La primera diputada electa por Montevideo de Cabildo Abierto, que en la actualidad integra las primeras filas del Partido Colorado, dice que su participación en la Iglesia fue la herramienta para involucrarse activamente en la política.
Elsa Capillera tiene en su despacho un altarcito. En realidad es una estantería de madera repleta de papeles sueltos, carpetas y libros que en su parte superior tiene una imagen de la Virgen de Guadalupe, un rosario —elaborado por un salteño—, el poema Desiderata —del estadounidense Max Ehrmann— y la bandera de Uruguay en pequeñas dimensiones.
Pero eso no es todo. Sobre su escritorio, donde hay más papeles sueltos, carpetas y libros, hay, protegida por un vidrio, una frase del padre León Dehón —fundador de la congregación Congregación de los Sacerdotes del Corazón de Jesús— que reza: “La pesca no se hace en la sacristía sino en altamar”. Esta frase pasa desapercibida entre la mezcla de fotos familiares, de militancia política, viajes al exterior y folletos de la Lista 25, en los que su rostro aparece junto al de Andrés Ojeda, candidato a la presidencia por el Partido Colorado (PC).
Pero aún hay más. Sobre su escritorio, junto a la Constitución y el reglamento de la cámara de Diputados, tiene el libro Los cinco minutos del Espíritu Santo, del cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, y la flor del Espíritu Santo, un regalo de una embajadora de Panamá. “La gente ya sabe quién soy y siempre los obsequios son referidos a la fe católica”.

Es coleccionadora de rosarios. Uno de ellos se lo regaló Alfredo Fratti, diputado del Frente Amplio, con quien compartió el gobierno de la Cámara de Representantes en el segundo período de la actual legislatura: él como presidente y ella como vicepresidente.
El 1.° de marzo de 2021, en su discurso de asunción, su primer agradecimiento fue a Dios. “No me puedo sacar mi cartel de católica. Veinticuatro horas al día soy católica practicante. Donde esté, no voy a ocultar mi fe”, dice a Entre Todos.
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Elsa Capillera podría haber nacido en cualquier parte del Uruguay. Pero nació en Salto, ya que su familia se radicó en ese departamento debido a que su padre trabajaba en la construcción de la represa de Salto Grande.
Nació el 15 de mayo de 1971 y se convirtió en la décima y última hija de Eusebio Roque Capillera, obrero, y de María Silva, ama de casa; fallecidos en 2009 y 2019, respectivamente. De sus nueve hermanos, solo una es profesional: es maestra y se desempeña actualmente como directora del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU), organismo en el que trabaja desde el año 2000. El resto de sus hermanos son trabajadores de la construcción, al igual que su padre, y sus otras tres hermanas son amas de casa, al igual que su madre.
“Todos fuimos bautizados, recibimos la primera comunión e íbamos a misa los domingos a la parroquia Santa Cruz. Yo quedé como la más activa en cuanto a la participación en la Iglesia. Pero mis hermanos siempre están presentes cuando celebramos una misa en memoria de mis padres. Han bautizado a sus hijos y nietos pero no son practicantes”.
Cuando el trabajo de su padre concluyó, los Capillera se trasladaron a Montevideo y se mudaron a una modesta vivienda en el complejo San Martín II, en Casavalle. Era 1980 y Elsa tenía ocho años. “No teníamos otra opción que vivir ahí”.

La nueva casa estaba a una cuadra del colegio Santa Bernardita, donde Elsa cursó quinto y sexto de primaria y donde su hermana trabajaba. En aquel tiempo la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe no existía, ya que fue inaugurada en 1989.
Cuando la parroquia se erigió, empezó a asistir a misa e integrar el grupo de jóvenes. “La comunidad era nuestro segundo hogar, nuestro salón comunal, nuestro lugar de encuentro más allá de la catequesis”. En su adolescencia, llegó a conocer a Rubén Isidro Alonso, el Padre Cacho, en sus últimos años de vida, por la cercanía con la parroquia de los Sagrados Corazones de la calle Possolo, en el barrio Las Acacias.
La dirigente política ha participado en varios servicios de la Iglesia en el barrio Borro. Uno de ellos fue como encargada del merendero que funcionaba los sábados por la tarde en la parroquia y en el que participaban niños de todas las edades. “Jugábamos, merendamos, rezábamos y había un espacio para la catequesis. No se trataba solo de tomar un vaso de leche o comer algo, era más bien compartir el momento. El más grande le calentaba la leche al más chico. Eso enseñaba más que la catequesis. Era la palabra hecha acción”.
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Capillera aún no recibió uno de los sacramentos de la Iglesia: el matrimonio.
Se casó por civil el 12 de noviembre de 1993 con Ediberto González, un militar retirado de sesenta años que hace poco tiempo se jubiló después de trabajar en una fábrica de alfajores y que es miembro de la Iglesia Pentecostal “Dios es amor”.
“Siempre digo que Dios es el mismo y que hay diferentes caminos para llegar a él. Cada uno tiene su constitución propia. Respetamos mutuamente nuestras creencias. Incluso él me ha acompañado a misa y yo a sus cultos”.
González y Capillera son padres de Yanett, de treinta años, y de Juan Pablo, de dieciséis. Su hija no fue bautizada, en cambio su hijo sí.

“Juan Pablo fue a catequesis e iba al merendero de la parroquia. Todavía no llegó a recibir la primera comunión. Me acompaña a misa. Incluso, a veces, cuando yo no puedo ir por mis actividades políticas, él me insiste”.
En otra estantería de su despacho, la dirigente política tiene una imagen de san Juan Pablo II. Su hijo se llama así en homenaje a él: “Quedé embarazada con treinta y siete años y la primera ecografía dio que mi hijo podría nacer con síndrome de Down. La genetista me ofreció interrumpir el embarazo. Dije que de ninguna manera. Quería tener a mi hijo como sea. Desde ese día le recé a Juan Pablo II. A los cuatro meses, cuando me hicieron la punción, el último examen, me dijeron que estaba perfectamente bien. Mi esposo es morocho y yo también. Y él nació con los ojos celestes, como tenía el papa. Fue un milagro”.
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“Mi participación en la Iglesia fue la herramienta que encontré para hacer más desde otro lugar”.
A mediados de los noventa, con su hija pequeña, Capillera y su esposo compraron una casa en el asentamiento Tres Palmas, en Casavalle. No había saneamiento y no había calles. Algunas viviendas eran insalubres.
Para ello, creó una comisión vecinal para luchar por la regularización del barrio y se reunió con el intendente Mariano Arana, quien le pidió que elaborara el proyecto para que fuese aprobado. Hicieron una elección y Capillera fue designada para presidir la comisión. En diez años se construyeron casas, calles, plazas, salón comunal. Se mejoró el saneamiento y la iluminación. “Hoy cada vecino que pagó su terreno tiene un título de propiedad, que le da la tranquilidad de que no será desalojado”.
Fue así que Capillera se transformó en una referente del barrio Casavalle: “Dios me dio una preparación para llegar al Parlamento”. En paralelo, seguía con sus actividades en la Iglesia. Entre 2009 y 2012, en el hogar de las religiosas de Madre Teresa de Calcuta, ayudó a los niños de la zona a hacer sus deberes. Luego, entre 2013 y 2018, en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, fue catequista de primer año, de iniciación cristiana, y de tercer año, en preparación a la primera comunión. “Lo hice con todo el amor del mundo. Hoy los chiquilines me reconocen cuando me ven por la vuelta, en las recorridas políticas o en la televisión. Quedó una linda relación”.
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En 2010 empezó a militar en el Partido Nacional a través del Espacio 40, liderado por Javier García. Allí estuvo hasta 2018: “No tenía un rol protagónico en la política”.
En 2019, ante el surgimiento de Cabildo Abierto (CA), sus vecinos se acercaron a ella para que asumiera el liderazgo de la Lista 11.820. La agrupación ya estaba constituida y sus integrantes querían que ella estuviera al frente. Finalmente aceptó: “Pedí libertad para trabajar y para realizar las actividades que me apasionaban”.
Conoció personalmente a Guido Manini Ríos por primera vez el 6 de abril de 2019, cuando el excomandante en Jefe del Ejército anunció su incorporación a la política partidaria y recorrió Casavalle, su barrio.
Su campaña para llegar al Parlamento fue austera. No tenía suficiente dinero para componer un jingle ni hacer columneras. Sin embargo, obtuvo 23.271 votos, más de la mitad que obtuvo en total CA en todo el país, y se convirtió en la primera diputada electa por Montevideo de dicho partido. “Dios estuvo ahí”, dice y sonríe. “Hubo políticos que pusieron más plata y no llegaron a la cantidad de votos que tuvimos nosotros”.

Tras ser electa diputada, en entrevista con el diario El País, admitió que la campaña electoral la había alejado de la Iglesia. ¿Qué sucedió después? Esto responde hoy: “Siempre estoy vinculada con la parroquia. Tenemos grupos de WhatsApp. Si se necesita algo, estoy. No voy a misa seguido, pero intento estar presente y a disposición de la comunidad”.
Capillera reconoce que durante su primera legislatura votó con objeción de conciencia y hubo proyectos de ley que no acompañó, como el vientre subrogado y la eutanasia: “Por nuestra propia vocación, los fieles laicos estamos llamados a transformar la realidad y la política en un instrumento eficaz. Es por eso que los cristianos no podemos quedar fuera de ella. No se entiende que un político que se dice ser católico, no tenga una coherencia de fe y vida”.
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En febrero pasado, anunció su pase al PC debido a disconformidades con CA. Sin embargo, continuó en su banca. “Si mis vecinos me vienen a decir que la deje, la dejo. Pero mientras tanto no, porque fueron ellos quienes me pusieron en el Parlamento”.
Su apoyo fue hacia Andrés Ojeda, quien resultó el ganador de la interna colorada en las elecciones del pasado 30 de junio. Ambos se conocían cuando el presidenciable del PC fue edil por Montevideo entre 2010 y 2015. “Él sabe quién soy. Sé que nunca me va a pedir que vote leyes que van en contra de mis principios”. De cara a las elecciones de octubre, Capillera acompaña a Ojeda en la Lista 25, ocupando el tercer lugar como candidata a senadora y diputada.
“Recibí felicitaciones de muchos colorados, que me dijeron: ‘Ahora sí tenemos a la representante católica que necesitábamos’. Porque en cuanto a la fe estaban bastante desolados. Si bien hay otros diputados y senadores del PC que son católicos, no se muestran públicamente”.
Capillera está en proceso de mudarse. Después de casi cuarenta y cinco años de vivir en Casavalle, se trasladará al barrio Jacinto Vera para “acortar distancias”. Sin embargo, ya tiene claro que seguirá vinculada con el barrio que la vio crecer y con su comunidad de Nuestra Señora de Guadalupe. “Para mí no hay otra Iglesia más linda que esa”, dice y sonríe.
Por: Fabián Caffa
Redacción Entre Todos