Del 8 al 18 de septiembre, la Arquidiócesis de Montevideo peregrina a Roma en el marco del Jubileo de la Esperanza. Escribe Sebastián Sansón, desde Roma.
Roma, la Ciudad Eterna, vuelve a ser escenario de una historia que se repite con cada jubileo y que nunca deja de ser nueva: la de hombres y mujeres que, dejando su tierra y sus rutinas, se ponen en camino en busca de un encuentro más vivo con Cristo. Esta vez es la Arquidiócesis de Montevideo la que emprende su peregrinación hacia el Jubileo de la Esperanza convocado por el papa Francisco para 2025.
Del 8 al 18 de septiembre, un grupo de más de 40 peregrinos, integrado sobre todo por personas mayores, recorre Italia con el corazón abierto y la esperanza encendida. Las misas diarias, las visitas a las basílicas papales, los momentos de oración comunitaria y las caminatas por las calles empedradas de Roma se entrelazan con la emoción de sentirse parte de una Iglesia universal que no conoce fronteras.
Una homilía que pone el corazón en lo alto
El camino alcanza uno de sus puntos más hondos en la misa presidida por el cardenal Daniel Sturla en la Basílica de los Santos Doce Apóstoles. Este templo, cercano a Piazza Venezia, guarda en su cripta una imagen de la Virgen de los Treinta y Tres, patrona del Uruguay. Cada mes, los uruguayos residentes en Roma se reúnen allí para celebrar la eucaristía y presentar sus intenciones. Esta vez, por las obras de restauración, la imagen se traslada a una de las naves laterales. Y es justo en ese lugar donde Sturla celebra la misa para la delegación montevideana, enmarcada por las banderas del pabellón nacional y de los Treinta y Tres Orientales.
La eucaristía es concelebrada por el vicario pastoral de Montevideo, padre Sebastián Pinazzo, y el capellán de la comunidad uruguaya en Roma, padre Arturo Bellocq. También participan uruguayos residentes, entre ellos el doctor Guzmán Carriquiry, exembajador del país ante la Santa Sede. La comunidad reza, canta y agradece: es un momento de fuerte identidad y pertenencia, donde la fe que cruza el océano se hace visible en torno a María y al altar.
Desde el ambón, el arzobispo de Montevideo recuerda que todo camino de fe se funda en un hecho radical: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios”.
El purpurado invita a mirar la vida desde la Pascua, a recordar que en el bautismo “fuimos sepultados con Cristo y resucitados con él”. Y advierte con franqueza que el corazón humano suele desviarse: “De querer las cosas de arriba pasamos a querer las de abajo, que son fantásticas, preciosas… pero el tema es dónde ponemos el corazón”.
Aclara que no se trata de despreciar los bienes de este mundo. Con ejemplos pintorescos —el chocolate, el whisky, la cerveza elaborada por monjes— recuerda que la belleza y el disfrute también forman parte de la vida cristiana. “El tema es el lugar que le damos a cada cosa”, insiste.
Al reflexionar sobre las bienaventuranzas, señala que el Evangelio no puede reducirse a frases sueltas, sino que pide vivirse en su conjunto, con intensidad. Y ahí vincula la peregrinación como una forma concreta de encarnar la fe: “Parte de esta vida intensa del Evangelio es peregrinar, ofrecer los inconvenientes, disfrutar de todo lo disfrutable, dar gracias a Dios por ello, ayudarnos unos a otros, darnos la mano, esperarnos”.
Su prédica concluye con un llamado a custodiar la fe en Uruguay. “La llama de la fe católica está encendida, y eso depende de nosotros”, exhorta. A la vez, recuerda la centralidad de María, patrona del país bajo la advocación de la Virgen de los Treinta y Tres, y anima a participar en las iniciativas impulsadas desde la Arquidiócesis para celebrar el bicentenario de la Virgen de los Treinta y Tres.

“En cada esquina se siente al Espíritu Santo”
En medio de la emoción de los cantos, los abrazos y la solemnidad de las basílicas romanas, los peregrinos uruguayos comparten sus impresiones. Juan Medina, un joven de la Sociedad de San Juan, vive la experiencia como un “regalo increíble de Dios” que jamás olvidará.
“En cada esquina, en este Año Santo, se siente al Espíritu Santo, que nos regala alegría. Estamos todos muy ungidos. Hemos venido desde Montevideo con un grupo numeroso de personas, de edades distintas, en las que nos hemos podido encontrar y compartir la vida y la fe”, relata con entusiasmo.
En Roma, ante los monumentos y las reliquias de los santos, reafirma su deseo de seguir adelante: “Es nada más que reafirmar la fe y reafirmar que este es el camino por el que quiero caminar”.
Caminar en comunidad
Ana María Sapriza también se emociona al contar su vivencia. Para ella, la peregrinación es un “regalo del cielo”, casi inesperado, pues se enteró de la iniciativa al encontrarse con una amiga en la parroquia y no dudó en sumarse. Lo hace acompañada por su nieta Milagros.
“Nos preparamos con varias reuniones para conocernos. El padre Sebastián nos explicó la bula del jubileo del papa Francisco y nos dividió en grupos para compartir la expectativa de los lugares que íbamos a visitar”, recuerda. Esa preparación previa va moldeando una comunidad de peregrinos que luego se consolida en las calles de Roma.
Entre los momentos más fuertes, destaca el cruce de la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor, entonado con cantos, y el encuentro con el papa bajo una lluvia torrencial durante la audiencia general del miércoles 10 de septiembre, mientras flameaba la bandera uruguaya.
La peregrinación también incluye un viaje a Asís, la ciudad de san Francisco y santa Clara. Allí, los uruguayos recorren las callejuelas medievales, rezan en las basílicas y sienten la frescura de un testimonio evangélico que sigue inspirando al mundo. “Como conclusión que saco, tengo que ser más apostólica para renovar la fe de mis hijos y de mis nietos”, reflexiona con franqueza. “Me parece que todavía tienen que afirmarse más en la fe”.

El sabor de lo eterno
El Jubileo de la Esperanza convoca a miles de peregrinos de todo el mundo. Uruguay no es la excepción, y la presencia de la arquidiócesis capitalina en Roma pone de manifiesto un dinamismo que supera fronteras.
Lo que comienza como un viaje compartido se transforma en una experiencia profunda de fe, comunidad y gratitud. Los relatos de Juan y Ana María dialogan con las palabras del cardenal Sturla: peregrinar es aceptar las incomodidades, disfrutar de lo disfrutable, dar gracias y ayudarse unos a otros.
En Roma, ciudad donde late el pulso de veinte siglos de cristianismo, los peregrinos uruguayos redescubren que la fe no es un recuerdo ni un mero patrimonio cultural, sino una llama viva que pide ser cuidada. El camino jubilar los invita a levantar la mirada, a poner el corazón en lo alto, a confiar en que la esperanza no defrauda.
Quizás esa sea la enseñanza más clara que dejan estos días en la Ciudad Eterna: que, aun en medio de las dificultades, peregrinar juntos es recordar que lo eterno ya se saborea en el presente.
«Parte de esta vida intensa del Evangelio es peregrinar, ofrecer los inconvenientes, disfrutar de todo lo disfrutable, dar gracias a Dios por ello, ayudarnos unos a otros, darnos la mano, esperarnos»
Card. Daniel Sturla


1 Comment
excelente experiencia !!!!!!!!! tuve el honor de estar