Mirar a Cristo con los ojos y el corazón de María. Escribe Leopoldo Amondarain Reissig.
Para empezar es bueno decir que el santo rosario es una oración centrada en el misterio de Cristo, ya que concentra y resume la profundidad del mensaje evangélico.
Al contemplar los diferentes misterios de la vida de Jesús, vamos contemplando el misterio de Dios que se nos ha revelado en Cristo. Como nos recuerda el catecismo de la Iglesia Católica: “todo en la vida de Jesús es signo de su misterio”. Es decir, todo en la vida de Cristo revela el misterio con mayúscula, que es él mismo.
Con Cristo el misterio mantenido en secreto durante siglos, tal como dice san Pablo, ha sido revelado dándonos a conocer el amor impresionante que nos tiene, por el cual siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros. Este es el misterio con mayúscula que durante siglos eternos estuvo escondido, incluso a los ojos de los ángeles, y es que Dios amaba tanto a los hombres que iba a enviar a su Hijo para dar la vida por ellos.
Por tanto, la vida terrena de Cristo es toda ella revelación de este misterio del amor salvador de Dios. Y cualquier rasgo de la vida terrena de Cristo refleja y expresa este misterio con mayúscula del amor desmesurado de Dios hacia el ser humano, y nos permite conocer algo de la profundidad de ese amor.
Los misterios del rosario obviamente no contemplan todos los aspectos de la vida terrena de Cristo, pero centran la atención sobre lo esencial. Además, nos permiten ir descubriendo la belleza del rosto de Cristo, y nos vamos disponiendo a recibir el misterio que él nos anuncia, que es el misterio de la misma vida de Dios que se nos comunica con el don del Espíritu Santo.
La contemplación de los misterios de la vida del Señor a través del rosario tiene una fuerza especial, mediante la cual nos vamos transformando, y vamos reflejando como en un espejo la gloria del Señor. El rezo del santo rosario contribuye a esta transformación, que consiste en revestirse de Cristo e ir teniendo sus mismos sentimientos, que al fin y al cabo, en eso consiste la vida cristiana.
El rezo del rosario nos hace penetrar en una atmósfera espiritual, y más concretamente en la atmósfera espiritual de la vida de Cristo. Nos permite respirar sus sentimientos, los cuales van entrando poco a poco en nuestra alma, y vamos aprendiendo a contemplar nuestra propia vida en la atmósfera y a la luz de la vida de Cristo.
El rosario utiliza el método de la repetición, sobre todo del avemaría, el cual rezamos diez veces en cada misterio. La repetición es una expresión de amor, porque los enamorados no se cansan de decirse que se quieren e incluso con las mismas palabras. Y la palabra más sencilla dicha por una persona que está enamorada siempre suena a gloria. En cambio, cuando no es una expresión de amor se transforma en algo impertinente y fastidioso. Sin embargo, cuando rezamos el rosario y repetimos el avemaría estamos en un lenguaje de amor con la madre del Señor y con nuestra madre.
En el rosario miramos a Cristo con los ojos y el corazón de María. Le pedimos a la Virgen que nos preste su corazón y su mirada para ver a su Hijo, sabiendo que la mirada de María sobre Cristo es una mirada especialmente lúcida e inteligente.
El marco adecuado para toda contemplación es el silencio, por eso, al momento de rezar el rosario hay que crear un clima de silencio exterior e interior. Hay que tratar de dejar de lado esa caldera, que todos llevamos dentro, de preocupaciones y estados de ánimo, de forma de focalizarnos en la contemplación de los misterios de Cristo.
Como todos sabemos, el avemaría tiene dos partes. Una primera parte que empieza diciendo: “Dios te salve María”. Y una segunda que dice: “Santa María”. En la primera parte lo que hacemos es captar la belleza de María diciéndole: “llena eres de gracia, el Señor es contigo”. Es como mirarla y decir: qué maravilla. La primera parte es, por tanto, una expresión de admiración. Es la contemplación en la cual vemos a María y decimos que es verdaderamente bella. La segunda parte es una intercesión en la cual le pedimos que ore por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte. Esto está muy bien pensado, porque son los dos momentos más importantes de nuestra vida. Ahora, porque lo decisivo en la vida espiritual es el ahora, no el pasado ni el futuro. Sin embargo, del futuro hay un punto que si es trascendental: la hora de la muerte. En ese punto nos lo podemos jugar todo. Por lo tanto, es muy inteligente pedirle a la Virgen que ruegue por nosotros ahora y en la hora de la muerte, siendo los dos momentos claves. Ahora, porque es el momento en que puedo unirme a Dios amándolo, y en la hora de mi muerte porque en ese momento me lo juego todo.
«Entre el rosario y la paz se puede decir que hay misteriosa afinidad…»
En el rosario no solo contemplamos el rostro de Cristo, sino que lo contemplamos con María y a través de María. Nadie mejor que María puede enseñarnos a mirar a Cristo y verlo tal como es. Ella no hizo otra cosa a partir de la anunciación que estar pendiente de ese rostro de Cristo. Ya en la anunciación los ojos de su corazón se concentran en el rosto del desconocido que viene a su seno. Durante los nueve meses del embarazo todo su corazón gira en torno a su Hijo que crece. En el portal de Belén lo ve físicamente cuando da luz, y luego pasa toda la vida de Cristo pendiente de él.
La mirada de María sobre Cristo a veces es interrogadora, como cuando se perdió Jesús en templo de Jerusalén. También ha sido una mirada penetrante, como es la mirada de toda madre que conoce hasta el más mínimo detalle de sus hijos. Ha sido una mirada llena de dolor cuando lo acompañó en la pasión. Y ha sido una mirada radiante ante la alegría de la resurrección, y también en Pentecostés cuando reciben al Espíritu Santo. María siempre, como dice el evangelio, ha guardado todas estas cosas y las a meditado en su corazón.
Podríamos decir que la primera persona que ha rezado el rosario es María, y no porque se rezara a sí misma, sino porque es la primera persona que ha recorrido y contemplado los misterios de Cristo. De ahí que el rezo del rosario nos ponga en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María. De ella y con ella, aprendemos a comprender a Cristo. Y no solo las cosas que ha enseñado, sino a comprenderle a él mismo, porque nadie lo ha entendido mejor que María.
Rezando el rosario entramos en el corazón de María y también entran en nosotros todos los que están en su corazón. No solo me encuentro con Cristo, sino también con toda la humanidad que la Virgen recibió al pie de la cruz. Por tanto, cuando lo rezamos de alguna forma se encuentran dos universos de amor. Por un lado el universo de amor del que reza el rosario y por otro el universo de amor de la Virgen María. Y ese encuentro se hace para que todos sean hechos hijos en el único Hijo con mayúscula que es Cristo.
Bien sabemos que cuando dos personas se quieren terminan queriendo a todos los que ellos mismos quieren. Y eso es lo que ocurre en el santo rosario. Al entrar en el corazón de María, entran también todos los que están con nosotros. Y María los ama e intercede por ellos. Y nosotros aprendemos a amar a todos los que están en su corazón, incluso a mis adversarios. Eso en definitiva es un triunfo del amor y un anticipo del cielo.
María es figura de la Iglesia, su modelo y arquetipo perfecto, porque ella ha realizado de manera paradigmática aquella respuesta esponsalicia al don de Dios que es la esencia de la Iglesia. Por eso María junto al Espíritu Santo clama por la venida de su Hijo a la majestad de su gloria, para que el designio divino alcance su plenitud.
La Virgen María tiene el corazón lleno de esperanza. Espera que no se pierda ninguna persona, intercediendo sin cesar por todos. Por eso, cuando entramos por el rezo del rosario en el corazón de María, lo que encontramos es una plegaria incesante y una intercesión que no se cansa nunca pidiendo la salvación de todos. La oración de María tiene como objeto engendrar continuamente hijos para el cuerpo místico de su único Hijo. Para eso implora sin cesar una inagotable efusión del Espíritu Santo, para que los hombres descubran que Jesús es el Hijo de Dios y adhieran a él por la fe y el bautismo, y de esa forma alcancen la salvación.
María, que es tan buena, nos trata como hijos, para que su Hijo crezca en nosotros y vaya apartando el hombre viejo y pecador que todos tenemos. Cuando esto lo logra una persona, ya está en el cielo, aunque esté todavía en la tierra.
Entre el rosario y la paz se puede decir que hay una misteriosa afinidad, porque en el rosario repetimos en cada avemaría el nombre de Jesús. Y ese nombre es nuestra paz, tal como dice la carta a los Efesios, que nos recuerda que Jesús ha hecho de judíos y gentiles un único pueblo derribando el muro que los separaba. Jesús fue quien asumió esa división sobre su cuerpo y muriendo en la cruz derribó ese muro, para que a partir de él y en su cuerpo místico que es la Iglesia ya no hubiera divisiones, sino que todos fuésemos uno en Cristo. Por eso, no se puede recitar el rosario sin sentirse implicado en un compromiso de servir a la paz, con una particular atención a la tierra de Jesús.
Quien se interioriza en el misterio de Cristo aprende el secreto de la paz y hace de ello un proyecto de vida. Por eso, a través del rezo del santo rosario hay que suplicar la paz e ir haciéndonos personas de paz, que no es únicamente de guerras, sino también entre padres e hijos, entre esposos, en cualquier relación y sobre sobre todo en los corazones.
Cuando en una familia todos juntos rezan el rosario se genera una luz especial. Se crea un clima formidable, y tiene un valor educativo inmenso cuando toda la familia unida se mira en la familia de Nazaret, y en definitiva se mira en el Dios que es familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo.