En su primera aparición como papa, León XIV afirmó: «Soy agustino, un hijo de san Agustín». Desde ese primer momento se reveló su filial devoción al gran obispo de Hipona, que se confirmaría en los discursos y homilías posteriores. Me propongo rescatar algunas de esas referencias que nos permitirán conocer mejor a Agustín y a nuestro nuevo papa. Por Bárbara Díaz.
La orden de los agustinos fue fundada en 1244 por el papa Inocencio IV, como orden mendicante, «para vivir y promover el espíritu de comunidad como lo vivieron las primeras comunidades cristianas» y para dedicarse a la acción misionera. Desde sus comienzos, la orden ha reconocido a san Agustín como su padre, maestro y guía espiritual, y ha recibido de él su doctrina y espiritualidad. Siguiendo su antigua regla, «viven juntos en concordia, teniendo un solo corazón y una sola alma hacia Dios».
En la misa de inicio de su pontificado, León XIV citó una frase conocida de san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1). Creo que, al hacer suya esta oración del santo obispo, el papa se propone, y nos propone a todos, poner los ojos en Jesucristo, dejar que sea él el dueño de nuestro corazón. En subsiguientes referencias, León XIV irá concretando, de la mano de Agustín, esta meta.
Su lema episcopal tomado de san Agustín, In Illo uno, unum (Enarrationes in Psalmos, 127), significa «en Cristo, el Uno, somos uno». Al comentar esta frase, Agustín explica que somos «muchos cristianos y un solo Cristo»; en él somos uno porque «Cristo es uno, Cabeza y Cuerpo. ¿Cuál es su Cuerpo? Su Iglesia». León XIV ha hablado, desde el principio, de esta unidad a la que estamos llamados los cristianos y, por nuestro testimonio, todos los hombres. En la misa de inicio del pontificado afirmó: «Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado». Fue un fuerte llamado a los católicos a dejar de lado divisiones y a congregarnos en unidad. En medio de un mundo resquebrajado por odios, violencias, rechazos, la Iglesia está llamada a ser «una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad»: ese es su deseo y su súplica. La Iglesia es la unión de «todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos», aunque ellos no sean cristianos, afirma san Agustín en el sermón 359, también citado por León XIV en la mencionada homilía. Obrando de este modo, el cristiano ama a sus hermanos en Cristo y a quienes aún no forman parte de esa unidad pero que están llamados a hacerlo.
Uno de los primeros encuentros del papa fue con los periodistas, y allí buscó concretar la misión de la Iglesia en nuestro tiempo, qué debe hacer para mantener su fidelidad a Cristo. Con este propósito, cita a san Agustín: «Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos». Se trata de una llamada a actuar en la realidad, a no escapar de ella con visiones utópicas o nostalgias de un pasado dorado que nunca existió. Agustín, que ciertamente vivió en un tiempo convulso, continuaba diciendo: «¿No podemos convertir a la vida santa a la muchedumbre de los hombres? Vivan bien los pocos que me escuchan; los pocos que viven santamente soporten a los muchos que viven malvadamente» (Sermón 80,8). Y terminaba su sermón exhortando a los cristianos a fundar su vida en la roca de la oración.
En último término me referiré a la expresión agustiniana «con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo», que León XIV introdujo en su primera aparición en el balcón de la basílica de san Pedro. El obispo africano, dirigiéndose a su grey, decía: «Si me asusta lo que soy para vosotros, me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano. Aquel nombre expresa un deber, este, una gracia; aquel indica un peligro, este, la salvación» (Sermón 340, 1). Junto al temor de asumir la carga puesta sobre sus hombros de ser servidor de todos, aparece la seguridad en la ayuda de la gracia divina y la confianza que brinda la oración y el apoyo de los fieles.
Pero esta referencia agustiniana tiene aún otra historia. Con ocasión del Sínodo sobre la Sinodalidad, Luis Miguel Castillo, profesor de Teología en Valencia, escribió un libro titulado Cum vobis et pro vobis. San Agustín, Pastor para el Pueblo de Dios: Una meditación sinodal. Su autor cuenta que en su origen estuvo el diálogo con el entonces cardenal Prevost, quien lo animó a escribir sobre la idea del episcopado en san Agustín. Prevost escribió el prólogo de esta obra, que fue regalada por el papa Francisco a todos los participantes en el sínodo. Sin duda, la lectura de esta obra prologada por el actual pontífice permitirá ahondar en su idea del oficio de pastor del pueblo de Dios, que remite claramente a su padre espiritual, san Agustín.