En el centro educativo de Casavalle, varias de las actividades académicas y extracurriculares son posibles gracias al trabajo de voluntarios.
Giuliana Rodríguez ingresó al Liceo Jubilar en 2014 para cursar primero de ciclo básico. Luego, obtuvo una beca otorgada por la institución a través del Espacio de Permanencia y Acompañamiento (EPA) y cursó bachillerato en el colegio Sagrada Familia. Aun así, como otros exalumnos, quería seguir vinculada al Jubilar, pero no sabía cómo.
A principios de 2020, María José García Pintos, directora de Pastoral, empezó a contactar a exalumnos con la intención de formar un grupo enfocado en el servicio y la espiritualidad. “En las primeras reuniones, nos juntábamos a merendar y ponernos al día: cómo íbamos con los estudios, qué estaba pasando en nuestras vidas”, recuerda Giuliana.
Pero cuando la pandemia llegó en marzo, los planes originales se vieron alterados. Todo lo que habían planeado debió adaptarse rápidamente al formato digital. “Empezamos a generar actividades recreativas a través de Zoom en las horas de formación humano-cristiana”.

Así fue como surgió el Movimiento Jubilar, que adoptó como lema: “Deja que te abrace la alegría, Cristo vino a traerte vida”, una frase tomada de la canción Vida, del padre Luis Ferrés. Giuliana lo define como “una posibilidad para crear”, porque sin los exalumnos, dice, “no tendría forma”. Todo funciona a pulmón, con lo que hay, con los materiales que se consiguen, con los insumos que aparecen.
Ante el regreso a la presencialidad, el interés por participar creció de manera constante. Los alumnos de octavo, con servicio obligatorio, refaccionaron juegos y pintaron un mural en el colegio Cristo Divino Obrero, que cerró sus puertas el año pasado. En noveno, el servicio es opcional e implica organizar actividades para los niños del CAIF Gruta de Lourdes, a una cuadra del liceo. Además, un taller de animadores busca formar nuevos servidores. Para los que cursan bachillerato en otros centros, las actividades tienen un enfoque misionero.
El Movimiento Jubilar está ahora liderado por quince jóvenes, un grupo que creció desde los cuatro que comenzaron al principio. Giuliana es una de las que permanece desde ese primer momento. Hoy tiene veintitrés años y es Técnica en Recreación. “Lo que me motiva a participar es el sentido de pertenencia. Al ser exalumna, siento que es una manera de devolver un poco de todo lo que recibí. Seguir vinculada al Jubilar me da calidez. Es bueno llegar y que te saluden, y poder transmitir lo mismo a los chicos”.
La fe está presente, tanto de manera explícita como implícita, en cada una de las actividades que se realizan. “A muchos chiquilines les hablás de Dios y no quieren saber de nada. Queremos hacerles entender que Dios está en las cosas pequeñas. Muchas veces no se dan cuenta de que está en lo que hacen cada día: en el servicio, en ayudar al otro, en preguntarle cómo está. No los obligamos a creer, porque eso es algo personal. Sí intentamos que entiendan que Dios está en las cosas que ellos hacen”.
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Alan Bertacco llegó al Liceo Jubilar en 2010, cuando tenía quince años. Lo hizo a través de un llamado de EPA para colaborar en talleres extracurriculares. La intención era conectar con otras instituciones de la zona, y una de ellas era Los Pinos, donde él había cursado ciclo básico. En ese momento, había terminado esa etapa y comenzaba bachillerato gracias a una beca que le permitía seguir estudiando en el Instituto Doctor Andrés Pastorino.
El rugby ya se había incorporado al Liceo Jubilar en 2007, por iniciativa del sacerdote Gonzalo Aemilius, quien fue director del centro entre 2006 y 2013. “Él vio que los valores que tiene este deporte eran fundamentales para generar vínculos y crear comunidad en el liceo”.
Ese mismo año, una donación de pelotas de rugby llegó al Jubilar. En el recreo más largo, el de las diez de la mañana, alguien lanzaba una al patio. Bastó con eso para despertar el interés de los alumnos. Poco después, Diego Leindekar, Gonzalo ‘Mono’ Arancibia e Ignacio ‘Nacho’ Aznárez se sumaron como voluntarios y comenzaron a organizar prácticas y partidos amistosos con los alumnos.
En 2008, el Jubilar comenzó a competir en el torneo de la Unión de Rugby del Uruguay (URU) con la categoría M17. Luego se sumaron las M13 y M15, las otras dos categorías juveniles.
“Al principio, los voluntarios que enseñaban rugby en el Jubilar provenían de fuera de la institución. Muchos eran entrenadores de Old Christians, Old Boys, Los Cuervos. Hoy, los entrenadores que tiene el Jubilar son exalumnos, que antes fueron jugadores y representaron al liceo. Eso habla de un crecimiento tremendo”.

Después de M17, el Jubilar no tenía más categorías porque no quedaban suficientes jugadores. Formar una categoría más grande implicaba contar con otros recursos. Así que, en lugar de eso, se optó por crear becas para aquellos que querían seguir jugando. Para acceder a ellas, se les pedía un compromiso.
“Yo estaba en la comisión de lavar los equipos y hacer la cantina”, cuenta Alan. “La pasaba espectacular porque estaba con mis amigos y, además, estaban los chicos. Ellos salían al recreo, venían y se acercaban a charlar. Llega un momento en que el Jubilar se convierte en tu segunda casa. O incluso la primera, porque uno se genera una rutina y pasa mucho tiempo aquí”.
Mientras habla, la voz de Alan se quiebra. Con los ojos llenos de lágrimas, sigue hablando, intentando encontrar las palabras para agradecer. Cada recuerdo se mezcla con la emoción. “Le debo mucho al Jubilar. Muchísimo. Este lugar me salvó la cabeza”.
Alan tiene treinta y un años. Es docente en la Unidad de Deporte y Recreación del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa) y ocupa un cargo directivo en el Club Jubilar de Casavalle, fundado el año pasado. “Me emociona ver que hay padres de alumnos que juegan al rugby. Hablás con ellos y te dicen que nunca se imaginaron formar parte de algo, porque la vida que se lleva en Casavalle difícilmente te deja hacerlo. El Club Jubilar de Casavalle les da la oportunidad. Creamos una comunidad y hay que cuidarla”.
El sueño del club es contar con su propia cancha, un espacio que no solo sea útil para el liceo, sino que también sirva al barrio y permita sumar más deportes.
“El club no tiene un ‘sesgo’ religioso, por decirlo de alguna forma. Pero los valores que tiene el club son los mismos que tiene el liceo, que son cristianos. Somos conscientes de que Dios está presente con sus valores”.
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Marta Terra, de cincuenta y ocho años, tenía un plan. Cuando sus cuatro hijos crecieran y fueran independientes, ella dedicaría su tiempo libre a algún voluntariado. No sabía dónde ni cómo. Hasta que Cecilia Virginio, voluntaria desde 2007, le habló de la propuesta del Liceo Jubilar. Se conocían de la parroquia Stella Maris, donde en aquellos años vivía el padre Gonzalo Aemilius, director del centro.
“Me daba un poco de miedo venir aquí y ver una realidad distinta a la mía”.
Empezó colaborando con las comidas los martes. Al principio, solo un día a la semana. El menú era pastel de carne. Luego se sumaron los jueves, con torta de jamón y queso. “Servíamos la mesa con todo lo necesario: servilleta, pan, tenedor, cuchillo. Todo dispuesto para que pudieran comer”. Pero no se trataba solo de servir la comida. Era también un momento para compartir, para charlar.
Dieciocho años después, esto cambió. Aunque aún son muchos los que envían comida, los voluntarios que vienen a servirla son menos.
Pero, dieciocho años después, Marta sigue siendo parte del Jubilar como voluntaria. “Tengo vocación de servicio. Pero no es ni por Dios ni por la Virgen, y eso que soy católica, ¿eh? Re católica. Lo hago por los chicos”.
Hace diez años encontró su lugar en el taller de lectura. “Me enamoré de la propuesta porque es un tête-à-tête con ellos”.
El taller de lectura en el Liceo Jubilar surgió por iniciativa de una docente, que estableció las pautas para que el espacio fuese productivo: no corregir constantemente a los alumnos, usar lo que se lee como ejemplos aplicables a situaciones cotidianas, y establecer un contacto cercano con los estudiantes a partir de lo que leen, sin importar si el texto es bueno o malo.

“Hay una necesidad de que los chicos aprendan a leer. Muchos no saben hacerlo”, dice Marta. El trabajo se realiza en conjunto con la psicopedagoga de la institución, quien lleva a cabo un screening y, según los resultados, deriva a los estudiantes que tienen dificultades tanto en la lectura como en el aprendizaje. “Si un chico no sabe leer, no puede estudiar”.
El libro de cabecera es Misterio en el Cabo Polonio, de la escritora uruguaya Helen Velando. Una vez que los alumnos lo terminan, son ellos mismos quienes eligen qué leer a continuación.
Marta comparte su servicio con quince mujeres, todas de entre cincuenta y ochenta años. Se organizan en grupos para dictar los talleres dos veces por semana, los martes y jueves, durante dos horas cada día. “Cada vez que venimos es una lección de vida. Tengo una tía que es abogada y escribana, y colaboraba con tortas de jamón y queso. Un día me dijo que quería hacer algo más, que sentía que lo que hacía no era suficiente. Empezó a venir conmigo hace tres o cuatro años y se enamoró de los chicos”.
“A fin de año se les entrega un diploma de participación a cada uno y se les pide que cuenten cómo fue su experiencia con la lectura. Se ve una evolución en ellos, son otras personas, sobre todo aquellos que son más rebeldes”, concluye Marta.
Los voluntarios: el corazón del Liceo Jubilar
El Liceo Jubilar no lleva un registro exacto de cuántos voluntarios colaboran con la institución. Se estima que son más de sesenta las personas que, de manera honoraria, ofrecen su tiempo en diversos servicios: apoyo académico, deporte, comida y el Movimiento Jubilar. A estos se suman los colaboradores en general y ‘Las Madrinas’, un grupo de mujeres que apoya al liceo mediante aportes económicos, donaciones de alimentos u otras contribuciones.
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