Entre los recuerdos que guarda la historia, que algunos documentos olvidan y las tradiciones avalan, hay uno casi desconocido: la profunda amistad y cercanía que tenían el poeta de la patria Juan Zorrilla de San Martín y Mons. Jacinto Vera.
Primer momento
Don Jacinto era un vecino más en aquel Montevideo; le gustaba recorrerlo a pie y allegarse a la casa de algún amigo para compartir con la familia un rato de expansión. Siempre era bien recibido y por más agasajos que quisieran tributarle a su ilustre visita, él jamás se sentía alguien especial, sino que confundía su presencia como un miembro más de ellos.
Hasta la calle “del Uruguay n.º 1” (hoy conocida como Avenida Uruguay) esquina Ciudadela caminaba don Jacinto para visitar la familia de Juan Ildefonso Blanco, en una majestuosa casona que había construido el ilustre constituyente don Juan Benito Blanco y que ahora ocupaba su hijo.
El joven Juan Zorrilla de san Martín, su hermano Alejandro y su padre Juan Manuel, eran muy allegados a la familia.
Juancito, como lo llamaban, había puesto sus ojos en una de las hijas del dueño de casa, Elvira, y sus visitas de cortesía se hacían bastante frecuentes, aunque aún nada oficial sucediera al respecto.
La más pequeña de la familia Blanco, Concepción, a quien llamaban cariñosamente “Cochonita”, recibía también a los invitados y estos respondían con demostraciones de cariño.
Pasado el tiempo, la hija menor del poeta, en su libro Momentos Familiares, recogió una anécdota de esas visitas, que le escuchó contar a su padre. La transcribo textualmente:
“Al llamado del aldabón de la gran puerta de roble, acude el mucamo Luis; introduce un personaje casi familiar en el ambiente, que llega de visita; aquella voz armoniosa, consoladora, acariciante del recién llegado, habla paternalmente a la pequeña:
—¿Cómo está mi amiga Cochonita?
—Muy bien, gracias…
—Y tus muñequitas ¿ya están bautizadas?
—Sí.
—¿Cómo se llaman?
—Mariquita y Ramonita.
—Y tú ¿a quién quieres más, a Tata Dios o a San Antonio?— sabía que la niña era muy devota del santo.
—¡A san Antonio!— contestaba la niña apresuradamente.
Mons. Jacinto Vera, primer obispo de Montevideo, que tal era el visitante, reía de buena gana con la inocente respuesta infantil, penetrando en el salón donde no tardaba en rodearlo la familia entera, que veneraba su presencia. Su silueta grave, su sonrisa que ahuyentaba rencores, su conversación cautivante por su ingenuidad, lo convertían en el centro de gravedad de las reuniones, ya en las alegres como bautismos y casamientos, ya en las enfermedades y duelos: se le consideraba ‘el santo’, no sin fundamento…”.
Elvira Blanco Sienra será la primera esposa de Juan Zorrilla de San Martín. Este, una vez viudo, contrajo matrimonio con la protagonista de la anécdota, Concepción Blanco Sienra, madre de quien la escribe, Concepción Zorrilla de San Martín de Mora.
Segundo momento
Los hechos que se vivían en nuestro país, contrarios a la fe cristiana, hicieron que el padre de Juan Zorrilla decidiera que su hijo fuera a realizar su carrera de derecho a Chile, cosa que lo alejaría del Uruguay esta vez desde 1874 hasta 1877. Regresó con su título de abogado y con un libro publicado: Notas de un Himno.
Quisiera recordar que en Chile, durante su estadía de estudiante, había fundado un diario católico, La estrella de Chile, donde ponía al corriente de las noticias de la Iglesia y abría espacios para la cultura. Sería el modelo de El Bien Público, que años después fundó en nuestro país).
El 15 de julio de 1878 Mons. Vera es designado primer obispo apostólico del Uruguay. El nombramiento de Mons. Vera como obispo era una gloria para el territorio nacional (gloria que hasta nuestros días ha dado su fruto). Juan Zorrilla de San Martín acompañó su “consagración” como ferviente católico.

Fotografía de don Juan Zorrilla de San Martín.
Desde ese momento sentía aún más el deseo de comprometerse en el anuncio del Evangelio en una sociedad que se iba descristianizando, a pesar del denodado esfuerzo que llevaba adelante el flamante obispo.
Tercer momento
El amor a Elvira Blanco se había mantenido intacto en el joven poeta, que ahora sí confirmaba su noviazgo. Deseaba poner fecha a su casamiento ya que lo habían nombrado “juez por el departamento de Montevideo”, y eso hacía posible que pudiera mantener un hogar.
Pasado el tiempo los amigos de la familia Zorrilla y de la familia Blanco recibían esta invitación:
“Juan Ildefonso Blanco, participa a Ud. el casamiento de su hija Elvira con el doctor Juan Zorrilla de San Martín; les invita a presenciar la ceremonia que se dignará bendecir, en nuestro oratorio particular, el Ilmo. y Rxmo. Sr. Obispo, Monseñor Jacinto Vera, a las 10 de la noche el próximo 19 de agosto” (1878). Calle del Uruguay n.°1.
Un tiempo después, el 1.º de noviembre de ese mismo año, Zorrilla de San Martín hizo realidad el deseo que sentía desde tiempo atrás. Con un grupo de amigos fundó El Bien Público, diario católico que mantendrá encendidos los valores de la fe, defenderá la Iglesia y su doctrina y será un signo de cultura y religión en el ambiente montevideano, que día a día permeaba más su laicismo.
Cuarto momento
La turbulenta nación aquietada ahora en el orden por un gobierno diferente necesitaba contar su historia. El 19 de mayo de 1879, en la ciudad de Florida, con motivo de la inauguración del Monumento a la Independencia, Zorrilla de San Martín recitó —aunque no fue el ganador del primer premio en el concurso de poesía llevado a cabo para el acontecimiento—, por primera vez, La Leyenda Patria. El pueblo aclamó su épico poema, lo sintió el Homero criollo, capaz de cantar la gesta histórica en el verso.
Ese mismo día, regresado a Montevideo, en casa de don Juan Ildefonso Blanco, se reunió un selecto grupo de amigos para homenajearlo, uno de ellos era don Jacinto.
Quinto momento
Trazando un paralelismo somero de la vida de ambos, podríamos decir que los dos conocieron la incomprensión y la veneración popular, sufrieron el destierro, se aferraron inquebrantablemente a la fe; la figura de la Virgen fue una devoción fuerte en ambos. Uno dejará escrito en su escudo episcopal el lema Jacinto vencerá por María; el otro tendrá una especial devoción a nuestra Señora bajo la advocación del Carmen, y le dedicará la capilla de su casa de veraneo en Punta Carretas.
La humildad fue una virtud a flor de piel en monseñor Jacinto Vera, como señalan los testimonios de quienes lo conocieron, de quienes recibieron un consejo, una palabra de aliento, una sonrisa o una caricia. La humildad del venerado obispo despertó también el ejemplo de muchos jóvenes cristianos. Quizá por su cercanía, pero sin restarle mérito a su carácter, entre ellos se cuente don Juan Zorrilla de San Marín, contertulio habitual del Club Católico —fundado por don Jacinto en el año 1875— institución que le encomendó las palabras de despedida al obispo ilustre.
El poeta supo llenar sus labios con el sentimiento de un pueblo para pronunciar la palabra justa, el concepto acertado, la congoja esperanzada de aquellos que le prestaron la mirada húmeda frente al inmóvil cuerpo del amado prelado.
El joven Zorrilla de pelo oscuro, casi imposible de adivinar en nuestro imaginario popular (tenía 25 años), ardía de fervor al pronunciar en el atrio de la Catedral de Montevideo su discurso; no podía disimular su emoción que unía años de amistad, encuentros de familia, recuerdos de renuncias y de logros, donde la figura de don Jacinto siempre había estado presente.
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Excelente artículo, con inteligente y sencilla pluma escrito. Que grandes hombres de Fe y devotos de María Santísima nos regaló la Providencia en este azotado País por un mal entendido laicismo.- Laicismo muchas veces de mala Fe por aquellos gobernantes que rechazaron a Cristo, generalmente adoradores de belcebú en sus grados altos.-