Reflexión del arzobispo de Montevideo, cardenal Daniel Sturla, sobre el proyecto de ley de eutanasia.
Hace muchos años, quien en ese momento era un legislador recién llegado a la cámara de diputados y que después sería presidente de la República, en uno de los primeros libros-biografía que se publicaron sobre él, decía:
“Me parece que las cosas importantes siempre son sencillas, en cambio, aquellas que no se pueden transmitir con sencillez, es que al fin de cuentas no son tan importantes. La cuestión es hacer accesible lo que se quiere decir. Al fin de cuentas, los problemas esenciales son de una sencillez brutal.”
Esta afirmación parece muy discutible. La vida de por sí es tremendamente compleja, lo es mirada desde todos los ángulos de esta “bella nave azul en la que navegamos”. Somos complejos los seres humanos y lo es la vida en sociedad. Nos cuesta conocernos a nosotros mismos y ni qué decir llegar a conocer a otros. El conocimiento cabal de cualquier saber humano requiere mucho estudio, concentración, disciplina. Comunicar lo que uno sabe o lo que uno piensa u opina, tampoco es sencillo. Sin embargo coincido con el entonces legislador Mujica: “los problemas esenciales son de una sencillez brutal”. Es que muchas veces el problema termina siendo entre el bien y el mal, no entre “malos y buenos”, que ya es otro cantar.
Es lo que se nos plantea frente al proyecto de ley de eutanasia. Nadie quiere sufrir ni ver sufrir a los que ama. Ahora bien, sabemos que el sufrimiento es parte de la misma existencia humana. ¿Cuál es la solución cuando la persona está en una situación de enfermedad irreversible? ¿Cuándo una persona tiene sufrimientos insoportables? Pero, ¿y quién tiene el medidor? ¿Hasta dónde hay que llegar? La persona que sufre y que siente que es un peso para otros, ¿es libre de tomar una decisión?
La legislación uruguaya, atendiendo los avances de la ciencia médica, ha promulgado una ley de cuidados paliativos que parece dar alivio a casi todas las situaciones, y la ley es por definición para la generalidad. ¿Para que necesitamos entonces una ley que, por más garantías que tenga, supone un nuevo menoscabo al derecho fundamental de todo ser humano que es el derecho a la vida?
¿Optar por la vida o por la muerte? ¿Defender el derecho a la vida o no? ¿Cuidar a una persona hasta el fin natural de su existencia u ofrecerle el atajo de la muerte? ¿Aliviar el sufrimiento aun cuando esto acelere un proceso irreversible o sencillamente quitarle la vida? ¿Cuidar o matar?
Como alguna vez he recordado en estas mismas páginas (aunque ahora algunos le niegan veracidad a la anécdota) la famosa antropóloga Margaret Mead, a la pregunta de un estudiante sobre cuál era el primer signo de civilización que ella había encontrado, respondió: un fémur humano curado. La razón es fácil de entender: esta persona humana primitiva recibió ayuda de otros. Se dice que Mead concluyó: «Ayudar a alguien en sus dificultades es donde comienza la civilización».
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Me encantó,hasta la ciencia da su respuesta! Un fémur curado significa todo lo expresado y mucho más! Yo deseo aguantar el dolor y que mi familia no afloje y estén acompañándome como yo los acompañe a cada uno!!