Para culminar este mes vocacional, le pedimos al Padre Washington Hernández, actual párroco de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, que nos contara cómo fue conociendo a Jesús en su vida.
Hay vocaciones que se van descubriendo poco a poco, día a día, tiempo en que el Señor va preparando a la persona para responder a su llamado.
En el barrio el Cordón
El padre Washington nos contaba como Jesús comenzó este camino en su vida: “El Señor permite que lo pueda ir conociendo, poco a poco, y sin apuro. Ya en la época de mi niñez, en la etapa de prepararnos para la comunión, en la parroquia del barrio, en la Iglesia del Cordón. Él se las ingenió para que iniciara la catequesis, con otros chiquilines, gurises y gurisas de la zona. Nos fuimos, fogueando, aprendiendo a conversar y dialogar en el lenguaje de la Iglesia. Nos adentramos en los ‘vericuetos’ de la parroquia, nos fuimos haciéndonos cristianos, porque uno no nace cristiano, se hace. Cuando quise acordar, ya se nos acercaba la fiesta de la comunión y ahí es donde descubrí a Jesús en la Eucaristía”.
Y añade “recuerdo de chico ir a Misa los domingos, y ayudar como monaguillos con Javier, un amigo, vecino y hermano de comunidad, compañeros de andanzas. Fue un tiempo de estar cerca del altar, disfrutando esos pequeños detalles, viendo cómo sucedía el misterio, todo por lo que nos rendimos, y terminamos de rodillas agradeciendo al Señor. De pronto, Jesús estaba allí. Parte de la vocación —creo— se funda en esos momentos de conocimiento cercano del sacrificio eucarístico. Claro, eso lo puedo decir ahora, en aquel entonces, era un sentirme parte, acompañar y colaborar como acólito, llevando la cruz, acercando las ofrendas, sosteniendo el libro, todas esas cosas de la liturgia, que hacen bella la celebración.”
De monaguillo a sacerdote
Y de esa realidad de ser monaguillo, poco a poco, el Señor lo fue invitando a más. El sacerdote nos lo relata así: “más adelante, los que iniciamos la catequesis para la primera comunión seguimos juntos, perseveramos, en un grupito que nos llevó al sacramento de la Confirmación”. “Tiempo de proyectos, discernimientos, en el plano de la fe, del estudio, del trabajo. Fuimos parte de una pequeña comunidad donde vimos a varios empezar a edificar sus propias familias, varios se casaron: Pablo, Ale , Andrea, Natalia, Alvarito, Ale Tom… otros más adelante, Joselo, ahora Carina”, agrega.
“En ese entonces —relata— varios retiros nos ponían en jaque, sobre cómo elaborar el proyecto de vida, cómo elegir vivir, la coherencia entre lo que decimos creer y lo que de hecho vivimos. La propuesta de Jesús era clara. En Atlántida, en la casa de los padres de Pablo, nos fuimos para la previa de la Confirmación. La meditación principal giró en torno a responder la pregunta ¿qué quiere Dios de ti? Ahí comienzo a sentirme interpelado, y aparecen interrogantes que me sacuden el piso, más en serio”.
En ese momento “comienzo una cierta transformación interna (quizás la gracia de la Confirmación tuvo sus efectos), empiezo a tener una gran necesidad de Dios que, va a ir creciendo, no desaparece, hasta llegar al deseo de vivir en mayor intimidad con Cristo».
Tiempo de definición
«‘Vengan y vean’, palabras cargadas de una intensidad, un llamado que es invitación al seguimiento.’Los llamó para estar con Él y enviarlos a predicar’, varias veces había escuchado estos textos del Evangelio, y ahora resuenan más fuerte, cada vez más dentro de mí. Dejan de ser palabras para otros, que otros se hagan cargo. Las interpreto para mí, como si Jesús me lo está diciendo a mí directamente. No puedo seguir como si no pasara nada, me está diciendo ‘vos seguime’. ¿Qué hacer, me hago el bobo? Incluso me confesé varias veces por sentir que mi vida no iba de acuerdo con la propuesta de Jesús, esas cosas de sentirte indigno, muy joven, con pocas luces, poco capaz para enfrentar lo que compromete. De sentirme en falta, con temor por no saber corresponder.
«Empecé entonces, a sentir muy dentro, en mi corazón las ganas de ser otro Jesús, de seguirlo para identificarme con Él al punto de entregarle toda mi vida, mi libertad, mi cuerpo, mi voluntad, mis sentimientos, afectos, todo, sin reservas. Sin quedarme con nada. Dejando entrar a Dios en mi vida, así fue como encontré serenidad, y una paz que ya nunca perdí. Voy dándome cuenta que esto es para lo que nací, a lo que me invita el Señor, lo que me hace feliz. Soy feliz, y no todo es color de rosa, no todo es tan fácil. Aparecen los bajones ¿qué garantía tenía que realmente es lo que Dios quiere para mí, y no solamente una mera ilusión, una fantasía que me invento?
«Por eso comienzo a pedirle a Jesús que me ayude a poder aclarar lo que me está sucediendo. La mejor respuesta apareció en el sagrario. Tan a la mano, y recién caigo. Muchas veces después de Misa me iba para charlar a solas y poner lo que me estaba pasando en sus manos, sacarlo de mí. Desde ese entonces, mantengo una relación personal. Él es el centro de mi corazón, de mi vida entera, a quien trato de no dejar fuera de nada de lo que me sucede. El sagrario es el refugio del alma, para todos.”
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Mil Gracias no basta Hijo, sé feliz tu Mamá.