Sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas, o visitandinas. Quinto artículo de la serie, por el Pbro. Gonzalo Abadie.
Las esperanzas sembradas de ver fundado al fin un monasterio de Salesas en el Río de la Plata se diluyeron no solo porque las monjas francesas de Paray-le-Monial desistieron de su entusiasmo, sino también por la muerte del padre Portegueda, que debió entonar el Cántico de Simeón, como él mismo aludía al momento de su muerte, sin que se concretara su sueño. Las hermanas García de Zúñiga quedan a la deriva, pero se empeñan en llevar una vida religiosa. Entre tanto, otras mujeres en Montevideo sienten el llamado monacal. En este pasaje son evocados los años cuarenta y el primer lustro de los cincuenta. Se hace referencia al presidente Flores y al vicario apostólico José Benito Lamas, cuyo gobierno eclesiástico transcurrió entre los años 1854 y 1857. Aparece en escena el P. Isidoro Fernández, que será quien traiga de Europa a las dos primeras congregaciones religiosas femeninas del Uruguay: las Salesas y las Hijas de María del Huerto. Sigamos a la narradora del Libro de la fundación del Monasterio de las Salesas.
Pero Nuestro Señor, cuyos pensamientos no son los nuestros, había destinado que no fuesen de Maux las fundadoras, sino de Milán, y que fuese otra Luisa [ya no la francesa Luisa Gricourt sino la italiana Luisa Radice] la que viniera a echar las raíces de nuestro santo Instituto, no en Buenos Ayres, sino en la pequeña ciudad de Montevideo, verificándose una vez más que los primeros serán los últimos, y los últimos los primeros, y así mientras que todo parecía anunciar la próxima realización de los piadosos designios de este excelente sacerdote, nuestro Señor se estaba amoldando y preparando aquella que debía ser la piedra fundamental de este hermoso edificio, la cual precisamente en estos días en que el Sr. D.n Pedro Portegueda escribía la carta precedente, estaba ella en ejercicios, preparándose para su solemne Profesión.
Mientras tanto, las madres francesas no escribieron más, sea porque las turbaciones políticas de Buenos Ayres se lo impidiesen o porque la dificultad del viaje y de la empresa las amedrentara. Así el celante [celoso] sacerdote Portegueda no llegó a tener el consuelo de ver establecidas a las Salesas.
Murió en 1832, guardando hasta lo último la esperanza de ver algún día nuestro santo Instituto establecerse en estas partes. Quiso para él, aun después de su muerte, dejar más provecho de su predilección, mandando en su testamento que todos sus bienes, libros y ornamentos quedaran reservados para el uso del capellán de las Salesas, lisonjeándose [alegrándose] siempre de que se realizaría un día esta fundación.
Además destinó algunos fondos para ser empleados en dicha fundación, lo que resultó también en la ventaja de esta casa de Montevideo, pues el finado señor arzobispo de Buenos Ayres, señor Escalada, como albacea de dicho Sr. Portegueda, nos hizo remitir hace algunos años los libros, ornamentos y, además, varias veces, nos envió como limosna los réditos de dichos fondos, por lo cual podemos contar a dicho señor Portegueda en el número de nuestros bienhechores, particularmente [considerando] que nos llegaron algunas veces esas limosnas en los momentos de mayor apuro. Y tal vez a su protección y mediación debemos el ver al fin realizada esta Obra, objeto de tantas aspiraciones, desvelos y trabajos.
Después de la muerte de este celoso sacerdote, nuestras dos hermanas Zúñiga continuaron su vida de caridad y de sacrificio, viviendo en el mundo como unas fervorosas religiosas, todas empleadas en obras de caridad. Viendo que no podía ya realizarse la tan deseada fundación, pensaron en establecer, en la Casa de Ejercicios [ubicada en Sarandí y Maciel], un beaterio [vida comunitaria] en regla pero ni aun esto se pudo efectuar, y así se contentaron con hacer todo lo que podían de buenas obras en dicha casa, de la cual la hermana menor, D.ª Rosa, era la directora, y en la cual se prestó, por muchos años, con mucha abnegación y buen éxito, al servicio de los ejercitantes hasta que el Gobierno se apoderó de dicha casa en 29 de enero de 1849 [en realidad el 27 de enero].
Desde entonces nuestras dos hermanas Zúñiga se dedicaron más que nunca en servir y aliviar a los pobres. Su casa era la cita general de todos los menesterosos, y ninguno acudía a esas verdaderas madres de pobres sin ser consolado y remediado en sus necesidades. No pensaban ya más en el estado religioso, creyendo que Nuestro Señor ya se había contentado con su buena voluntad, y no veían más camino para aspirar a tal estado. Pero Dios ponía estas aspiraciones en algunas almas que debían tener la dicha de ser de las primeras en vestir el hábito de nuestro santo Instituto, y Él mismo las estaba preparando.
Una de ellas que era una buena señora y directora de una escuela, había tenido desde su juventud mucha inclinación a la virtud, sin tener sin embargo ninguna noticia de nuestra santa Orden, y el confesor que la dirigía le decía a menudo: Dios te haga otra santa Juana Francisca. No comprendía ella lo que quería decir con esto, pues no conocía la vida de nuestra santa fundadora, y después de muchísimo tiempo se atrevió a preguntar a otro venerable sacerdote, quién era santa Juana Francisca, a la cual le contestó que era una santa viuda que juntamente con san Francisco de Sales había fundado una Orden en la cual se admiten también a las enfermas, débiles y ancianas, y en la cual también se educaba a las niñas, y añadía: “os digo de parte de Dios que alguien algún día usted llegará ser de esa Orden”. Esa señora estuvo desde entonces tan persuadida que alcanzaría a ser salesa, que aun cuando se suscitaran mil dificultades, ella estaba muy segura de que el Señor se lo concedería.
Otra señora estaba en un pleito por sus bienes, y viendo tantas dificultades para venir a un arreglo, ofrecía a la Santísima Virgen todos sus bienes para la fundación de una casa de educación, donde se propagara la religión. Y manifestó este pensamiento a su confesor, quien le contestó: “¡qué pensamiento tan laudable! Será una casa de san Francisco de Sales”. Y desde aquel momento, en todas las festividades de la Santísima Virgen alcanzaba una sentencia favorable a su pleito. El confesor de ella, mientras tanto, habló con el señor Vicario Lamas, el cual fue del parecer que se guardara secreto, hasta poder conseguir la licencia del señor Presidente [Venancio] Flores, quien se la otorgó reservada.
La que trabajó más en toda esta fundación fue la señora doña Ascensión Alcain, la cual después de haber gastado toda su herencia para comprar el terreno que debía servir a la construcción del nuevo monasterio, se dedicó ella misma a vigilar sobre los obreros. La dedicación incomparable de esta señora, y la parte que tuvo en esta fundación aparecerán mejor en el resumen que ella misma hizo por obediencia, que transcribimos aquí fielmente:
«Desde mi más tierna infancia tuve siempre mucha estimación y atractivo por la vida religiosa, pero nunca tomé la resolución de abandonar el mundo, para no apartarme de mis padres. Cuando llegué a los 23 años me decidí de veras, e iba a entrar en las Catalinas de Buenos Ayres, pero mi padre se opuso, diciendo que no tenía entonces bastante dinero para darme el total, para el dote. Hallé la misma oposición en otra persona de la cual esperaba mucho.
«Escondí pues ese proyecto en un rinconcito de mi corazón, hasta que plugo a Dios satisfacerlo. A la edad de 27 años pedí otra vez entrar en las Catalinas, pero no pude por falta de salud. Pasé once años en la espera, al cabo de los cuales los deseos de mi vocación [seguían] siendo aún muy vivos. Hablé de estos a mi confesor, que era entonces el Rev.do P. Ignacio Yuri, de la Compañía de Jesús, sin esconderle que mi grande satisfacción hubiera sido poder cumplir mis deseos aquí, más bien que en otras partes.
«Me había propuesto, antes, las Hijas de la Caridad, pero como no me sentía aceptando ese partido, me hizo esperar un puesto en un convento de Carmelitas, exhortándome a poner mi resolución bajo la protección de San José. Después de algunos días me dijo:
“Yo estaba por hablar con un digno eclesiástico que hubiera podido secundar nuestros deseos, pero sin saber el porqué, no pude resolverme, espérese un poco, encomiéndese a Dios, ruéguele que le abra otro camino para llegar a conseguir sus designios”.
«Este buen padre, habiendo sido obligado a ir a otra parte, me escribió una carta para decirme haber oído que el Sr. doctor don Isidoro Fernández, director de las Carmelitas de Salta, había llegado a Montevideo, y que yo podía exponer a él mis intenciones. Fui luego a verlo, pero sin decirle que hubiera preferido hacerme religiosa en esta ciudad [Montevideo]. Me prometió su apoyo, añadiendo que guardaba una carta para mí, pero que por entonces no me la podía dar. Algún tiempo después vino a decirme que me debía aprontar para salir con él para Salta. Condescendí con gusto, apurándome para arreglar mis cosas.
«No pensaba más que en mi próxima salida, cuando un día, estando retirada en mi cuarto para atender a mis ejercicios de piedad, oí que una señora, hablando en una pieza vecina, decía que don Isidoro tenía intención de fundar un monasterio de religiosas en Montevideo. A estas palabras, el más grande de mis deseos, que no había sacrificado sino por una absoluta imposibilidad, se despertó en mí con toda su intensidad. Sin embargo, no quise decir ni una palabra, y habiendo renovado mi resolución de salir para Salta, puse este pensamiento en el Corazón de Jesús, suplicándole lo hiciera realizar, si venía de Él. Tres meses se pasaron así, y don Isidoro no habló más de salida. Esta espera tan poco conforme al celo activo de este ministro del Señor, fortaleció mis primeras esperanzas y me animé a hablarle. A decir la verdad temía que mi declaración lo maravillara, sin embargo cobré valor. Opuso desde luego muchas dificultades, pero nuestro Señor me hizo hallar unas respuestas que destruyeron sus objeciones. Me preguntó entonces si estaba dispuesta a hacer todo lo que él exigiera de mí; le contesté luego que sí, con todas las fuerzas de mi espíritu».
Serie completa sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas o visitandinas
Primer artículo: El manuscrito
Segundo artículo: Encender el fuego divino en la Patria Vieja
Tercer artículo: Sor Luisa Benedicta Gricourt
Cuarto artículo: Todo se volvió en nada
Sexto artículo: Un terrible huracán
Séptimo artículo: Pío IX: otra vez Montevideo
Octavo artículo: El enemigo no dormía
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