Escribe el Dr. Fernando Aguerre, de la Archicofradía del Santísimo Sacramento.
Con estas palabras comenzaba el Papa Benedicto XVI, en 2009, el tradicional discurso ante la estatua de la Inmaculada en la Plaza de España, en Roma. También ocurre en Montevideo, que en las iglesias, en las capillas, en las paredes de colegios y casas particulares hay cuadros, mosaicos, estatuas que nos recuerdan la presencia de la Madre que vela constantemente por sus hijos. Y continuaba el anterior Romano Pontífice: ¿Qué dice María a la ciudad? ¿Qué recuerda a todos con su presencia? Recuerda que «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Rm 5, 20), como escribe el apóstol san Pablo. Ella es la Madre Inmaculada que repite también a los hombres de nuestro tiempo: no tengáis miedo, Jesús ha vencido el mal; lo ha vencido de raíz, librándonos de su dominio.
La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, de la Pura y Limpia como la llamaban nuestros antepasados, es -junto a la del Corpus Christi- una de las dos celebraciones más importantes de la Archicofradía del Santísimo Sacramento desde su fundación a mediados del siglo XVIII. La convicción de los cristianos sobre la verdad de la inmaculada concepción de María existía muchos siglos antes de las apariciones de Lourdes; era una advocación especialmente querida en España y en sus dominios de América, mucho antes de que el Papa Pío IX definiera el dogma, el 8 de diciembre de 1854. Hay numerosas huellas en América Latina de esta tradicional devoción y no es casualidad que muchas de nuestras iglesias estén dedicadas a este privilegio mariano. Pero no solamente en los espacios sagrados se recuerda a la Pura y Limpia, sino que también en lugares comunes, casas y edificios coloniales de la América española, queda constancia de esa creencia. Así, en México, sobre la puerta de ingreso a un edificio, aún puede leerse este lema: “Nadie entre en este lugar sin que afirme con su vida, que María fue concebida, sin la culpa original”. Las universidades españolas desde el siglo XVII juraban defender “la pía opinión de que la Virgen María fue concebida sin mancha del pecado original” e igual juramento hacían las autoridades al tomar posesión de los cargos de gobierno en los territorios del imperio. Es, entonces, una devoción profundamente arraigada en la cultura hispanoamericana y maravillosamente representada en la pintura y la escultura. En nuestra ciudad hay imágenes tan señeras como la que preside el altar mayor de la Basílica Catedral Metropolitana, la imagen denominada Virgen de la Fundación que se venera en la Capilla del Santísimo del mismo templo o la venerada imagen de la Virgen de los Treinta y Tres, todas ellas son representaciones de la Inmaculada Concepción de María.

Los antiguos libros que registran la vida de la Archicofradía del Santísimo Sacramento enseñan tantos detalles de afecto a la Madre del Cielo como de alegría ruidosa y callejera el día de la gran fiesta de María. El 8 de diciembre de 1804 pagó la cofradía $42 a los siete músicos del Regimiento de Infantería “que asistieron a la función de la Pura y Limpia”. 1En la misma fiesta del año 1840, además de pagar al organista, se contrató “una carrada de hinojo” para colocar sobre las escalinatas de la Iglesia Matriz y en la plaza. También hubo flores para adornar la imagen de la Virgen y el altar mayor como todos los años. Pero no quedaba la fiesta en detalles atractivos y aromáticos, sino que luego de concluida la Santa Misa, en la plaza y calles de Montevideo inmediatas a la iglesia, estallaba la alegría. Para contribuir con la fiesta en el año 1868, la cofradía puso a disposición del público: “dos docenas de voladores, 8 docenas de estruendos y media docena de bombas”.
Hoy, como hace un siglo y medio, la fiesta de la Inmaculada Concepción debe ser una fiesta de alegría ciudadana. Se trata de compartir la alegría de tener una madre tan buena, aunque la forma de celebrarla hoy no sea tan ruidosa. Como decía Benedicto XVI en el discurso mencionado “la ciudad necesita a María, que con su presencia nos habla de Dios, nos recuerda la victoria de la gracia sobre el pecado, y nos lleva a esperar incluso en las situaciones humanamente más difíciles”. En el Uruguay siempre se celebró esta fiesta con fervor, aunque en el calendario oficial llevase otro nombre hoy prácticamente olvidado. Hasta los años ochenta del siglo pasado, el 8 de diciembre era un día feriado. En numerosos colegios y parroquias era habitual que ese día los niños y la niñas recibieran su primera comunión. La costumbre de bendecir las playas coincidía con la solemnidad de María y era una forma más de expresar la alegría, cercana ya la Navidad y el tiempo de verano. Los cristianos tenemos que devolver la alegría a la ciudad que somos todos nosotros, los que vivimos en ella, y tener presente que contribuimos “a su vida y a su clima moral, para el bien o para el mal”. Aprovechemos esta fiesta para dar a conocer a todos la presencia dulce y tranquilizadora de María.