Entrevista a la Hna. Tamara Mará, del Cottolengo Femenino Don Orione
Su primera experiencia fuerte en la fe fue a los 16 años y desde ahí comenzó a integrar grupos de jóvenes y a tener dirección espiritual en su parroquia del conurbano bonaerense, Argentina, de donde es oriunda. Tiempo después comenzó a conocer diferentes congregaciones de religiosas y al entrar a una casa del Cottolengo Don Orione entendió que ese era su lugar en el mundo… “el amor fue a primera vista”, cuenta la Hna. Tamara. En la siguiente entrevista Tamara cuenta su experiencia de fe, su vida en el Cottolengo Don Orione de Montevideo y su gran proyecto de vida.
¿Cómo recuerdas tu primer acercamiento a la fe?
Crecí en una familia católica que, aunque no eran muy asiduos a las prácticas religiosas, me brindaron la posibilidad de recibir la fe y los sacramentos desde pequeña. A los 16 años tuve una experiencia fuerte cuando la imagen peregrina de la Virgen de Itatí visitó mi parroquia. Por primera vez sentí la casa de Dios como mi casa, sentí que tenía que integrarme a la comunidad. Hasta ese entonces iba a Misa de vez en cuando. Poco después conocí un grupo de jóvenes de una capilla de mi barrio y me sumé a ellos. Ahí profundicé mi amistad con Jesús en una opción personal sólida.
¿Y cómo fuiste descubriendo tu vocación?
Fue un proceso de años. Empecé a sentir el llamado en el entusiasmo de participar con este grupo de jóvenes en un montón de actividades como el coro, la catequesis, la animación litúrgica y más. Un momento que fue especial para mí ocurrió en un encuentro de jóvenes. A este encuentro habían venido de otras parroquias, incluidos algunos chicos de Chile. Estábamos en ronda, compartiendo la oración y me sentí tan feliz que pensé: yo quisiera dedicar mi vida a que otros jóvenes experimenten lo que estoy sintiendo ahora.
Empecé a conversar de esto con un sacerdote que me fue acompañando, el P. Eduardo, de los Hijos de Santa María Inmaculada. A medida que se iba consolidando el llamado, me fue ayudando también a conocer congregaciones religiosas femeninas, porque no había Hermanas en mi barrio. Visité a varias, todas me gustaban, pero no me decidía por ninguna. Hasta que un día fui con una amiga a conocer el Cottolengo de Avellaneda, apenas entré dije “Es acá, éste es mi lugar”. Obviamente que después el proceso hasta ingresar fue largo. Pero, el amor fue a primera vista podríamos decir.
¿Cuántos años tuviste de preparación para la vida religiosa?
Pertenezco a la comunidad Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, más conocidas como las Hermanas de Don Orione, y tuve cuatro años de preparación, dos de postulantado y dos de Noviciado. Hice mis primeros votos en 2016. Actualmente, me encuentro en la etapa denominada Juniorado, en la cual renuevo los votos todos los años. Es un tiempo en el que continúa el discernimiento y la profundización de la propia vocación, con instancias de formación específicas para nosotras.
¿Qué recuerdos tienes de esos primeros años?
Muchos recuerdos. El primer recuerdo que me viene es la gran ilusión que tenía de entregar toda mi vida y el amor Jesús, que se iba consolidando en una opción concreta. Después, los desafíos de integrarse poco a poco a la vida comunitaria que es tan diferente a como vivía antes. No es nada raro, pero hay horarios para la oración, momentos de reunión con las Hermanas, ese tipo de actividades que en la familia no se hacen o se hacen distinto.
Por último, el gran desafío, el más profundo, fue el de conocerme a mí misma. Las Hermanas me ayudaron a esto, poniendo a disposición herramientas como el test psicológico o diversos cursos de formación, pero el paso es personal.
Al principio me dio miedo tocar áreas de la historia personal que nunca había puesto sobre la mesa, pero con el tiempo, vi que es allí donde se hace presente la misericordia de Dios. Que Él no llama a los perfectos, sino a quien quiere. Y es esa experiencia personal la que hace que lo pueda anunciar así hoy: como el Padre misericordioso que es.
¿Dónde vivís en la actualidad?
En el Cottolengo Femenino de Montevideo. Aquí viven otras tres Hermanas y 88 mujeres, de entre 6 y 88 años, en situación de discapacidad. Somos una comunidad enorme y variada.
¿Cómo es un día de tu vida?
Comenzamos consagrándole la jornada a Jesús. Nos reunimos con las Hermanas en nuestra capilla las 6:15 de la mañana para rezar Laudes y meditar el Evangelio del día.
A las 7:00 voy a los Hogares que coordino, ya que en el Cottolengo las residentes viven en cuatro sectores que denominamos Hogares. Ese el horario en que se levantan las residentes e ingresa el personal de cuidado. Allí acompaño este primer momento del día.
Luego del desayuno la mañana es muy variada. En general llegan los profesionales con quienes trabajamos en equipo abordando las situaciones concretas de las chicas y a veces acompaño algún turno médico fuera del Cottolengo. También, es el momento en el que aprovecho para planificar algunas actividades, ya que las residentes están en los talleres de la Escuela para adultas que funciona aquí mismo.
Me resulta importante estar en el almuerzo para verificar que se alimenten bien, para conversar sobre lo que hicieron en la mañana y más. Luego, almuerzo con la comunidad de Hermanas y me tomo un momento para descansar.
En la tarde, retiro a una de las residentes más pequeñas de la escuela a la que concurre y a las 17:00 nos encontramos todas, Hermanas y residentes para celebrar juntas la Eucaristía. Luego de la misma hacemos un tiempo de Adoración al Santísimo, las religiosas rezamos Vísperas también.
Más tarde vienen algunos profesionales así que continúa la actividad con ellos. Siempre estoy haciendo cursos virtuales, por lo que aprovecho algún momento para estudiar. Después, acompaño la cena de los dos hogares y luego me siento a compartir con un grupo de residentes que se queda en el living a mirar la tele y conversar antes de dormir. A las 21:00 ceno con las Hermanas, rezamos para agradecer a Dios la jornada vivida y nos vamos cada una a descansar.
¿Cómo se combina la vida de oración y de trabajo?
Es siempre un desafío. En el Cottolengo hay siempre mucho trabajo y corremos el riesgo de caer en el activismo. Así que intento estar siempre presente en los momentos comunitarios de oración, como primera opción. En segundo lugar, cuando planifico mi jornada ya pienso en qué momento me voy a reservar un tiempo personal para compartirlo con Jesús.
Parecen cosas muy simples, pero tener esta previsión es la que me ayuda a poner siempre en el centro a Dios, porque eso es lo que da sentido a mi vida religiosa, hacer todo desde Él y buscando su voluntad en cada cosa. Sin la oración se hace imposible.
¿Formás parte de algún otro grupo que haga acción social?
El Cottolengo es mi actividad social. Quizás se puede imaginar como una institución con una vida rutinaria, pero no es así. Aquí estamos permanentemente investigando desde los nuevos paradigmas de discapacidad cómo mejorar la calidad de vida de las residentes.
Ahora por la pandemia de COVID-19 tuvimos que replegarnos un poco, pero normalmente trabajamos en red con otras instituciones para lograr estos objetivos. En esta actividad participan todo el equipo del Cottolengo.
¿Cómo pudieron adaptar sus actividades en el contexto de pandemia?
Al principio fue complicado continuar con las actividades. Los talleres, por ejemplo, como son con profesores del Consejo Directivo Central (CODICEN), se dictaban vía Zoom. Nos pusimos de acuerdo acá en la Institución para acompañar a las residentes en las videollamadas y funcionó muy bien.
Por otro lado, con los voluntarios del Cottolengo, como no podían venir, también continuamos el contacto gracias a la tecnología. Ahora, hace un tiempo que los profesores retomaron su actividad presencial. También, se han reincorporado los voluntarios que realizan actividades sin contacto con las residentes, como quienes nos ayudan a seleccionar las donaciones.
Si tuvieras que decir lo que más te gusta de tu vocación…
Me gusta la vida cotidiana en el Cottolengo, disfruto de conversar con las residentes y del trabajo en equipo… cuando nos proponemos algo entre todos y luego vemos cómo las chicas se van desarrollando en distintas áreas, siempre nos sorprenden.
A su vez, siento fuerte el llamado a comunicar el amor de Dios de diferentes maneras. De nuevo tengo que nombrar al Cottolengo. Don Orione decía que estas casas deben ser “faros para la sociedad”. Así que me encanta acompañar a grupos que nos vienen a conocer para que hagan experiencia de “tocar la carne de Jesús”, como nos pide el Papa Francisco. Tengo esperanza en que pronto podremos volver a abrir nuestras puertas.
Perfil de María Tamara Mará
- Religiosa de la Congregación Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad.
- Nació en Lanús, provincia de Buenos Aires (Argentina) el 16 de febrero de 1984.
- Asistió a la Escuela Nº 8 y a la Escuela de Educación Media Nº 203 “Martín Miguel de Güemes”, en Luis Gillón, Buenos Aires.
- Por un tiempo estudió Medicina.