Escribe el diácono Juan de Marsilio, por la Pastoral Social.
Es difícil de imaginar, incluso para los creyentes, cómo será en concreto la resurrección de los muertos. Por, ya en la Iglesia del siglo I d. C. hubo quienes llegaron a descreer de la resurrección, y san Pablo debió argumentar en contra de esa idea:
“Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, el primero de todos” (1 Co 15, 16–20).
La pregunta por la resurrección de la carne y la vida eterna es clave en El loco de Dios en el fin del mundo, novela de no ficción del español Javier Cercas (1961), sobre el viaje a Mongolia del papa Francisco, en 2023.
El viaje y el libro
La Providencia hace ocurrir cosas que no soñaría un escritor de relatos fantásticos. A Lorenzo Fazzini, director de la Librería Editorial Vaticana, se le ocurrió que un escritor no creyente escribiese, sin condición alguna, con acceso pleno a las autoridades de la curia romana y derecho a preguntar lo que se le antojase, un libro sobre el viaje que el papa haría a Mongolia. Convenció a sus superiores, incluido el papa; convenció a Cercas de viajar y escribir el libro, trabajó para que Francisco recibiera al autor en privado, y sacó adelante la idea loca que es este libro.
La madre y Unamuno
Cercas es ateo y laicista militante. Criado como católico, a los catorce años perdió la fe, tras leer San Manuel Bueno, mártir, novela de don Miguel de Unamuno cuyo protagonista es un cura de pueblo que deja de creer pero continúa en su puesto, para no desamparar a sus feligreses. No obstante, la acción de la Providencia tiene raíces hondas y ocultas. Para el caso, la madre de Cercas que, tras enviudar, se aferró a la convicción de que volvería a ver a su amado y difunto esposo. Eso fue determinante para que el escritor aceptara el viaje y el libro, pero sobre todo para que su pregunta central se apartase tanto de las que la prensa solía hacerle a Bergoglio, de tono mucho más políticas. En palabras de Cercas:
«Soy ateo. Soy anticlerical. Soy un laicista militante, un racionalista contumaz, un impío riguroso. Pero aquí me tienen, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, dispuesto a interrogarlo sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Para preguntarle al papa Francisco si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, y para llevarle a mi madre su respuesta. He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo».
El superpoder y los misioneros
Que el autor perdiera, de muchacho, la fe, no implica que haya perdido la honestidad intelectual. Su postura respecto a la fe y los creyentes que se entregan al prójimo movidos por ella es de admiración profunda, casi que de “sana envidia”. En sus conversaciones con los misioneros de Mongolia les dirá que si soportan inviernos de -40°C y ayudan sin descanso a los más miserables, sin importar si se convierten o no al catolicismo, es porque tienen un “superpoder”, que es la fe. Tanta admiración y cariño les toma a los misioneros que, vuelto al Vaticano, afirmará tener la solución para los problemas de la Iglesia: “Todos misioneros”. Es, más o menos, lo mismo que nos pedía Francisco: que fuésemos discípulos misioneros, miembros de una Iglesia en salida, hospital de campaña para los heridos en las luchas del mundo.
Amigos y diferentes
En la gestación del libro, Cercas tratará con muchos católicos, y de muchos se hará amigo. La noche previa a dejar el Vaticano, varios de estos amigos le ofrecieron una cena. En su novela, al contarlo, el autor reflexiona así: “Quizá, si yo hubiese tenido un grupo de amigos como aquél, aún sería católico y creería en la resurrección de la carne y la vida eterna». Parte de nuestra vida cristiana consiste en ser alegremente fraternos con todos, aunque no crean lo mismo que nosotros, pero a menudo se nos olvida.
Francisco y Bergoglio
Riguroso y honesto, Cercas valora al papa, “argentino pero modesto”, sin omitir ni edulcorar ninguna de sus facetas sombrías. Rescata al hombre que se supo asumir pecador y trató de imitar, como papa, al primer loco de Dios, san Francisco de Asís. No le supone doblez, pero sabe que el Bergoglio personal, íntimo, no es lo mismo que el papa Francisco, hombre público. No obstante, el autor concluye que Francisco es la mejor versión de Bergoglio, y que este se empeñó día a día en caminar hacia ese hombre nuevo, mejor y transfigurado (que es el recorrido que Dios quiere para todos y cada uno de nosotros). Por esa humilde y luchadora conciencia de pecado, Cercas concluye que Francisco fue de veras “un cristiano en la silla de Pedro”.
Errores
El libro presenta tres errores, hijos del mucho tiempo lejos de la Iglesia, así como también de que en todo libro largo al editor se le escapan detalles. Le llama concilios a los cónclaves que se eligen a los papas. Dice de Ernesto Cardenal, cisterciense, cuando era jesuita. Confunde el dogma de la Inmaculada Concepción de María con el de su Virginidad (y este es el error más grave). Pero estos errores y las reflexiones del autor al conversar con funcionarios vaticanos dejan claro que la Iglesia tiene siempre el deber de inculturar su mensaje, de adecuarlo —sin alterarlo ni mutilarlo— al lenguaje del pueblo al que se le anuncia el reino: pocas personas entenderían hoy palabras como sinodalidad, transustanciación, concupiscencia, etc.
Límites
Como todas, la visión de Cercas tiene límites. Puede concebir la fe como un superpoder, pero no llega a captar que, tras las montañas que mueve el creyente, está el Espíritu Santo. Del mismo modo, la sinodalidad le parece un intento humano de democratizar las decisiones en la Iglesia: para creer que este caminar juntos es un discernimiento en el Espíritu de los pasos que Dios quiere que demos, hay que tener esa fe a la que, por ahora, Cercas no puede ni quiere volver.
En suma, El loco de Dios en el fin del mundo es un libro profundo y ameno a la vez, sobre un hombre de carne y hueso, con sus luces y sombras, que deja, siguiendo a Cristo, una huella en la historia de la Iglesia y del mundo.
El loco de Dios en el fin del mundo, de Javier Cercas. Random House, Buenos Aires, 2025, 488 págs.