La Hna. Marialis da testimonio de su camino vocacional y del significado de dar el sí a Dios cada día.
Ya terminamos el mes de junio, un mes dedicado a las vocaciones, pero en el marco de todo un año en el que, como Iglesia, rezaremos especialmente por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Hoy queremos compartir con ustedes la historia de la Hna. Marialis, superiora de la Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Su vida, como la de tantos, está marcada por el deseo de responder al llamado de Dios en el día a día, en la acción y en la oración, en el diálogo con los demás y, sobre todo, en el encuentro íntimo con Dios.
Aquí, parte de un extenso diálogo.
¿Cuál es tu origen?, ¿cómo fueron tus primeros años de vida?
Yo soy argentina, de la ciudad Mercedes ―una ciudad ni muy grande, ni muy pequeña―, en la provincia de Buenos Aires, en la Arquidiócesis de Mercedes Luján, muy cerquita de uno de los principales santuarios marianos de mi país. Soy como el paisaje del lugar donde nací, plena llanura pampeana, muy al pan, pan, y al vino, vino.
Crecí jugando en la vereda de mi casa, andando en bicicleta y patines en la plaza. Mi mamá eligió para mi formación dos colegios católicos de mi ciudad, de dos congregaciones distintas: uno para la primaria ―en el Colegio San José―, y otro para la secundaria ―Colegio San Antonio―. Creo que tuve una vida muy cuidada, muy querida, en una familia de clase media.
En mi casa siempre fuimos mi madre y yo. Mis padres no estuvieron juntos, eso es parte de mi historia y también parte de la manera en que fui descubriendo el amor de Dios y de un proceso también de reparación en mi vida.
Creo que Dios tiene en su corazón un proyecto para cada uno de nosotros. Recuerdo que las preguntas sobre mi vocación, no con esas palabras, comenzaron a resonar fuertemente en mi adolescencia, pero si voy más atrás, recuerdo mi infancia también como Dios siempre fue una presencia de amor en mi vida.
En mi casa materna hay un cuadro, el clásico del Corazón de Jesús, y para mí ese cuadro está atado a una experiencia de amistad y a una presencia de Dios en mi propia casa, ¿no? Jesús siempre fue como un amigo, tengo esa experiencia de un Dios presente en mi vida desde pequeña.
“Poner el centro en lo que ha sido esencial en nuestra vida, a qué nos sentimos llamados…”
Mi mamá era una persona de ir a misa los domingos y tenía vida de fe. En Argentina la religiosidad está más metida en el corazón del pueblo, en la experiencia religiosa y yo creo que mi mamá era eso, una mujer de fe, de a pie, de misa los domingos, en una ciudad más bien tradicional como es Mercedes, y así me educó. Otro recuerdo es el de mi primera comunión como un momento entrañable. Me acuerdo de la hermana que nos preparó, la emoción vinculada al canto que nos habían enseñado y a ese momento de la comunión. Momentos en los que la amistad con Jesús fue creciendo conforme crecía yo e iba descubriendo cómo ese amor estaba presente en mi vida y como yo quería que mi vida tuviera algo que ver con Dios y que fuera para los demás.
Estos sentimientos crecieron en mi adolescencia, lo que a mí en ese momento me pareció una locura total. Porque era inquieta, impertinente por momentos, me parecía que no daba el perfil de alguien que estaba llamado a la vida religiosa.
Pero en esos tiempos tuve una experiencia que me marcó mucho: mi primer retiro. Ese fue el momento en el que a esa amistad con Jesús, que venía de antes, llegó la experiencia de encuentro con su amor y con su comunidad.
Me acuerdo que un momento de oración, donde nos invitaban a quedarnos con Jesús delante del sagrario, fue la primera vez en mi vida que registré el estar cara a cara con Jesús en un momento de intimidad, de familiaridad.
¿Qué pasó cuando terminaste el colegio? Porque más allá de esta experiencia de Dios, el tema más específicamente vocacional no aparecía tan explícitamente
Yo había descubierto en Dios fundamentalmente un sentido para mi vida, y además creía que eso le pasaba a todo ser humano. Con ese fueguito en el corazón me fui a estudiar a Buenos Aires. Estudié psicología en la Universidad de Buenos Aires, que es una universidad laica. Esta fue una experiencia que agradezco muchísimo porque me abrió totalmente la cabeza, porque yo venía de una ciudad chiquita, donde hay una manera de situarse, de pensar, que puede ser más uniforme. Me fui al monstruo que es Buenos Aires y sola. Con toda una libertad que se empieza a jugar te preguntás qué haces con tu tiempo, adónde vas; la gente con la que entablas vínculos ya no son los conocidos de siempre. Vas encontrando distintas maneras de encarar la vida, distintas creencias.
Terminé mi carrera en el año 1998 y ese período de mi vida, momento bisagra en el que sentía en el corazón la pregunta: ¿para qué estoy acá?. Por momentos se aquietaba la búsqueda, pero por momentos volvía a aparecer con fuerza.
El año anterior, un día en mi ciudad, hablando con un amigo en el boliche me dijo: “¿vos hiciste alguna vez ejercicios espirituales?”. Le dije que no, que no sabía qué era eso. Me contó que eran cuatro días de silencio, oración, y yo, en ese momento, me dije ”quiero hacer eso”, porque me visualicé en un espacio donde podía volver a encontrarme con Dios cara a cara.
Tuve esos ejercicios en Semana Santa y me encantaron, era la primera vez que los hacía. Después volví a Buenos Aires y me recibí. Al año siguiente, quería repetir esta experiencia de los ejercicios. Yo ya estaba trabajando en una empresa, en una consultora de marketing, y no quería que se terminara el año sin hacer aquellos ejercicios. Es así como, un fin de semana largo de octubre, me anoté en una casa de las Esclavas, en la Recoleta, para hacer los ejercicios.
Los ejercicios fueron como el momento en el que todo eso que venía de antes tomó forma y cuerpo de una manera mucho más clara en mi corazón. En esos ejercicios me acompañaba una hermana joven, una de las hermanas de la comunidad, y fui a hablar con ella. Le dije lo que me venía pasando y la verdad es que yo no sabía qué más hacer. En ese momento yo hacía un servicio, un apostolado, que me había regalado mucha presencia de Dios.
Cuando compartí con ella que me sentía llamada y experimentaba esto de “qué más hacer”, ella muy sabiamente me dijo: “Marialis, vos te estás preguntando qué más hacer, y a mí me parece que la pregunta que tenés que hacerte es quién quiero ser”. Ese fue el momento en el que se me abrió el cielo. Esa pregunta ―¿quién quiero ser?―, juntó todo el recorrido previo en un momento y en un acontecimiento que me permitió ver y darme cuenta que no era tarde, porque yo había tenido como esa pregunta vocacional latiendo fuerte a mis 17 años y ahora ya tenía 23.

La Hna. Marialis participó a fines de abril del encuentro del Consejo Pastoral Arquidiocesano, para la elaboración de las nuevas recomendaciones pastorales. Fuente: L. Lia
Y esa pregunta, que iba más por el ser que por el hacer, me puso de cara a una libertad interior y a una promesa enorme: no era tarde para ver si Dios estaba invitándome a otra forma de vida, que tuviese más que ver con él y con lo que en verdad yo era. Esa pregunta habilitó todo lo que yo tenía dentro, sin hacerle mucho espacio, pero porque tampoco sabía cómo.
Desde ese momento, en ese explorar mi mundo interior y mi vida espiritual, empecé un camino de discernimiento constante. Y bueno, terminé la experiencia de los ejercicios espirituales ese fin de semana con una sensación enorme de libertad y de felicidad por la oportunidad para habilitar la pregunta sobre la vocación religiosa.
Ahí empezó toda otra etapa de mi vida. Estaba muy cerquita el tiempo del Jubileo del año 2000 y para mí fue una gracia que ese tiempo de la Iglesia coincidiera con la posibilidad de empezar a buscar a ese Dios que siempre había estado, a Jesús invitándome a seguirlo de una manera distinta y sobre todo escuchar en un camino de oración, que es la propia espiritualidad que después cultivé, esa espiritualidad ignaciana, que es la espiritualidad que tiene nuestra congregación. Y también con una manera de oración, que es la propia de nuestro carisma.
¿Siempre fue tan claro que iba a ser dentro de este carisma?
No, yo arranqué tipo supermercado de carismas. Yo tenía una pertenencia a la Iglesia desde un formato más tradicional y busqué por otras congregaciones, aun experimentando una profunda alegría en el carisma al que hoy pertenezco, que es la reparación al corazón de Jesús, con la adoración eucarística y la educación. Como que tardaba en darme cuenta y le pedí a Dios que me demostrara por dónde.
Ahí, en esa búsqueda, me di cuenta que era muy ridículo lo que estaba haciendo y que quizá tendría que dejarme conducir por esas mediaciones con las que ya me había encontrado y en las cuales me sentía en sintonía. Sobre todo por la oportunidad de una vida de adoración. Eso fue algo que me cautivó desde el principio.
La manera que dentro de las Esclavas tenemos de cultivar la amistad con Jesús y la entrega de nuestra vida con momentos muy fuertes de oración en el día. La adoración como manera de oración, no sólo para las hermanas, sino abierta a todos. Y eso conectaba con este deseo de que eso que encontré también le sirviera a otros como manera de llegar a Dios.
Y, después, está el tema de la reparación, que está en el carisma con estas dos expresiones, la adoración y la educación. La educación como aquello que puede, en el fondo, contribuir a la plena realización de las personas ―la educación formal y no formal―, con distintas maneras de llevarla adelante, ya sea en colegios, en centros educativos, en ejercicios espirituales, en centros de espiritualidad, en barrios.
Antes, como parte de ese proceso de discernimiento, tuve la oportunidad de reencontrarme con mi papá y eso fue un momento de reconciliación muy hondo para mí. Cuando nos vimos, después de mucho tiempo, porque él me dejó de ver cuando yo era muy chiquita, le pregunté: “¿tenés más hijos?”. Él me puso la mano en el hombro y me dijo: “no, una hija nada más”. Esa mano en el hombro y esas palabras fueron para mí como un sello del amor reparador de Dios en mi vida. Desde eso, desde lo que él había podido ofrecerme y lo que no, entendí eso de la metanoia, que te da vuelta el corazón como una media, ese momento fue para mí una conversión del corazón. Así es como en el 2001 entré al instituto y logré dar ese primer paso que me acercó a lo que siempre había tenido sembrado en el corazón.
¿Cómo llegas a Uruguay?
Yo llegué en el 2020, en febrero, antes de que empezara la pandemia. Venía de coordinar pastoral de colegios en los diez años anteriores a mi llegada, siempre en la provincia de . Buenos Aires. Excepto la etapa de formación del noviciado, que estuve en Bolivia, y la última etapa antes de los votos perpetuos, que la hacemos en Roma, toda mi vida como religiosa había transcurrido en Buenos Aires.
El arribo a Uruguay significó un cambio importante, porque venía del trabajo en colegios a un centro de espiritualidad, una obra apostólica en la cual nunca había estado. Y, además, a un país que, por parecidos que seamos porque compartimos la cultura rioplatense, no es el mío.
Todavía recuerdo ese momento… Estaba recién llegada, como que todo me abrumaba un poco, entonces dije: para saludar a la salida de la misa voy a esperar hasta el fin de semana que viene. Mala decisión, esa semana comenzó la pandemia, ni siquiera llegué a conocer a la gente hasta varios meses después.
“Creo que Dios tiene en su corazón un proyecto para cada uno de nosotros”
Más allá del traspié inicial, Uruguay para mí está siendo un regalo enorme en cuanto a lo que Dios tenía pensado para mí. Las Esclavas tenemos un proyecto educativo, “De tu mano”, de apoyo escolar, juvenil, familiar y catequesis en el barrio Régulo y 23 de diciembre, en la zona de Montevideo semi rural. Entonces soy parte de un grupo de mujeres, que son las madres de los niños, niñas y adolescentes que forman este proyecto. Es un espacio muy lindo, en el que acompañamos la vida de unas mujeres que son luchadoras incansables, que son maestras también para mí y para la otra hermana con la que trabajo, la Hna. Gaby.
Y después, algo que me ha marcado mucho en cuanto a la misión es el centro de espiritualidad. Esto hace que mi vida esté mucho más receptiva a una búsqueda espiritual que se va recreando desde el carisma, de tener a Jesús eucaristía en el centro, pero con un modo de oración que también se va haciendo más silencioso, profundo, pausado. Porque yo soy súper activa, pero acá empecé a ser más contemplativa. Yo siento que estoy transitando esa etapa de mi vida consagrada en un lugar que me hace mucho bien, porque me ha vuelto a poner en sintonía más profunda con el corazón de Jesús, y acompañando de una manera distinta.
También estoy trabajando en la coordinación del Servicio Jesuita a Migrantes, acompañando a tantas personas, tantos hermanos y hermanas, que vienen persiguiendo el sueño de un nuevo comienzo, en un contexto de migración forzada, y que los mueve la esperanza de que acá van a tener una nueva oportunidad de reconstruir una vida que sencillamente en su país no era digna. En este espacio también descubro lo que Dios tiene pensado para mí.
¿Qué es la vocación para Marialis? ¿Cómo se la transmitirías a alguien más?
Es una respuesta de amor, pero que también tiene que ver con la experiencia de descubrirte amado. Ojalá nosotros podamos acompañar, desde la Iglesia, el descubrimiento de esa experiencia de ser amado, de ser amada, y cómo multiplicar este descubrimiento en cada vida. Desde allí, todo lo demás vendrá por añadidura… también las vocaciones religiosas y sacerdotales.
Poner el centro en lo que ha sido esencial en nuestra vida, a qué nos sentimos llamados, cuándo nos hemos descubierto llamados y desde dónde. Si es desde una experiencia de un amor que nos puso de pie, que nos hizo experimentar reparados, sanados, invitados a compartir la alegría de haber descubierto que Jesús es el sentido de nuestra vida… bueno, llevar eso y después, Dios dirá.
Yo estoy en esa tesitura, menos preocupada por el número y más comprometida en acompañar búsquedas, que las encuentro muy ancladas en el deseo de plenitud que todos tenemos. Ese camino de plenitud para mí pasa por el amor, porque creo en el Dios que es amor y amar.
Por: Camilo Genta
Redacción Entre Todos
1 Comment
Gracias Marialis por esta transparencia del ALMA!!