Columna de opinión de Tomás Tejeiro, publicada en el diario El País
Por Tomás Teijeiro
Hace unos meses reflexionaba sobre como el relativismo ha pretendido dejarnos huérfanos de creencias y de Dios a golpe de su soberbia mal fundada en un racionalismo rengo y secularizador que se quedó corto para explicar las cuestiones fundamentales de la vida.
Decía que hoy solo se sostiene, aunque parezca una broma, de manera dogmática. Su fracaso en las sociedades libres se muestra tan estrepitoso, que vemos como muchas de ellas, por caminos por cierto a veces diferentes a los tradicionales, buscan la manera de acercarse a lo trascendente.
Y esto es la consecuencia de una verdad ineludible: cuanto tiene el hombre de libre, cuanto tienen las sociedades más avanzadas de libertades y derechos, se lo deben principalmente a Dios. Donde está Dios la vida es mejor. Así es que una de las principales causas de que en las sociedades occidentales disfrutemos de las libertades que gozamos es precisamente nuestra tradición judeo cristiana. A pesar de esto, las agendas enlatadas y la liviandad relativista muchas veces nos llevan a banalizar cosas graves, como por ejemplo relativizar el valor de la vida humana. Leyendo las noticias sobre la polémica generada en los últimos días con referencia al caso en que una ecografía mostró que una persona (con forma de feto) seguía viva tras los procedimientos para la interrupción voluntaria del embarazo (eufemismo con el que se denomina el acto de matar a un no nacido), no puedo dejar de pensar en la forma con que se abordan los temas.
El análisis semántico de como se tratan en el día a día los hechos que se suceden en una colectividad dice mucho de ella misma. Insisto en que en estas líneas no pretendo hacer valoraciones sobre el hecho, ni sobre el accionar de las partes, sino sobre la forma en que el mismo trasciende.
“Feto seguía vivo tras interrupción voluntaria del embarazo”
“Intervino para obstaculizar su proceso de interrupción voluntaria del embarazo”
“Control final del proceso de interrupción voluntaria del embarazo”
“Determinar que la mujer ya no estuviera embarazada”
“la ecografía reveló que el feto aún tenía vida y los fármacos administrados no habían terminado con el embarazo”
“redirigir el proceso de atención para que acceda al servicio al cual tiene derecho”
“en la práctica, aunque las pacientes hayan sobrepasado la semana 12 de gestación, se suele interpretar que si comenzaron el proceso antes de ese momento pueden concluirlo”,
“no es la primera vez que hay ‘interferencias'», pero “nunca de esta gravedad”.
“hay dos posturas al respecto: quienes sostienen que si el procedimiento se empezó se tiene que terminar, y quienes argumentan que pasadas las 12 semanas ya no se debe interrumpir el embarazo”
Hay agendas que nos desnaturalizan y nos alejan de nuestra esencia, estas nutren actos, y los actos abonan la cultura de nuestra sociedad, y así también el lenguaje y las formas. Atendiendo a estas, por momentos parece que la cultura de la muerte prevaleciera sobre la de la vida.
San Ignacio, citando el Evangelio decía “¿de que sirve ganar el mundo, si al final pierdes el alma?”
La realidad nos interpela. Como sociedad deberíamos pensar de que lado estamos, ¿con la vida, o con la muerte? ¿Estamos dispuestos a perder el alma?