vida del país.
Me gusta, desde las convicciones más profundas, repetir una exclamación del Card. Daniel Sturla, que considero tan verdadera: ¡Uruguay tiene necesidad de Jesucristo!
Este año también fue especial ya que cumplió sus bodas de oro, 50 años de casados con su esposa Lídice…
Así es, el 27 de junio de este año cumplimos con Lídice 50 años de casados. El Papa Francisco nos hizo el regalo de presidir una Santa Misa con motivo de nuestras Bodas de Oro en la Basílica de San Pedro. Estuvimos acompañados por 12 Cardenales, unos 15 Obispos y más de 50 sacerdotes concelebrantes. Participaron también familiares, amigos y embajadores de todos los países latinoamericanos. Dios nos ha dado la gracia de vivir nuestro matrimonio con el entusiasmo del “primer amor”, como siempre recomienda el Papa Francisco también para sacerdotes y religiosos. Lídice trabajó unos años en Radio Vaticana y por más de 15 años ESTUVO enseñando lengua española en la Universidad “La Sapienza”, pero sobre todo ha sido esposa, compañera y madre extraordinaria. Me ha sido fundamental como sostén y consejo en mis trabajos vaticanos.
En la participación del matrimonio pusimos la misma expresión paolina que ahora estampamos también para nuestras Bodas de Oro: “No os amoldéis al tiempo presente”, que es «no se dejen asimilar por los criterios mundanos». Nos casamos el 27 de junio de 1970 en la parroquia de Pocitos. Y recuerdo bien que entonces estuvo presente en la ceremonia y a la fiesta posterior Mons. Carlos Partelli. Ahora, en este 27 de junio de 2019 tuvimos otro regalo grande: concelebró con el Papa y estuvo presente en la fiesta posterior el actual Arzobispo de Montevideo, el Card. Daniel Sturla. Son dos presencias que nos traen a la memoria agradecida todo lo bueno que hemos recibido de la Iglesia en Montevideo.
«Al servicio del pueblo de Dios»
En la homilía de la celebración por los 50 años del matrimonio Carriquiry – Gómez Mango, el Cardenal Marc Ouellet sostuvo: “Reconozcamos el excepcional recorrido de esta pareja formada en la época de sus estudios universitarios en Montevideo y que ha llegado a ser misionera en el corazón de la cristiandad bajo la llamada de los Soberanos Pontífices, una familia poco a poco constituida y transformada como referencia, investida de una misión de discernimiento, de consejo y de memoria viva de los últimos 50 años de la Iglesia. Es imposible contabilizar todo aquello que esta pareja y que esta familia ha podido representar como inspiración, orientación, confirmación de las enseñanzas de los cinco últimos pontífices. Dejamos el juicio al Patrón de la Viña que ha sabido someterlos al crisol de la Cruz para dar mayor fruto al servicio del pueblo de Dios”.
Perfil del Dr. Guzmán Carriquiry
- Es secretario de la Pontificia Comisión para América Latina.
- Nació en Montevideo en 1944 y está casado con Lídice María Gómez Mango desde hace 50 años.
- Colaboró con el Episcopado del Uruguay como director del Centro Nacional de Medios de Comunicación Social de la Iglesia en el Uruguay.
- Ha trabajado junto a Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y el actual Papa Francisco.
- Ha participado como perito en las III, IV y V Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano (Puebla, 1979; Santo Domingo, 1992; Aparecida, 2007).