Los cristianos y el discernimiento a la hora del voto. Por Mariana Pomiés y Rosario Queirolo.
El próximo domingo 27 de octubre volveremos a elegir representantes para las cámaras de diputados y senadores, la fórmula presidencial (presidente y vice), y tenemos que decidir si apoyamos o no dos plebiscitos: el de la seguridad social y el de los allanamientos nocturnos. La democracia uruguaya es una de las más sólidas de nuestro continente, y también del mundo. Contamos con un sistema de partidos estable, en el cual dos de los tres partidos políticos mayores son tan antiguos como el país (Partido Nacional y Partido Colorado), y el tercero ya cumplió los cincuenta años (Frente Amplio). La mayoría de las uruguayas y los uruguayos se sienten cercanos a algún partido político, y desde hace ya muchas semanas, e incluso meses, tienen definido qué van a votar.
En este sistema de partidos, no hay un único partido político que represente de forma privativa los intereses de quienes profesan la fe católica. En parte, porque quienes nos definimos como católicas/os tenemos preferencias heterogéneas y opiniones diversas. Entonces, ¿existe algo en común que podamos tener en cuenta a la hora de votar este domingo?
Los cristianos estamos invitados a construir el “reino” ahora, allí donde estemos. Construir el “reino” significa trabajar por construir un mundo más justo, más igualitario, más solidario, donde nadie sea postergado, olvidado, discriminado, donde todos sientan que pueden vivir dignamente y elegir cómo hacerlo. Vivimos en un país con importantes problemas sociales. Las encuestas de opinión pública indican que las uruguayas y los uruguayos consideramos que la inseguridad pública y la violencia son el principal problema que tiene el país, seguido de los problemas económicos, entre los cuales la pobreza ocupa un lugar central. La preocupación por lo que sucede en la sociedad forma parte de la misión de la Iglesia y, como tal, debería continuar interpelándonos. Cada cristiano está llamado a asumir esta realidad y sus desafíos como propios, a su manera, desde su lugar y a poner el granito de arena que pueda.
La participación directa en la política es una de las formas de compromiso. Hace un tiempo el General de los Jesuitas, el padre Arturo Sosa, planteaba que si realmente queremos una sociedad más justa debemos involucrarnos en los lugares donde podemos generar más impacto, más transformaciones, y si no intentamos cambiar esta sociedad desde las estructuras, es muy difícil que los cambios se den rápidamente. La movilización política que hemos visto en estas semanas de campaña política es un indicador de la cantidad de personas que se involucran y buscan generar esos cambios. Trabajar en política es una de esas formas de involucrarse, y como tal, es importante que la valoremos. Se necesitan políticas públicas que nos ayuden a cambiar esas estructuras que originan y reproducen los principales problemas sociales. Para ello necesitamos involucrarnos.
Votar con conciencia de qué estamos votando es también involucrarse. Ningún cristiano debería votar a desgano, sin preocuparse por elegir aquella opción que crea que más impacto tiene en mejorar la vida de quienes tienen menos posibilidades y herramientas para la vida. Tal vez deberíamos ponernos como horizonte, no votar pensando en el beneficio propio, o de nuestras familias o círculo más cercano, sino de una vida más digna para todos y así acercarnos a la construcción del “reino”.
Probablemente buscando lo mismo, podamos votar diferente, ya que tenemos distintas simpatías, tradiciones e historias políticas, visiones de la realidad diversas. Sin embargo, nos puede unir la intención por esa sociedad más justa e igualitaria. Si compartimos ese punto de partida, será más fácil respetar el discernimiento y las decisiones del otro, confiando en que a su modo y desde su lugar, buscamos lo mismo.