Lo primero que se muestra no es una cama, ni un comedor, ni una habitación. Lo primero que se muestra es la capilla.
«Acá estamos en el centro de todo”, dice Alejandro, mientras señala este templo de fe, que antecede al hogar. En el Hogar Madre Ana, en la esquina de Millán y Enrique Martínez, el recorrido no es casual: primero lo sagrado, después lo cotidiano. Primero el sentido, después la misión.
El valor de la historia
Alejandro es el administrador de la casa, pero su equipo está integrado por Claudia (jefa), Carolina (trabajadora social) y Alicia (directora técnica, médica). Alejandro destaca que el equipo funciona sin su presencia.
“La realidad es que toda esta obra no tiene su explicación sin hablar antes de las hermanas”, explica, durante el recorrido por sus instalaciones. Es que el edificio guarda una historia larga, densa, casi centenaria. El administrador del hogar intenta ordenar fechas, construcciones y decisiones que se superponen con el paso de los años:
“Las hermanas tienen este lugar hace más de cien años. El primer título es de 1917, cuando empezaron con una escuela en parte de este predio”. Después vinieron las ampliaciones, las alas, los estilos que cambian: madera, hierro, una tercera construcción en 1970 pensada para las religiosas mayores, una especie de hospicio”.
Recién en 1967 aparece la primera planilla como hogar para ancianos. Hoy, el hogar funciona con otra lógica. La congregación es pequeña, la presencia religiosa ya no es diaria. Pero permanece.
En una mesa de reuniones, una silla queda vacía. Nadie la ocupa. “En esa silla se sentaba la última directora religiosa que tuvo la casa. La madre Celina”. La silla libre es memoria y respeto por su legado.
Estar como en casa
En el Hogar Madre Ana se encuentran poco más de noventa adultos mayores. La capacidad total de la institución asciende a las ciento ocho personas.
“Algunos están en habitaciones compartidas, en habitaciones individuales o habitaciones con baño privado. Hay una sola habitación de tres personas, después el resto son de dos o de una. Todo depende del nivel de dependencia en el que se encuentre cada persona”, explica Carolina.
“Se estudia cada caso, los evaluamos en equipo. Y después que están ubicados, sean dependientes en un área de autoválidos o a la inversa, no los podés mover porque ya se adaptaron. Desde nuestro lugar, buscamos su adaptación, porque significa que están a gusto. De hecho, cuando ellos dicen que vienen a su casa, salen con sus hijos o con sus familiares, y dicen, queremos volver a casa… en ese momento, para nosotros ya es una misión cumplida. Ya están en su hogar y lo sienten como su hogar. No hay mayor regalo”, reconoce Alicia.
Lógicamente, los residentes presentan distintas realidades. Algunos solo pasan unos pocos días. Otros, en cambio, llevan más de veinticinco años en el hogar.

Necesidades y respuestas
El equipo del Madre Ana está integrado por setenta funcionarios, distribuidos en todos los turnos. Hay diferentes áreas: “Las enfermeras son las que se encargan de toda la parte de atención de médicos, controles, la comunicación con el familiar directo, sistema de medicación, traslados, coordinaciones. En este momento tenemos licenciadas en nuestro equipo, por ejemplo, la jefa de enfermería. En total son once enfermeras, y en la actualidad podemos decir que cubrimos los tres turnos —mañana, tarde y noche— con nuestro personal. Después, por supuesto, tenemos toda la parte de auxiliar de servicio, que cumplen la función de higiene y confort de los residentes y a su vez la limpieza de toda el área del hogar”, detalla Claudia.
No obstante, también hay otras áreas que deben atender: “Hay personal enfocado a limpieza o también para el área de cocina, que se encarga exclusivamente de elaborar las cuatro comidas para las más de noventa personas, considerando las dietas y los emplatados, porque hay abuelos que requieren determinada facilidad en la presentación de la comida. Y, por supuesto, el personal del lavadero, que es fundamental”.
Por su parte, Alejandro contextualiza: “El Ministerio de Salud Pública para las instituciones que trabajan en salud, en cuidados, tiene una doble clasificación: instituciones con fines de lucro e instituciones sin fines de lucro. Las instituciones sin fines de lucro son hogares, en las cuales básicamente la diferencia es que no hay una empresa por detrás. En este caso es una institución religiosa, pero en otros son asociaciones civiles. Las hermanas trabajan en la educación y en el cuidado de primera niñez, entre otras tareas que tienen”. En cuanto al contexto de trabajo explica que se afronta una realidad complicada: “en algunos casos contás con una familia presente, y en otras situaciones lamentablemente está el adulto mayor solo, sin contexto familiar ni seguimiento”.
Una tarea vocacional
Sin dudas, para realizar la tarea de cuidado en adultos de forma correcta es necesario una formación , pero principalmente una vocación. El administrador del hogar explica que para la propia comunidad religiosa esto ha transitado un cambio en este aspecto. “La congregación como tal, hoy es muy pequeña, con muy pocas religiosas, con varias obras abiertas. Pero cuando inició este proyecto en 1967, tenía un número importante de hermanas. Algunas enfermeras y otras que estaban en el servicio, en la cocina, en las tareas básicas que realizaban directamente ellas. Hace diez u once años que dejó de haber una presencia casi diaria de una religiosa por el hogar, porque las últimas que estuvieron lo hicieron como residentes, por cuestiones de salud. Entonces también para quienes hoy estamos, continuar con ese espíritu, con la protección o la educación hacia el Perpetuo Socorro, también es un desafío, porque hoy tenemos funcionarios que son creyentes, y funcionarios que lógicamente no comparten la fe. Pero la atención debe ser siempre la misma: de calidad”.
Para Carolina, en pos de dar los mejores cuidados a quienes residen en el hogar, el fomentar los vínculos es muy importante, y sobre todo las necesidades de acompañamiento. ”Esa demanda de querer llamar al familiar. Bueno, intentamos, pero a veces no hay respuesta. O sea, a veces es que te tomes el tiempo y es el gastar el tiempo en el buen sentido de sentarte un rato, conversar y que se desahoguen. Eso es muy importante para ellos”, explica.
Alicia agrega que “hay gente que aparece en los días puntuales. El Día de los Abuelos aparece un montón. Ese día tenemos una fiesta y vienen personas que nunca viste. Y Claudia complementa: “para el Día de los Abuelos venimos organizando hace un par de años una fiesta grande. Es como un gran cumpleaños.
Otro tema que trae Carolina es el las actividades. ”Actualmente tenemos una fisioterapeuta, tenemos una profesora de manualidades. Y bueno, es esto, en relación a la dependencia de los abuelos y qué cantidad asiste a esas actividades es que nos planteamos qué otro tipo de actividad se puede brindar”.

El hogar como nueva casa
El ingreso al hogar no es uniforme. Hay particulares, cupos del BPS por bajos ingresos y casos que llegan derivados por parte de la comunidad del Perpetuo Socorro.
“Los residentes llegan por cualquiera de esas tres vías, pero en todos los casos reciben la misma atención”, subraya Carolina. Algunos vienen por recuperación y se van. Otros vuelven. Otros se quedan para siempre.
La pregunta que queda flotando no es cómo funciona el hogar, sino por qué sigue funcionando.
Alejandro responde sin reparos: “Hay mucho de vocación en todo esto”. Y también un desafío: continuar un espíritu cuando ya no están quienes lo encarnaban a diario.
Al final, Alicia agrega: “Es un trabajo hermoso. Muy especial… y muy hermoso”.
En el Hogar Madre Ana, la casa no es un lugar de paso. Es, para muchos, el último lugar donde volver a decir “hogar”.
Iglesia Católica de Montevideo

