Hoy se celebra un nuevo aniversario del comienzo de las apariciones de la Virgen en Lourdes a santa Bernardita. Compartimos con ustedes, a lo largo de esta semana, una serie sobre dichos sucesos, escrita por el P. Gonzalo Abadie para el quincenario Entre Todos. Compartimos la cuarta entrega de la serie.
Por el P. Gonzalo Abadie
Hemos seguido los pasos del comisario Jacomet, el sabueso que representaba la autoridad policial en Lourdes, y cuyas sospechas acerca de las invenciones de Bernadette sobre las fantásticas apariciones, lo condujo a un callejón sin salida que lo forzaba a desechar la hipótesis de la motivación económica y la manipulación detrás de bambalinas que, pensaba, lo había de conducir al responsable final, al torpe autor intelectual, al titiritero y ladronzuelo de esta representación burda y penosa, el tuerto y desastrado François Soubirous, el molinero venido a menos que había ido a parar, junto a sus cuatro hijos y su esposa Louise ―de la que se decía que tenía afición por el alcohol― a ese cajón mefítico de cuatro por cuatro, que años atrás había funcionado como una cárcel repudiada por insalubre (por atentar contra los más elementales derechos humanos, diríamos hoy), y que ahora amontonaba a seis personas, una mesa, dos sillas, algunos taburetes, un mini armario, un baúl, y una población de piojos bien numerosos que se habían atrincherado desde tiempos inmemoriales y atormentaban día y noche a los nuevos intrusos.
Pero de ninguna manera había que descartar la posibilidad de que fuese la Iglesia la que estuviese detrás de esta artimaña que tenía como escenario la gruta de Massabielle en las afueras del pueblo. El comisario Jacomet no lo descartó, claro está, a pesar de que era un católico sincero que asistía puntualmente a la misa dominical y hasta se sentaba ocasionalmente a la mesa del mítico párroco, cuya personalidad extraordinaria y temperamento monumental y explosivo ―pero más bueno que el pan, una roca por fuera, y por dentro puro corazón―, infundía un cierto pavor a diestra y siniestra, el padre Dominique Peyramale, llegado a Lourdes siete años antes de las apariciones. Pero Jacomet era uno de esos tipos insobornables que se toman muy a pecho su trabajo, y que era consciente de que la inquisición destinada a dilucidar la verdad y nada más que la verdad, recaía sobre sus espaldas, y que él respondía en este punto tan solo ante el Estado imperial, cuya burocracia, tal vez la más imponente de toda la historia de Francia, le había puesto allí, en ese recóndito y hasta entonces plácido y cándido pueblo meridional, en la frontera entre la inocencia y los imponentes Pirineos. Pero el presente había corrido la aldea al centro del mapa, al ojo escrutador de París, de su gobierno, de la prensa, de las ideologías e intelectuales ilustrados que dominaban el poder y que veían los sucesos expansivos que atraían el interés público con creciente espanto y repelús. Se hacía necesario impugnar los hechos que pudieran reavivar las antiguas supersticiones que la Revolución había creído dejar atrás de una buena vez y que habían hecho de la vieja Francia católica, la hija primogénita de la Iglesia.
¿A quién culpar de este brote oscurantista que ofendía la luz de la razón, el sentido común, el orgullo del progreso y el prestigio de la ciencia? ¿Quiénes, si no los sacerdotes, pueden estar detrás de la fábula de Lourdes? Jacomet sabe que no puede dejar ningún cabo suelto, y que debe golpear con fuerza en el instante oportuno, y sabe que también él está en la mira, y que debe informar puntillosamente a sus superiores del curso de la investigación a su cargo. Es necesario averiguar qué es lo que está pasando. El interrogatorio con que ha sometido a Bernadette, a puertas cerradas, ha incluido arremetidas feroces, como cuando el comisario la atacó tachándola de borracha y de pequeña puta, según refiere René Laurentin, el mayor estudioso de las apariciones de Lourdes. No, Jacomet no se andaba con maneras modosas y formas comedidas. Pero tuvo que largar ese hueso que era demasiado duro, y nada podía sacar de él. Ni siquiera lograba perturbarla.
No nos equivoquemos, este hombre no dejaba de tener un carácter noble. Al ser cambiado de destino, se llevó consigo el expediente ‘Bernadette’, el cual fue encontrado cien años más tarde, en 1957, por el propio Laurentin. Este hallazgo nos permite conocer los entretelones de aquellos días. ¿Por qué sustrajo esta documentación? Probablemente, ya convencido de la verdad del testimonio de la vidente, no quiso que aquel material, que incluía sus interrogatorios minados de sospechas y de trampas, que realizó a la vidente, cayera en manos inescrupulosas que procurasen el daño de la Iglesia o de la santa. Ernest Renan, un conocido intelectual de la época, empeñado en desestabilizar los fundamentos de la fe y de la Escritura, intentó pagar una fortuna a Jacomet para obtener su botín, el dosier extraviado. Pero el comisario se negó rotundamente, convencido de que tal cosa sería utilizada con fines turbios y malintencionados.
Pronto la hipótesis eclesiástica desalentó igualmente al detective. Era por todos sabido que el párroco, entendido con monseñor Bertrand-Sévère Laurence, obispo de la diócesis de Tarbes, había mostrado no solo cierto desdén por las noticias de la gruta, sino que había prohibido al clero acercarse a la misma. Había ya en su diócesis una media docena de santuarios marianos ―ya hicimos referencia a uno de ellos, el de Betharram― que había dispuesto fueran restaurados, debido a las tropelías sufridas por los embates revolucionarios. Monseñor Laurence no era un hombre inclinado a las manifestaciones sobrenaturales. Su mente se avenía más bien a la de un matemático o un ingeniero. Se destacaba por ser un hombre prudente y buen diplomático en sus relaciones con el gobierno, con el que buscaba colaborar buenamente. Con ochenta años, y a pesar de los consejos médicos, viajó a Roma ―donde murió― para participar del Concilio Vaticano I (1869). La acústica de las naves de la Basílica de San Pedro hacían imposible escuchar cabalmente las intervenciones de los padres conciliares, una perturbación que se sumaba al uso obligatorio del latín. El anciano obispo de Tarbes obtuvo el permiso para estudiar el asunto, por el que mostró un gran interés. Se pasó toda una noche despierto haciendo cálculos, disponiendo que se instalasen barreras de madera, pantallas de tela y adoptando otra serie de medidas con lo que la situación mejoró notablemente, a tal punto que el papa Pío IX dijo que monseñor Laurence, “el querido obispo de la Inmaculada Concepción” “le había devuelto la voz al Concilio”.
Bernadette, que no temía ni al emperador ni al papa, sentía, no obstante, un temor reverencial por el párroco, al que solo conocía de lejos, cuando presidía la misa a la que ella asistía, pero jamás había cruzado una sola palabra con él. Sin embargo, el 2 de marzo, durante la decimotercera aparición, Aqueró ― “Aquella de allí”, la aparición― le dijo: “Ve a decir a los sacerdotes que vengan aquí en procesión y que se construya una capilla”. Bernadette tenía que cumplir con esta misión. Pensó en evitar a Peyramale, por lo que recurrió al padre Pomian, el único sacerdote al que conocía, pero este no quería él tampoco hacer de intermediario ni ser el mensajero… Entonces no tenía escapatoria, debía afrontar ese momento y llamar a la puerta de esta especie de semidiós ante el que la gente se sentía intimidada. Para hacerse más fuerte recurrió al auxilio de dos tías, sin cuya compañía el párroco ni siquiera la habría recibido, que la acompañaron de mala gana, porque el trío como tal y cada integrante del mismo en particular, preveía que podía exponerse a una reacción intempestiva e imprevisible. Y no se equivocaban. No, la Iglesia de ninguna manera podía estar conspirando, como por mucho tiempo quisieron hacer creer los adversarios de Lourdes.
Peyramale y Bernadette se miraron frente a frente por vez primera. Ella lo trató de usted. Él la tuteó.
―¡Así que eres tú la que va a la gruta de Massabielle!
―Sí, señor cura.
―Y eres tú la que dice que ve a la Virgen.
―Yo nunca he dicho que sea la Virgen, señor cura.
―¿Entonces quién es esa Señora?
―No lo sé.
―¡Ah, que no lo sabes! ¡Mentirosa! ¡Sin embargo, todos los que van detrás de ti dicen que ves a la Santísima Virgen, lo escriben incluso los periódicos! ¿Qué es lo que ves entonces?
―Señor cura, veo algo que parece una joven vestida de blanco.
―“¡Algo!” “¡Algo!”…― explotó Peyramale mientras giró, dándole la espalda a Bernadette y sus tías, que querían se las tragase la tierra. El párroco iba de un lado para otro de la habitación como fiera enjaulada.
―Aquello de allí [Aqueró] pide que se vaya a la gruta en procesión. Me ha pedido que se lo diga a los curas.
―¿Sabes qué haré? Te daré una antorcha y la procesión la harás tú, a la cabeza, y nosotros te seguiremos. Alguien como tú no nos necesita― e hizo una pausa y luego fulminó a las tías―. Ya es mala suerte tener una familia así. ¡Y ustedes, enciérrenla en casa y no la dejen salir! ¡Y ahora márchense! ¡Envíen a la escuela a esta ignorante, y que termine con las payasadas!
Se fueron casi huyendo de allí. Las tías prometieron no volver nunca más a encontrarse con el hombre dinamita. Entonces Bernadette se dio cuenta de que, debido a los nervios de haber enfrentado a este cura preternatural, olvidó la segunda parte del mensaje. Pidió a sus tías la acompañasen nuevamente, pero por supuesto, la abandonaron a su suerte. Volvió sobre sus pasos, entró en la casa parroquial, y allí estaba don Peyramale con sus tres vicarios, prontos para cenar:
―La cosa de blanco que parece una señora me ha dicho también que desea que se construya allí una capilla― e hizo una pausa…―. Una capilla, aunque sea pequeña―. Esto último lo agregó ella, por los nervios, para atenuar la tempestad que temía le viniese encima.
―Está bien, haremos la capilla. Naturalmente serás tú quien pondrá el dinero― le respondió socarrón.
―Señor cura, yo no tengo nada.
1 Comment
A veces los mas.ilustrados son los mas perversos,y se desquitan con los mas humildes,por eso Dios y la Virgen han elegido a los mas sencillos,y aun no aprenden en nuestra santa iglesia ,aun sucede.Seguiremos orando no pase y la burocracia caiga.