Escribe el Dr. Fernando Aguerre, de la Archicofradía del Santísimo Sacramento.
Como hace ya muchos años, en 2025, los miembros de la Archicofradía del Santísimo Sacramento de la Catedral Metropolitana de Montevideo, renovamos la consagración al Sagrado Corazón de Jesús junto a todos los uruguayos. Es esa fidelidad a la Iglesia, representada en su pastor, una característica que queremos conservar y defender. Por esta razón, reproducimos en este espacio, el extracto de una publicación que apareció en la Tribuna Católica al cumplirse los 200 años de la Archicofradía, escrita por el hermano Enrique Rosberg Balparda. Habla de esa fidelidad en la que persistimos.
«Esclavos del Santísimo Sacramento.
Las cosas que existieron en los doscientos años, desde aquel horizonte de auroras, las unas declinaron, otras se extinguieron, pera todas variaron, menos la “Esclavitud» fundada para propender con empeño, al mayor esplendor y desarrollo del culto al Augusto Sacramento del Altar.
Es una vencedora en el campo de la vida; he ahí su historia que en vano buscaríamos abarcar, ni en una palabra inmensa y alada. Tampoco hacen falta grandes frases para que sepamos apreciar lo que representa haber pasado a través de las distintas etapas de la Patria reflejando de generación en generación unas en otras las “claridades” de esa “esclavitud” que se perpetúa.
Esta denominación franca y valiente, especie de marca de juego que nos distingue secularmente —una S y un clavo entrelazados— traduce la sumisión incondicional de la mente, y de la voluntad, al misterio y la real presencia de Nuestro Señor Jesucristo en la hostia consagrada.
Y en las dos centurias la calidad de Esclavos del Santísimo nunca ha fatigado a los hombres libres nacidos en esta tierra. Porque esa esclavitud nos enseña a ser hombres en toda la plenitud de nuestra existencia: en nuestra acción como individuos, como parte de la familia y como integrantes de sociedad. Porque esa “esclavitud” la adoptaron los próceres mientras mantenían la lucha heroica por la libertad, sabiendo que el ser «Esclavo del Santísimo» no era sometimiento a hombre alguno, y, que, solo atañe al fuero de la conciencia hasta donde no alcanzan, los despotismos y las teorizaciones de los hombres.
Solo podrá chocar, nuestra calidad de «Esclavos», a esos espíritus refractarios a la fortaleza interior. Por tanto ninguna palabra más indicada para definir esa fuerza inexpugnable del mundo interior, ese mundo aparte en que triunfan los esclavos del deber o se debaten lamentablemente vencidos los esclavos de sus vicios y pasiones».