Sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas, o visitandinas. Segundo artículo de la serie.
El padre Portegueda y el Sagrado Corazón de Jesús
Fallido el primer intento de traer monjas bernardas (= cistercienses) a Montevideo, las hermanas García de Zúñiga aprovechan la posibilidad que les presenta la llegada de nuevos visitantes a la ciudad de Montevideo: un presbítero ―el padre Portegueda― que viene a difundir la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús, y que toma sobre sí la iniciativa de conseguir monjas salesas que quieran fundar en nuestro país; y los miembros de una embajada enviada por la Santa Sede, en la que participa un joven sacerdote, Juan María Mastai Ferreti, futuro papa Pío IX. Los intentos de Portegueda, mudado a Buenos Aires, terminan despertando el interés de algunas monjas en el mismísimo Monasterio de Paray-le-Monial, en Francia, donde el Sagrado Corazón de Jesús se había aparecido a santa Margarita María de Alacoque. Dejemos que el manuscrito con la Historia de la fundación del Monasterio de la Visitación de Santa María de Montevideo nos lo cuente.
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En el año 1821 llegó a esta ciudad un digno eclesiástico llamado don Pedro Antonio Portegueda. No respirando más que el amor de Dios, no tenía sino un solo deseo, aquel de encender este fuego divino en todos los corazones. Su celo alcanzó a poder establecer en esta ciudad [de Montevideo] la fiesta y la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús.
Nuestra D.ª Juana María [García de Zúñiga] se puso bajo su dirección y no tardó en manifestarle sus ardientes deseos por la vida religiosa. Este sabio director los aprobó y demostraba un grande atractivo por las Hijas de San Francisco de Sales [las salesas], pues habían sido las primeras hijas y adoradoras del Sagrado Corazón de Jesús. D.ª Juana María, aunque muy delicada de salud, y persuadida de su incapacidad para emprender una obra tan grande, no titubeó un instante en ofrecer a Dios sus rentas y todas las afecciones de su corazón, para contribuir al establecimiento de un monasterio de este Instituto. Su hermana menor, D.ª Rosa Eduviges [García de Zúñiga] hizo lo mismo. Muy satisfecho el señor presbítero Portegueda, empezó a dirigir sus peticiones al soberano pontífice.
En 1824 monseñor el arzobispo don Juan Muzi, legado del Papa, seguido de su secretario, el señor canónigo Juan María Mastai (ahora nuestro Santo Padre Pío IX) llegó a esta ciudad. El gozo fue universal, pues desde hacía mucho tiempo no se había visto aquí ningún obispo. El excelente padre Portegueda no dejó pasar esta favorable proporción [= oportunidad]; visitó a menudo los dos dignos personajes, quienes por su parte lo honraron con su amistad.
La afabilidad del señor canónigo Mastai, superior a todo lo que se puede decir, animó a doña Juana María a suplicarle que se dignara a verse con ella, pues tenía algo que comunicarle. Él condescendió luego con sus deseos, y ella le expuso entonces el designio que tenían de fundar un Monasterio de Salesas en este país, y se atrevió a rogarle que se sirviera apoyarle con su protección. Sería imposible describir aquí la santa alegría que brilló entonces sobre su rostro, siempre tan dulce como venerable. Contestó que no le hubieran podido dar una noticia más agradable y prometió que haría todo lo que estuviera a su alcance, en la corte de Roma, por el buen éxito de este negocio.
¡Oh, los caminos del Señor son admirables! ¿Quién hubiera pensado que él mismo, subiendo a la cátedra de San Pedro, hubiera cumplido su promesa?
El respetable señor Pbro. Portegueda empezó desde luego sus negociaciones, y mientras tanto alcanzó del señor arzobispo Muzi la autorización de tener un oratorio para guardar allí el Smo. Sacramento en una de las casas de las señoras Zúñiga, donde unas personas piadosas se juntarían con la intención de consagrarse al Señor.
Fue en el año de 1825 que ellas tuvieron la gran satisfacción de convertir en oratorio una sala de su casa paterna. Mientras se ocupaban de los medios para efectuar esta fundación, el respetable presbítero don Pedro Portegueda, fue obligado a retirarse a Buenos Ayres, y desde allí continuó a dirigir a las dos hermanas Zúñiga, y a confirmarlas en sus piadosos designios con tanto celo como interés por la perfección de sus almas; pero teniendo él que quedar en aquella ciudad, mudó el pensamiento y se resolvió a procurar la fundación en Buenos Ayres mismo.
No pudiendo esperar que de Madrid enviasen algunas religiosas para fundadoras, no permitiéndolo la revolución en América, solicitó a Roma la dispensa para poder sacar, del Monasterio de Catalinas que existe en Buenos Ayres, algunas religiosas, para que pasasen a nuestra santa Orden y empezaren el nuevo Monasterio de Salesas.
El mismo señor Portegueda se dirigió en seguida a la superiora de nuestro primer monasterio de Madrid, exponiéndole la licencia que había conseguido, sus deseos de realizar pronto la fundación, [manifestándole] que tenía unos fondos como para establecer una casa de la Visitación, y las Constituciones de la Orden; pero que para suplir la falta de hermanas salesas fundadoras, le suplicaba que le enviase el libro de las Costumbres, y todas las instrucciones posibles para que se pudiese arreglar todo lo más en conformidad a todo nuestro santo instituto.
La madre María Gertrudis Zapata, entonces superiora, le contestó con muchísima bondad, interesándose vivamente en esta santa empresa, y le envió luego todos los libros de nuestros santos fundadores que pueden dar conocimiento de nuestro santo Instituto, las Constituciones, las Costumbres, las respuestas y cartas de nuestra santa madre, el formulario para la toma de hábito y profesión, los oficios grandes y chicos, las muestras de los hábitos, velos, ropa blanca, con un pequeño modelo de la hechura, y cantidad de instrucciones y explicaciones manuscritas, para facilitarles las prácticas de nuestras santas observancias no solo, mas también de todas las pequeñas costumbres y usos que tenían las hermanas de Madrid, en conformidad a las instrucciones recibidas de sus fundadoras. Se envió también un gran cuadro representando a nuestro santo fundador que entrega las Constituciones a nuestra santa madre (actualmente este cuadro está en el altar del Capítulo), y muchas novenas y estampas de nuestros santos fundadores.
Además le aconsejó que se dirigiera a nuestro Monasterio de Annecy [en Francia], para saber si no sería posible tener unas hermanas francesas para la fundación, considerando que los americanos no tendrían dificultad de admitirlas [procedentes] de aquella nación, en un tiempo que no querían tener que tratar con los españoles de Europa. No se contentó con esto aquella buena madre María Gertrudis. En su carta circular de 28 de enero de 1830 dio aviso al Instituto del proyecto que tenía formado el señor presbítero don Pedro Portegueda, esperando que con esta noticia alguno de nuestros monasterios se ofrecería para llevar a cabo tan santa empresa. Sus esperanzas no se vieron frustradas, pues unas hermanas de nuestro monasterio de Paray le Monial se entusiasmaron al oír este relato, y se brindaron gustosas a trabajar para la gloria de Dios, y el bien de las almas. He aquí la carta que ellas dirigieron al señor Pbro. Portegueda, el 6 de octubre de 1830 [y que firma Sor Luisa Benedicta Gricourt]
«Viva + Jesús.
Señor, habiendo sabido por nuestras hermanas de Madrid que Ud. desea ardientemente algunas religiosas de la Visitación en ese país, me dirijo a Ud. para que se digne informarme si tiene aún los mismos deseos, o si están ya cumplidos, porque según el actual estado de la Francia, si Ud. tiene cómo subvenir a los gastos de las religiosas, sería posible que Ud. hallara muchas con muy buena voluntad para realizarlos; yo misma soy una de ellas. Fui llamada en 1821 para fundar este monasterio, y hace más de dos años que por mis esfuerzos conseguí traer a esta villa una residencia de padres jesuitas, que acaban de ser todos obligados a marcharse.
La misma suerte me toca a mí también, habiendo consultado la tranquilidad de este monasterio, que todos saben ha sido por el espacio de nueve años el objeto de mis afanes en calidad de ecónoma. Es muy notorio que en este cargo yo fui la promotora de la residencia de estos santos perseguidos, y cómo basta protegerlos para tener contra sí a sus perseguidores, los cuales aventan contra mí su furia.
Nuestro monasterio proveía de todas las necesidades temporales de estos dignos sacerdotes, y ellos a las nuestras, desde el 14 de setiembre de 1828. Siendo yo profesa de Maux, me llaman de allí, temiendo que aquí experimente algunos insultos, pues estamos amenazadas por la que llaman ‘Visita Popular’ que se realizará el 14 del corriente, asegurando ellos que la que trajo a los jesuitas, los tiene escondidos en su monasterio, donde creen encontrarlos a todos.
Estando en el caso de regresar a Maux para no hallarme aquí el 14, y sabiendo que las monjas de ese monasterio tratan de establecerse en otra parte por hallarse demasiado cerca de París de donde solo dista diez leguas, juzgo que si Ud. tiene cómo sufragar los gastos del viaje de algunas que no tememos embarcarnos, y que estamos además con demasiado fundado recelo de ser degolladas en Francia este invierno, podremos ser muy útiles a Ud. en esta empresa, tanto más que yo podría llevarle la observancia del Instituto en toda su pureza, pues tenemos por superiora de este monasterio a la ecónoma de Annecy, que estuvo por muchos años bajo la dirección de la más digna madre.
Ud. tenga pues a bien decirme si se podrá todavía hacer este viaje sin peligro, y de cuántas religiosas podrá Ud. proveer a los gastos del viaje con los fondos que nuestras hermanas de Madrid nos han dicho que tiene para este establecimiento…».
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1 Comment
Muy interesantes documentos! Gracias!