Josué Hernández y Alejandro Korahais serán ordenados diáconos; Fray Sebastián Montero recibirá la ordenación sacerdotal
Dios sigue llamando a más hombres a dejar todo y seguirlo. Este es el caso de Josué Hernández y Alejandro Korahias, del clero diocesano, que serán ordenados diáconos el viernes 18 de marzo en la Catedral Metropolitana de Montevideo. Por otra parte, fray Sebastián Montero, perteneciente a la Orden de Frailes Menores Conventuales, recibirá la ordenación sacerdotal el sábado 19 de marzo en la parroquia San José y San Maximiliano Kolbe. Los invitamos a conocerlos en las siguientes líneas.
Josué Hernández
Contanos algo de tu vida personal.
Me llamo Josué María Hernández. Soy originario de la ciudad de México, nací el 18 de enero de 1992. Mi familia está conformada por mi papá, mi mamá y mi hermana. Mi papá se llama Francisco, mi madre María y mi hermana Karen, que está casada y tiene tres hijos. Todos ellos viven en México. Para la ordenación diaconal no está previsto que venga alguien de mi familia, pero sí para la sacerdotal.
México es un país muy católico y muy mariano. Está muy marcado el amor a María por la Virgen de Guadalupe, la patrona de nuestra patria. Dios me dio la gracia de haber nacido en una familia en la que mis padres siempre me inculcaron el amor a Dios. Tengo una gracia muy especial que es que mi madre proviene de una familia de mártires de los cristeros. Tenemos un pariente que es santo, que es santo Toribio Romo González (NdeR: Nació en 1900 y falleció en 1928; es considerado patrono de los indocumentados). Nosotros le decimos padre Toribio. El ambiente cristiano católico siempre fue natural en mi vida.
El Señor antes de traerme a este país que amo, me llevó a otros lugares más. A los 15 años ingresé a la vida religiosa. En primer lugar me fui a España. Después tuve la oportunidad de estudiar en Portugal y en Roma. Ahí conocí al cardenal (Daniel) Sturla, que fue mi primer acercamiento hacia el Uruguay y a la realidad de este país. También tuve la oportunidad de trabajar apostólicamente en Colombia y Venezuela. Al final dejé el instituto en el que estaba y me vine al Uruguay a probar en el seminario. No fue un choque muy fuerte al inicio, sino más bien cuando fui conociendo un poco más la cultura uruguaya. Te das cuenta que somos distintos pero hay una fe más sólida acá en comparación con los lugares donde he vivido, que es más por tradición.
¿Cómo descubriste tu vocación?
El Señor es muy sutil cuando llama y en mi caso fue desde muy pequeño. Yo siento que fue a los seis años cuando mi hermana tuvo cáncer. Ella tuvo leucemia y hubo un momento muy puntual de una intervención de Dios, que fue cuando a ella le pusieron plaquetas equivocadas y «falleció» clínicamente. Mi madre pidió la intercesión de santo Toribio Romo González y los médicos lograron revivirla. Finalmente mi hermana se curó. Ese hecho tan prodigioso, extraordinario y tan fuera de lo normal me marcó desde niño. Ese regalo especial del Señor hizo preguntarme el qué quería Dios de mí, y al mismo tiempo sentí que quería hacer un intercambio: la vida de mi hermana por mi vida hacia los demás para que mucha gente quiera ir al cielo.
El hecho de que el Señor me haya llamado tan pequeño, me haya hecho entrar a la vida religiosa tan pequeño, porque era el más pequeño del grupo, y haya hecho una formación tan larga, aunque a veces la veía interminable, ahora lo veo en el trabajo con los jóvenes de por qué Dios permitió tantas cosas para el bien de otros.
¿Cómo estás esperando este momento?
Sin dudas, como un regalo de Dios. Me conmueve mucho que sea cerca de la fiesta de san José, que es un santo al cual yo tengo como especial protector, dado que no vivo con mis padres. Ellos me dan dicho que me encomiendan a la protección de san José. En verdad nunca me ha faltado nada, bajo el patrocinio de san José. Prueba de ello es que la fecha de la ordenación yo la puse en el corazón de san José e hizo que esta gracia llegara un día antes. Es un regalo muy lindo.
Estoy viviendo estos días con mucha tranquilidad. Esto se debe a que tengo mucha actividad en la parroquia, así que no tengo mucho tiempo en qué pensar (risas). Vienen muchos jóvenes a tener charlas o acompañamiento espiritual. En el fin de semana largo de Carnaval fuimos de misión a Sarandí del Yi. Antes de la ordenación voy a tener unos días de Ejercicios Espirituales. Gracias a Dios no he tenido un momento de desesperación, sino que todo ha venido con mucha paz y tranquilidad, y eso lo estoy disfrutando bastante.
¿Cuál es el lema que elegiste para vivir tu ministerio?
El lema que elegí es muy simple pero muy profundo que es «Dios es amor» (Juan 4, 8). Este regalo del lema me llegó en una misión, en la cual un joven de Stella Maris me pidió una charla personal y en un momento él me preguntó por qué le pasaban ciertas cosas. Lo primero que le dije fue: «Porque Dios te ama». Sentí que esa frase era para mí porque no puedo fundamentar nada de mi vocación si no es porque Dios me ama y ama a la humanidad.
Alejandro Korahais
Contanos algo de tu vida personal.
Soy de Montevideo, del barrio Goes. Tengo 48 años. Desde muy joven me vinculé al Opus Dei. Toda mi formación de espiritualidad la hice en la obra. Viví mi entrega a Dios desde muy joven. Mi familia es bastante curiosa porque somos griegos de origen. Mi abuelo es griego y llegó en la segunda guerra mundial a Uruguay. Somos una familia que conserva las tradiciones griegas. Desde chicos aprendimos el idioma y participamos de la Iglesia ortodoxa porque éramos una familia mezclada (católica y ortodoxa). Soy hijo de tradición oriental porque me bauticé en la Iglesia Católica, en la Gruta de Lourdes.
Estudié Comunicación en la Universidad Austral, en Buenos Aires. Después me dediqué a la educación y trabajé más de 10 años en el colegio Monte VI como profesor, director de extensión y director académico. Para complementar mi formación hice cursos de posgrado en educación. Estudié en la Universidad Complutense de Madrid y en la Universidad Europea del Atlántico. También trabajé durante una década en Los Pinos, institución ubicada en Casavalle. En mis últimos años trabajando en el Monte VI surgió la inquietud que tenía sembrada hace bastante tiempo y finalmente cuajó. Me pareció que era el momento oportuno dar este paso en este camino.
Como ya vivía la vida de entrega al Señor desde muy joven, pasar de la vida civil a la religiosa fue como un segundo paso de entrega. Este año voy a trabajar unas horas en la pastoral del Liceo Jubilar y también voy a terminar la licenciatura de teología en la Facultad de Teología.
¿Cómo descubriste tu vocación?
Yo fui al colegio del Sagrado Corazón del Reducto, donde enfrente está la parroquia Nuestra Señora de los Dolores del Reducto. El colegio tenía cierta relación con la parroquia, por lo cual participábamos de algunas actividades. Mons. Rodolfo Wirz fue quien me dio la primera comunión. Con el Opus Dei me vinculé muy joven porque conocía a gente que estaba vinculada a la obra y participaba de las actividades. La inquietud sacerdotal siempre estuvo desde muy joven. Estaba sembrada pero no terminaba de cuajar. En un momento, cuando la duda estaba más clara, me acerqué a hablar con el P. Mathías Soiza, el vicario pastoral, para contarle esta inquietud. Después hablé con el cardenal Daniel Sturla. Nos conocíamos de Los Pinos. Fuimos madurando esto, fuimos haciendo los pasos y completando los estudios que faltaban. El obispo me planteó ir a la parroquia San Juan Bautista a hacer una experiencia parroquial. Es una comunidad muy bonita que me recibió con muchísimo cariño. Hace poco tiempo vine a Tierra Santa a secundar al P. Miguel Ángel (Hernández) en la labor de la parroquia y en la formación de los chicos que hacen el preseminario.
¿Cómo estás esperando este momento?
Son días de mucha vorágine. Coinciden muchas cosas: la mudanza a Tierra Santa, ayudar al padre Miguel y en unos días me voy de Ejercicios Espirituales previos a la ordenación con Josué. La verdad que es un período de mucha paz y también de cierto nerviosismo lógico de un paso grande que das, pero con mucha alegría también. Esta vocación es como una caricia de la Virgen y también gracia de Dios. Inunda en todo una gran alegría. Tuve que dejar muchas cosas atrás de mi vida civil, pero esta vocación no es beneficio propio, es beneficio de toda la Iglesia, de todo el pueblo de Dios.
¿Cuál es el lema que elegiste para vivir tu ministerio?
Hay una frase que siempre me marcó mucho del Evangelio que es la que le dice Pedro al Señor, cuando el Señor le pregunta por tercera vez «¿Pedro, tu me amas?» y Pedro le dice: «Señor, tu sabes todo, tu sabes lo que te amo». Al pensar un lema para la vida religiosa, esto me pareció correcto porque da en el clavo en lo que es esta vocación que es amar al Señor, tener una relación de intimidad con Jesucristo. El centro es amar al Señor y abandonarnos en Él, que sabe que lo queremos y que sabrá suplir todas nuestras miserias.
Fray Sebastián Montero
Contanos algo de tu vida personal.
Soy nacido en la ciudad de Don Bosco de Argentina, Buenos Aires, zona sur. Tengo 39 años, soy ingeniero agrónomo y docente. Actualmente soy el director de la Residencia Universitaria Franciscanum. Mi familia está conformada por mi papá, mi mamá, mi hermano mayor y mi hermana menor. Mis padres son trabajadores. Mi papá trabajó siempre en la industria del vidrio en Berazategui, en sintonía con la cervecería Quilmes. Soy de la diócesis de Quilmes, ciudad cervecera (risas) pero también ciudad de mucha movida pastoral. Nací en tierra salesiana pero tuve una vida pastoral más franciscana.
¿Cómo descubriste tu vocación?
Estando en la vida de pastoral juvenil en una capilla de mi barrio tomé contacto con jóvenes de la comunidad que animaban la vida litúrgica y la vida pastoral y misionera en el barrio. Me acerqué en primera instancia para acompañar en catequesis familiar a mi hermana menor que quería tomar la comunión y mamá no podía porque estaba enferma, tenía cáncer, y no había nadie en la familia para ir a la catequesis familiar. Fui y me planté en una misa con 15 años sin saber qué hacer pero sí con el deseo de acompañar el deseo de mi hermana. Sin mucho tiempo de preparación, me largué al llamado de la confirmación. Dejé el fútbol con mis amigos, dejé la vida de barrio y me empecé a dedicar todos los fines de semana a la vida pastoral en la capilla. Comencé a tocar la guitarra en el grupo de confirmación. Me compré la guitarra con unos ahorros, una Biblia y desde allí no paré. Después seguí la vida universitaria. Empecé a estudiar agronomía en la Ciudad de la Plata. En ese tiempo conocí la propuesta social de la Facultad de Agronomía con las huertas comunitarias. Me lancé a hacer una huerta comunitaria en mi propio barrio, tratando de involucrar a la parroquia también para ayudar a la gente pobre. En ese camino conocí a los franciscanos. En un ómnibus conocí a un joven que quería ser franciscano y me animé a ir a su ingreso de postulantado. Al llegar al convento dije «Esto también es para mí». Fue un llamado de Dios.
Entré a la Orden Franciscana después de recibirme de ingeniero agrónomo. Me fui a trabajar y a hacer un tiempo fuerte de retiro previo a ingresar. A los 25 años ingresé con los frailes y con ganas de ofrecer mi vida para la Orden, para la Iglesia, para el Reino y para el mundo, para evangelizar donde Dios me lo pida. Mi familia religiosa incluye los dos países. Hice toda la etapa formativa en Argentina y vine a Uruguay en 2012 a terminar la parte de Teología en la facultad. Después volví a Argentina y estuve cuatro años en la localidad de José León Suárez. Allí, en el último año de destino, encontré el llamado al servicio como diácono porque no lo tenía muy en claro todavía. Yo quería ser fraile y trabajar junto a mis hermanos. Encontré que Dios me pedía esa vocación particular dentro de la Obra. Soy diácono desde el 2019.
Volver a Montevideo fue un regalo de Dios porque amo a lglesia uruguaya y al país. Soy un argentino que tiene el corazón bien puesto en este país. Amo la vida que tenemos en la obra porque trabajamos con jóvenes del interior. Son jóvenes universitarios que necesitan un lugar para vivir en Montevideo y es una oportunidad que tenemos de transmitir nuestro carisma. Los chicos quedan impregnados por este carisma de servicio y de ser profesionales. Estoy chocho de la vida de que mi ordenación sacerdotal sea en esta tierra.
¿Cómo estás esperando este momento?
He tenido un precioso tiempo de retiro hace unos días. Me acompañó el padre Jorge Crovara, de manera muy artesanal porque estábamos respetando los aislamientos por el coronavirus. Fue muy particular el retiro pero con mucha gracia. Luego de este retiro pude realizar una hermosa confesión, para recibir con plenitud la gracia del ministerio. Tengo mucha expectativa y también mucho trabajo acá con los jóvenes. Ser sacerdote en medio de ellos también va a ser un signo de que Dios sigue sembrando esta vida misionera en los jóvenes. Los chiquilines son como mis hermanos y saben también que esta entrega los involucra a ellos. Mi sí es un sí para todos ellos.
¿Cuál es el lema que elegiste para vivir tu ministerio?
Tiene que ver con nuestra espiritualidad. Yo amo a san Francisco, que no siendo sacerdote sino fraile, escribió una carta a toda la Orden y en especial les deja un lindo mensaje a los hermanos sacerdotes sobre la importancia que tiene su ministerio cuando están frente al pan que se ofrece. El lema es: «Miren hermanos la humildad de Dios y derramen ante Él sus corazones». Es tremendo mensaje de Francisco para los sacerdotes: cuidar ese don que le da a algunos en particular como un tesoro.
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Es muy gratificante ver una Iglesia en marcha, aún modesta pero fuerte en la Fe real, firme. Dios bendiga a estos muchachos y su obra de muchísimos frutos.-