Sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas, o visitandinas. Primer artículo de la serie, por el Pbro. Gonzalo Abadie.
Sucedió leyendo el libro de Darío Lisiero, sobre José Benito Lamas, que me encontré con una rápida y fugaz referencia al viaje que en el año 1856 trajo desde el puerto de Génova al primer grupo de religiosas que se estableció en nuestro país. En esa breve alusión se reunían dos noticias que despertaron mi interés, que removieron mi imaginación.
En primer lugar, ese barco traía a trece religiosas destinadas a Montevideo, pero el número concernía no a una congregación, sino a dos —ocho hermanas del Huerto, y cinco monjas salesas—. Yo sabía que ambas fundaciones se habían producido en 1856, pero desconocía que habían puesto pie en esta tierra el mismo día. En segundo lugar, la travesía se había visto acechada por un incendio y una tempestad.
¡Con qué emoción leí más tarde la Historia del Instituto de las Hijas de María Santísima del Huerto, del Pbro. Luis Rodino, esperando alguna noticia más sabrosa sobre el viaje! El historiador dedica cientos de páginas a los primeros treinta años de la congregación en América del Sur, cuya presencia estaba centrada en la fundación de Montevideo. No tuve más remedio, con todo, que contentarme con unas mezquinas líneas:
«Las ocho religiosas salieron entonces del puerto de Génova, como ya se ha dicho, el 23 de agosto de 1856. El viaje fue muy largo y penoso, porque además de las molestias propias de la navegación, el buque que las llevaba al llegar a Bahía, en el Brasil, se incendió; las Hermanas se salvaron, pero tuvieron que permanecer un tiempo en aquella ciudad. Después, en el viaje hacia Río de Janeiro tuvieron que sufrir las consecuencias de una furiosa tempestad, lo que las obligó a demorarse también en esta última ciudad, etapas que indudablemente no fueron placenteras, porque las hermanas tuvieron que pasar por muchas privaciones. La superiora Hna. María Clara Podestá en esa ocasión escribió:
“Los tristes acontecimientos que se suceden en este viaje son innumerables, lo que me hace esperar que la obra hacia la cual nos dirigimos sea verdaderamente de Dios”.
Estas palabras nos hacen acordar de Santa Teresa que cuantas más dificultades hallaba en la obra de la Reforma, con más valor la proseguía porque acostumbraba decir que era señal de que la simiente daría abundante fruto. Continuaba la Hna. Clara diciendo: “Verdaderamente parece que el demonio quisiera impedirnos llegar a Montevideo, pues todo lo intenta para asustarnos, pero es inútil, pues el Señor y María Santísima nos ayudan”.
Y decía verdad porque el 18 de noviembre de ese año las Hermanas llegaron sanas y salvas a la ciudad capital del Uruguay”».
Pensé entonces en esas cartas que las hermanas debieron escribir, relatando las vicisitudes del viaje, ofreciendo pormenores de sus momentos más dramáticos. Alguna de esa correspondencia, como la citada carta de la Hna. Clara, debe encontrarse en los archivos del Instituto del Huerto, en Italia, pero ya quisiera yo que fuese fácil su consulta. Es cierto que no busqué, todavía, información entre las Hijas de María aquí, en la misma Montevideo. Todo esto lleva mucho tiempo. Pero, sin muchas esperanzas, debo reconocer, me resolví a establecer contacto con el Monasterio de las Salesas, en Canelones, por si acaso.
Así fue que realicé una consulta telemática a la superiora del Monasterio de la Visitación —en Canelones—, la madre Margarita. Este fue el diálogo, palabras más, palabras menos:
—Madre, estoy particularmente interesado en ese viaje de 1856 que traía a bordo a las dos primeras fundaciones de religiosas femeninas en el Uruguay. Tal vez usted pueda saber algo…
—Nosotras pertenecemos a un monasterio de clausura, nuestra vida es puertas adentro, contemplativa. En cambio, la vida de las Hermanas del Huerto es activa. Por ese motivo, no va a encontrar un libro publicado semejante al que usted leyó sobre las Hermanas del Huerto. Pero creo que le puede interesar un libro interno, por así decir…
—¿Pero hace referencia al viaje?
—Sí.
—¿Cuenta algo?
—Sí.
—¿Poco?
—Bastante, diría yo.
—¿Usted me permitiría consultarlo? —pregunté casi angustiado, tragando saliva—.
—Sí. Es letra manuscrita, pero creo que va a poder leerla.
—¿Y le puedo sacar fotocopias?
—Eso no, pero hoy cuenta con medios que antes no había, se las va a arreglar, va a ver.
Hace algunas semanas hice mi primera visita al monasterio, y pude conversar con la madre Margarita, separados por la reja que indica que, del otro lado, se abre un mundo vedado al forastero. Y sin embargo, desde el primer instante, sentí que nos conocíamos de toda la vida. Tal es la bienvenida silenciosa, delicada, de una gran alegría espiritual, que allí se respira.
He visitado en una segunda ocasión el monasterio, y creo que deberé hacerlo unas cuantas veces más. La madre Margarita me contó que en el año 2006, al cumplirse los ciento cincuenta años de la fundación, se publicó de modo sucinto la historia contenida en ese libro, en una serie de artículos publicados en Noticeu. Me dijo también que el padre jesuita Pablo Touyá, fallecido recientemente, con motivo de un retiro que dio a las monjas, se entregó fascinado a la lectura del manuscrito.
Y no es para menos, a mí me tiene igualmente enganchado, como si fuese una novela, una buena novela quiero decir. Para mi sorpresa, el inicio del relato se remontaba a 1816, ¡cuarenta años antes de la llegada de las cinco primeras italianas, procedentes del Monasterio de Milán, capitaneadas por la madre María Luisa Radice! Porque el monasterio comenzó a soñarse en el Montevideo de aquel entonces, en el corazón de dos hermanas de prestigiosa familia, Juana y Rosa García de Zúñiga.
Ambas anhelaron lo imposible, soportaron todas las adversidades, empecinadamente envejecieron con el paso de los años, los lustros y las décadas, sin dejarse abatir, y arrastraron tras sí a otras aspirantes a la vida religiosa. Pasados cuarenta años, en 1856, doce aspirantes a salesas aguardaban todavía el milagro que estaba a punto de producirse.
Uno se maravilla de que la Historia de la fundación del Monasterio de la Visitación de Montevideo —como se titula el libro manuscrito—, de casi cuatrocientas grandes páginas, haya querido preservar esos cuarenta años de desierto, ese deseo sofocado una y otra vez, esa espera que duplicó la de la propia Penélope, la del mismo mito por excelencia. La mayor de las García de Zúñiga, Juana María, de 27 años de edad en 1816, en que sintió el llamado a la vida religiosa, tenía 67 cuando finalmente llegaron las primeras salesas a Montevideo.
Imaginaba que el libro comenzaría con la aventura del ya famoso e ignoto viaje, pero también a mí me ha arrastrado la espera de las García de Zúñiga, y me he involucrado en esta antigua historia, que es también la historia de la Iglesia uruguaya, de laicas y laicos, de sacerdotes y religiosas, y de hasta el mismo Giovanni Mastai Ferretti, que conoció a Juana y a Rosa, aquí en Montevideo, durante su estadía siendo un joven sacerdote. En el verano de 1824-1825 tomó conocimiento del deseo que las animaba, y volvió a recuperar el contacto con aquella historia cuatro décadas más tarde, ya en el solio pontificio, ¡y aún recordaba a estas dos mujeres! Entonces sí, hizo uso de su influencia para que los hechos se consumaran finalmente. Cuando la misión parecía fracasar otra vez, él mismo escribió a las monjas de Milán, carta que conserva el manuscrito, para que no tuvieran miedo, y se confiaran a Dios, sin pedir más seguridades. Así comienza esta Historia de las Salesas en el Uruguay. ¿Quién escribe? Es algo que no se revela en un principio.
***
Deus virtutum, convertere; respice de coelo et vide, et visita vineam istam. Et perfice eam quam plantavit dextera tuam Ps. 79. “Dios poderoso, volveos a nosotros: mirad desde lo alto del cielo, visitad esta viña y cuidad de ella. Y perfeccionadla, Señor, ya que la plantaron vuestras manos”.
Realmente se pueden aplicar estas palabras del salmo a esta casa de la Visitación de S.ª María de Montevideo, que es una pequeña viña que Nuestro Señor mismo ha plantado de su bendita mano, y dirigido de momento en momento con su divina Providencia, como se puede ver por el relato sencillo de su origen y progreso. Pues las dichosas hijas que habitarán esta Santa Casa, no deben cesar de clamar a Nuestro Señor para que se digne perfeccionar la obra de su mano, es a saber aquel edificio de santidad que pretende de cada alma, que ha establecido en esta morada santa.
Ya desde el año 1816 algunas buenas y ricas señoras de esta ciudad deseaban establecer un monasterio, y una de ellas, la señorita D.ª Juana María García de Zúñiga, hija del Sr. Brigadier del ejército real, don Juan Francisco García de Zúñiga, que entonces tenía 27 años, había encargado al Rev. Padre Buenaventura Borrás, que hiciera todo lo posible para proporcionar el establecimiento de un convento en esta ciudad, para que ella pudiera satisfacer a sus ardientes deseos de consagrarse enteramente a Nuestro Señor, y que lo pudiera alcanzar más fácilmente de sus piadosos padres, pues así no tendría necesidad de dejar su país para conseguir la realización de sus deseos.
Este Rev. Padre hizo muchas diligencias y empeños en España con la infanta D.ª María Isabel para sacar de allí más religiosas para fundadoras. Esta piadosa señora aceptó con mucho agrado esta súplica y prometió apoyar este designio con su protección; ella se inclinaba más a que se estableciera un Monasterio de Religiosas Salesas, pero siendo el R. P. Borrás monje cisterciense, él deseaba que fuese de Bernardas, a lo cual se conformó la piadosa Soberana, y quiso desde entonces ser considerada como la primera protectora.
Pero Nuestro Señor que en sus divinos decretos había destinado que aquí se fundara una casa de la Visitación permitió que no se pudiese efectuar ese plan, pues mientras se trabajaba con mucha actividad para realizarlo, sucedió la sublevación política de estos países, y por eso se juzgó prudente el dilatarlo hasta unos tiempos mejores. Las piadosas señoras que suspiraban por la dicha de separarse enteramente del mundo para entregarse todas a Dios en la soledad, tuvieron que resignarse a esperar que Nuestro Señor se dignara manifestar por otras su SS.ª Voluntad.
Serie completa sobre el Monasterio de la Visitación y las monjas salesas o visitandinas
Segundo artículo: Encender el fuego divino en la Patria Vieja
Tercer artículo: Sor Luisa Benedicta Gricourt
Cuarto artículo: Todo se volvió en nada
Quinto artículo: El P. Isidoro Fernández
Sexto artículo: Un terrible huracán
Séptimo artículo: Pío IX: otra vez Montevideo
Octavo artículo: El enemigo no dormía
Ver todas sus notas aquí.
3 Comments
Es muy interesante sobre lo que UD está escribiendo. Vivi muchos años en Progreso Canelones , teniendo una relación muy cercana a la Hermanas de la Visitacion , También mi esposo , médico de la zona , El Monasterio fue mi segundo hogar , las Monjas mis madres , amigas y consejeras ,Viví un cortito tiempo con ellas , y gracias a su protección , acogimiento consejos oraciones he salido adelante .Estuve en el primer convento fundado por San Francisco de Sales , en Annecy , comunicándome desde allí una Navidad , con mis amorosas madres de Progreso .
Saluda atte María Elena Protto (Malena)
maleprotto@gmail.com
Cómo siempre el P. Gonzalo Abadie despierta en nosotros el gozo de sus relatos y con una .fuerza tal que nuestra Fé en el Señor se acrecienta Gracias!!!
La pluma y la espiritualidad que emana de estos texto que nos regala el P Abadie nos hacen viajar en el tiempo y disfrutar la lectura de un modo especial Al decir de uno de mis hijos Escrbi que te hace adicto a su pluma Tiene ángel!