El impacto del uso de dispositivos electrónicos por parte de niños, adolescentes y jóvenes no es una preocupación. Lo que sí es novedoso es el impacto de las pantallas en la cotidianidad. Con este informe queremos motivar, aunque sea mínimamente, a un diálogo en familia sobre el tema.
Nuestras vidas están rodeada de pantallas. No es nada nuevo, o sí, dependiendo de la edad que tengamos. Seguramente alguien que esté rondando los setenta años recuerde la llegada de la primera televisión al hogar como un hecho impactante, el no va más, y seguramente muchos padres en la segunda mitad del siglo pasado estarían asustados por la cantidad de horas de los más pequeños frente al televisor.
Es cierto, las transmisiones no duraban todo el día, no había televisión por cable con decenas de canales, y la comunicación era de una sola vía —el canal transmitía y el televidente recepcionaba—.
Pero las últimas décadas del siglo XX dieron vuelta el tablero. Primero a las oficinas y después a los hogares llegaron las computadoras personales, al principio para procesar textos y planillas de cálculos, pero más temprano que tarde se vieron sus posibilidades de entretenimiento.
Después llegaron los teléfonos celulares, aparatosos dispositivos que ofrecían, a los selectos clientes, la posibilidad de llamar desde la calle o el vehículo.
Solo faltaba que una idea que había surgido a finales de los años sesenta tuviese la suficiente capacidad de hacerse masiva y global: internet. En ese momento, mediados de la década del noventa en nuestro país, ya estaba todo dado para la convergencia. Treinta años después parece que nuestras vidas no pueden separarse de las pantallas; grandes y pequeñas, fijas o móviles, las pantallas están en todos lados, a toda hora. Con ellas nos despertamos, trabajamos, estudiamos y nos dormimos, nos entretienen, nos aburren, nos informan y desinforman, nos comunican con otros y nos aíslan de los demás…
A los niños, adolescentes y jóvenes la pantalla interactiva los acompaña desde que abrieron sus ojos al mundo. Lo que para sus padres, abuelos o bisabuelos era la vereda, el campito o la biblioteca de la casa, para las nuevas generaciones es la red social, el servicio de streaming o el Chat GPT.
Esta realidad hace que surjan muchas preguntas, principalmente a quienes nos toca ser padres, abuelos, y hasta bisabuelos, en estos tiempos. ¿Cómo acompañar a los más jóvenes en el uso responsable de las tecnologías?, ¿cómo educar sanamente en su uso?, ¿debemos someternos alegremente a los designios tecnológicos o, por el contrario, eliminar su uso definitivamente?
Para empezar a contestar estas preguntas conversamos con Lorena Estefanell, psicóloga e investigadora, que fue parte del panel de expositores de la última edición del Proeducar, organizado por Audec, que tuvo como leitmotiv La IA,¿copiloto o competidor? y que trató sobre las pantallas en la infancia, la convivencia en el mundo digital y el uso de celulares en los centros educativos como algunos de los temas de esa jornada.
Lo mejor para cada momento
Para la psicóloga Lorena Estefanell, es importante a la hora de hablar de tecnología hacer una buena segmentación por edad. “Si pensamos la tecnología como una herramienta, que como toda herramienta depende cómo la persona la use, para qué la use, qué habilidades tenga para usarla, que va a ofrecer oportunidades y también va a implicar riesgos, sería como muy poco intuitivo pensar que puede ser usada de la misma manera independientemente de la edad de la persona”, explica.
Asegura que tanto los padres como los educadores deben tener claro que la tecnología exige un plan educativo anexo, que debe ir evolucionando con la edad. Así como existe una educación inicial, otra primaria y otra secundaria, que los conocimientos no se enseñan de la misma forma ni con los mismos contenidos en los diferentes niveles, de la misma forma se debe ir entrando en el uso tecnológico.
“Hay momentos en la vida donde la tecnología no le aporta nada nuevo al niño. ¿Para qué necesita la tecnología un niño de cuatro años? ¿para comunicarse, para entretenerse, para buscar información? A esa edad, en realidad no aporta valor e implica una cantidad de riesgos, porque mientras que el niño está usando dispositivos no está fortaleciendo otros aspectos que son fundamentales para su desarrollo; el movimiento, la naturaleza, el contacto con otros niños, el aburrimiento”, afirma la psicóloga.
Añade que en la adolescencia la tecnología ofrece oportunidades claras como el acceso a la información, la posibilidad de conectarse y vincularse con otros, ser más autónomos. Aún así advierte que los riesgos también están presentes, pero que son de otro tipo y por eso es fundamental que los adultos ayuden y enseñen a los chicos a discernir.
«Así como nosotros enseñamos pautas de alimentación, higiene comportamiento, así también se enseña el uso de la tecnología»
El poder de guiar
A esta altura nos podríamos preguntar qué se entiende por uso responsable de la tecnología. La respuesta: un uso donde la oportunidad se maximiza y el riesgo queda minimizado. Estefanell explica que se necesita un fuerte involucramiento de las instituciones educativas -en todo nivel-, del estado -a la hora de la regulación-, pero principalmente de las familias. Y hace énfasis en las familias porque sostiene que las instituciones educativas y estatales todavía no están preparadas, y la industria tecnológica “no está pensando cómo ser buena, sino que busca que consumamos los productos tecnológicos, no importa a qué costo”.
Para la profesional, un tema importante es el lugar en el que el adulto se para ante estas situaciones. “Hay padres que me dicen cosas como ‘es espantoso están adictos al celular, no lo sueltan’. Pero justamente es el adulto quien tiene la habilidad de regular el consumo. Somos nosotros los que enseñamos cómo se utiliza la tecnología, para qué, y sobre todo somos los que tenemos el poder para regular su uso. Así como nosotros enseñamos pautas de alimentación, higiene, comportamiento, así también se enseña el uso de la tecnología”, sostiene.
Estefanell también habla de la importancia de los contextos para que los niños y adolescentes desarrollen sus potencialidades. “Las habilidades no se aprenden por maduración, se aprenden por estímulo. Entonces los contextos son fundamentales para que los estímulos estén y los niños puedan aprender”, añade.
El trabajo de educar
“El punto es que educar da mucho trabajo”, espeta la psicóloga. Y agrega: “tener un plan evocativo y estar detrás de estas habilidades siempre va a generar un monto de estrés, de cansancio. Es como que te diga que tu hijo coma bien y se acueste temprano, te va a dar trabajo, no va a ser cómodo, no va a ser fácil”.
Para Estefanell es importante que los dispositivos tecnológicos no sean algo de consumo permanente en la vida de adolescentes y jóvenes, mucho menos en los niños. Es ahí donde entra el trabajo diario del diálogo con los hijos, de los juegos en familia, de la salida a pasear… Y de las discusiones por no dar “canilla libre” al uso de dispositivos tecnológicos.
Como experta en estudios organizacionales, Estefanell el desafío para la familia como para los educadores es grande. “ A la hora de habilitar o prohibir el uso hay que tener una idea de para qué estás haciendo lo que estás haciendo. Si yo habilito la tecnología, voy a tener que luchar contra algunas cosas. Si no la habilito, no voy a tener que luchar, pero tampoco voy a poder educar. Entonces es como ese interjuego entre qué plan tenemos, cómo nos manejamos con esto, entendiendo que el camino siempre es hacia el desarrollo de las habilidades digitales, porque ellos van a vivir con tecnología, nos guste o no”, concluye.
En la voz de: Lorena Estefanell
Psicóloga e investigadora
Máster en Terapias Psicológicas de Tercera Generación Orientación: Investigadora
Maestría en Estudios Organizacionales
Postgrado en Cambio Organizacional con énfasis en comunicación
Tecnicatura y Diplomatura en Terapia Cognitivo-Comportamental (2000 – 2005)
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