Merendero de la Parroquia de los Vascos. Por el Diác. Juan de Marsilio.
En Julio Herrera y Obes entre Mercedes y Colonia, a media cuadra de la Plaza Fabini, mejor conocida como Plaza del Entrevero, en pleno Centro de Montevideo, se encuentra la Iglesia de la Inmaculada Concepción (Parroquia San Miguel Garicoits), mejor conocida como la parroquia de los Vascos, esa en la que allá por la década de 1910 fue organista Clemente Colling, quien poco más tarde le enseñaría composición y armonía a un jovencito llamado Felisberto Hernández, que lo retrataría en su novela de 1942, Por los tiempos de Clemente Colling. Pero en la tarde de hoy no he llegado a la parroquia para conversar sobre música o literatura, sino sobre miserias varias, compasión, galletitas, sándwiches y café con leche.
Humildad
Me demoro en el trabajo y llego con algo de retraso. Me reciben Teresa y Eduardo, que atienden la merienda los martes, mientras que Estela y María —a quienes dejo saludos— lo hacen los jueves, ambos días entre las 16:00 y las 17:00. Con una humildad que me abruma, me cuentan que solo dan una merienda —una cocoa o un café con leche, un sándwich, acaso un pan con dulce o unas galletitas— que solo son cuatro, que solo atienden dos veces por semana y solo a unas quince o veinte personas —aunque cuando la reciente alerta por los fríos extremos llegaban a pasar por ahí cincuenta o sesenta—, que solo están en esto desde 2023…Y cuantos más “solos” amontonan más se atornilla en mí la seguridad de que Dios dice y hace mucha cosa mediante estas pequeñas y a la vez enormes obras de amor.
Calle o refugio
—¿Atienden solo población de calle o también personas de viviendas precarias? Porque cerca del Centro hay algunas pensiones que son tugurios…
Eduardo —Mirá, Juan, las personas que vienen acá, o duermen en la calle o en refugios, o alternan entre una cosa y la otra. Ninguno de ellos tiene nada parecido a un domicilio. Ni siquiera precario.
—¿Atienden todo el año?
Eduardo —El año pasado, me parece que tal vez cortamos muy temprano, fines de octubre, principios de noviembre. Aunque también hay que tener en cuenta que, como servimos una merienda caliente, lo nuestro es más para otoño e invierno que para las otras estaciones. Este año tenemos todavía que hablar con el párroco, para discernir cuándo se corta.
—¿Adultos o gurises, los que vienen?
Teresa —Jóvenes, los más. Alguna persona mayor…
Eduardo —Y niños, pocos. Viene una muchacha, con dos niños.
Teresa —Y muchos de los jóvenes están con problemas de drogas.
Merienda, barrio y Evangelio
—¿En la merienda se evangeliza?
Eduardo —Lo hablábamos los otros días con el P. Mastrangelo, nuestro párroco, de hacer un anuncio más concreto de Cristo, de darle un plus evangelizador al servicio. Lo dificulta el que la gente viene y se va rápido, pero le estamos buscando la vuelta.
Teresa —Pero algo siempre hablamos. Todos tienen algo particular, algo propio. Tengo un vínculo fácil, sencillo, para que me respeten, me quieran, me vean como la abuela. Se conversa…
Eduardo —A mí ese aspecto me cuesta un poco más. Hago el esfuerzo, pero por ahora me hallo más cómodo preparando las cosas, limpiando, sirviendo. Pero más adelante, Dios dirá.
—Está muy bien. Pero volvamos a lo del anuncio.
Teresa —Lo que sí permite el vínculo de acá es que, cuando nos encontramos en la calle podemos conversar. El otro día me encontré con uno de los muchachos en la feria y charlamos. Le dije que ya que venía a la merienda, pasara a la iglesia, que fuera ante Dios, que no se preocupara por si sabía o no rezar, que le hablara a Dios, que le contara que estaba sin trabajo, que Dios es el mejor amigo que podemos tener, que si lo buscaba lo iba a encontrar.
Recursos
—¿Y cómo consiguen los insumos?
Teresa —Los pone la comunidad parroquial…
Eduardo —Aunque algunas personas en particular aportan muchísimo, con gran generosidad.
—¿Y cómo podría ayudarlos quien lea esta nota?
Teresa —Con los vasos, porque tenemos que usar descartables y se nos terminan. O con galletitas, que duran algún tiempo y siempre sacan de un apuro…
Eduardo —Café, azúcar, leche en polvo…Y si alguna panadería de la zona nos donara martes y jueves un poco de pan, ayudaría muchísimo. Porque no se trata de que una gran fábrica nos done un camión de pan, que por las dimensiones de nuestro servicio se nos arruinaría. Pero un poco de pan, martes y jueves…
Acá, no
—¿Alguna anécdota que muestre lo que se vive en el merendero?
Teresa —Yo siento que no hago una obra de caridad, sino que ellos la hacen conmigo. Me siento útil, me gusta. Yo los sé tratar, porque estuve en la cárcel…
—¿En la Pastoral Penitenciaria? Porque para ir a la cárcel hay varios caminos…
Teresa (se ríe) —Vale la aclaración. Sí, en la Pastoral. Pero te decía que me hacen caso. Los otros días empezaron a pegarse y les dije: “¡Chicos! ¡Acá no!”. Y se fueron a pegarse enfrente, respetaron el lugar. Y algo es algo.
Eduardo —Me pasó algo parecido, aunque la pelea era solo verbal. Me pareció que la parroquia era un lugar inadecuado para insultarse y les pedí que por lo menos fuesen a hacerlo más lejos. Y lo hicieron. Pero normalmente no pasa…
Teresa —Claro, son juiciosos, hacen la cola. Y alguno de ellos espera tranquilo a que se hagan las cinco, para ver si quedó algo y puede repetir.
Encuentro
En resumen, que los martes y jueves, de cuatro a cinco de la tarde, sobre todo en invierno, en la Parroquia de los Vascos, en pleno Centro de Montevideo, se juntan para la merienda Cristo, el que multiplica panes y peces, y Cristo pobre y hambriento, el que no olvidará, cuando nos juzgue, que alguna vez le dimos de comer.
El que quiera ser parte del milagro, que entre al sitio web de la Parroquia —https://www.parroquiadelosvascos.com— y ofrezca su ayuda.

