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"Conectar con la gente más que hablar"

Entrevista a Yago de la Cierva
«Cuando estamos polarizados no vemos al otro como uno distinto, sino como enemigo»./ Fuente: Federico Gutiérrez

Por estos días el profesor Yago de la Cierva está en Uruguay para impartir clases en el IEEM. Con una extensa experiencia en varios campos de la comunicación institucional y conocedor de la vida de la Iglesia a nivel global, es un referente de consulta. ICM tuvo la posibilidad de dialogar con él y compartimos con ustedes parte de este encuentro.

¿Qué particularidad tiene este momento para la comunicación?

Siempre he tratado de compaginar comunicación empresarial —o institucional— con comunicación de la Iglesia. Yo creo que la combinación de las dos es buena, la empresa puede aprender muchas cosas de la comunicación de la Iglesia y viceversa. Por eso procuro que haya un flujo de transmisión de buenas prácticas.

Entonces, en la sociedad en la que estamos la comunicación cumple un papel muy importante, porque siempre que la sociedad tiene un problema se necesitan soluciones técnicas —en el caso de esta pandemia, médicas—, al igual que soluciones de comunicación.

Desde un punto de vista académico, estamos en una comunicación de riesgos —no una catástrofe—. La población está sometida a riesgos, no sabemos qué va a pasar, cuándo, a quién, cómo o cuándo se va a resolver el problema.

Los riesgos producen miedos en las personas, es una reacción normal. Este miedo no afecta del mismo modo a todas las personas y puede cambiar día a día.

Sabemos que en comunicación de riesgo lo que funciona es familiarizar a la gente con este riesgo, además de darle instrumentos para que lo controlen, para que sean capaces de autoprotegerse.

Creo que el caso de Uruguay, en este aspecto, es muy positivo —más allá de la suba de casos en los últimos meses—, la política ha sido muy acertada; se transmiten los datos, y sin obligar a la gente a cumplir determinadas medidas, les explica por qué es bueno que las sigan.

En estos casos necesitamos que las personas sean flexibles, que puedan tomar decisiones, que sean capaces de autoprotegerse en la medida en que sienten el peligro. Porque nosotros no conocemos a la persona, con quién convive, cuál es su núcleo familiar, tanto en la empresa como en la sociedad en general. Entonces la primera recomendación es flexibilidad.

La segunda recomendación: empatía. Porque ante una situación de riesgo la gente se suele reaccionar de manera irracional. Cuanta más emoción hay, menos racionalización. Conectar con la gente más que hablar.

Las empresas que se han comportado de manera responsable van a recibir el apoyo de aquellos que fueron auxiliados en los momentos más difíciles. En la Iglesia va a suceder lo mismo.

Yo no conozco la situación de la Iglesia en Uruguay, pero en muchas partes de Europa la Iglesia se ha volcado a la ayuda y ha sido muy activa. Creo que esto puede llegar a suceder en parroquias, comunidades, colegios y organizaciones católicas. Creo, en definitiva, que cada uno cosechará lo que ha sembrado durante esta pandemia.

¿Cómo está atravesando la Iglesia la crisis de la baja de fieles ―que se da tanto en nuestro continente, como en Europa― sumada a la crisis por la pandemia?

Las crisis no son desastres, son amenazas. Y contra esas amenazas tenemos que dar respuestas. Y cuando nos preguntamos cómo va a salir la Iglesia, la primera respuesta es que la Iglesia es muy grande. Eso implica que hay diócesis que van a salir muy bien y hay otras que no saldrán tan bien paradas.

Una muy buena pregunta para hacerse es: ¿cómo quiero salir? Como decía antes, cuando este tiempo pase, recogeremos los frutos de lo que hemos hecho; pero aunque lo hayamos hecho mal podremos recuperarnos. Pero esto sucederá si ponemos en el centro a las personas. Para esto se necesitan personas, recursos y tiempo para recuperar esas relaciones.

La gente no va a volver sola, hay que salir a buscarla. Y es mejor salir a buscarla ahora antes de que la relación se vea más lastrada aún; especialmente con los jóvenes.

En ese sentido la pandemia nos ha enseñado que el mundo digital puede ser bastante eficaz. No sustituye la vida real pero puede ayudar a mantener vínculos, las instituciones educativas son un buen ejemplo. Hemos perdido el miedo a los canales digitales y adquirido hábitos que no teníamos, es una pena que como Iglesia no lo aprovechemos.

¿Cómo evalúa la imagen de la Iglesia y del papa Francisco a nivel internacional, en momentos de distanciamiento social?

En esta situación de pandemia el santo padre aparece como una figura de autoridad moral. Está el tema del reclamo papal para que los países ricos compartan las vacunas con los más pobres, para reclamar solidaridad, para que las instituciones de la Iglesia estén en primera línea.

El problema es que la Covid-19 tapa otros problemas que la Iglesia acarrea. Esta situación, en ciertos aspectos, termina siendo una distracción a otros problemas serios que tenemos.

Y ahí no soy tan optimista en la resolución de estos problemas. Sí, soy optimista desde el momento que creo que los grandes problemas de la Iglesia no los solucionamos nosotros, sino que es Dios quien los resuelve.

Y esos problemas son problemas de todos. No podemos decir “¿y qué está haciendo el papado en esto?” y mirar para el costado: son problemas de todos.

Un problema que afecta mucho a la Iglesia católica es la polarización, que se ve en algunos países más que en otros. Hay muy poco diálogo entre distintas sensibilidades, algo que está alejado de la cultura del encuentro a la que llama el papa Francisco. En esta realidad todos somos responsables y todos tenemos un papel que cumplir.

Aquí tiene un papel especial la autoridad de la Iglesia, porque cuando se dan estos escenarios de polarización no se dan al margen de esta autoridad. La autoridad de la Iglesia tiene un papel importante que cumplir para salir de esta polarización.

Cuando estamos polarizados no vemos al otro como uno distinto, sino como enemigo.

Entonces cuando dentro de la Iglesia vemos al otro como enemigo es que la cosa se ha puesto realmente mal. Cuando vemos que en algunos lugares los obispos discuten entre sí públicamente de manera agria, no buscan el terreno común, eso nos hace mal a todos. Los laicos podemos ayudar a solucionar esto pero depende en gran parte de las propias autoridades, que en algunos casos no dejan de lado lo que les separa y no ven lo que nos une, que es muchísimo.

Y es contradictorio, que estamos en un mundo que va hacia la integración ―también en el ecumenismo―; sin embargo en la Iglesia vemos muchas veces un movimiento centrífugo y no centrípeto.

¿Esto quiere decir que la Iglesia se ha dejado avasallar por el mundo?

No hay fronteras entre la Iglesia y el mundo. Somos parte de la Iglesia y vivimos en el mundo. Y si en la sociedad hay polarización, si no hacemos nada al respecto también habrá polarización en la Iglesia.

La Iglesia ha asumido como temas importantes la educación de los jóvenes, el trabajo, las injusticias sociales, las desigualdades... pero el tema de la polarización todavía no lo ha asumido lo suficiente.

Para mí debería ocupar un lugar muy importante en la agenda de los pastores. La pregunta sería por qué los católicos estamos divididos no en temas políticos ―que es algo lógico― sino en temas de fe.

Desde su experiencia en varios campos de la comunicación, ¿qué se puede hacer desde los medios propios de la Iglesia para evitar esta polarización?

Yo creo que los medios católicos podemos ayudar mucho a templar. A veces nos dejamos influir por los medios seculares, que buscan lo sensacionalista, lo llamativo, lo que divide. En eso de buscar el conflicto, como sinónimo de buscar noticia. Y obviamente que, si hay conflicto, un medio católico debe mostrarlo, pero la cuestión radica en si es capaz de mostrar las diferentes posiciones sin ridiculizar, sin caricaturizar.

Creo que los medios católicos no solo pueden ayudar a integrar, sino a articular ese debate; en articular una opinión pública dentro de la Iglesia y de esta hacia la sociedad. Obviamente en unión muy fuerte con los pastores. Y también pasar de las buenas palabras a los hechos.

¿En qué temas puntualmente?

El que más afecta a la opinión pública con respecto a la Iglesia es el abuso de menores. Es ingenuo pensar que hemos resuelto el problema. Es cierto que se han dado muchísimos pasos, incluidos los jurídicos. Ahora sabemos qué tenemos que hacer. Pero otra cosa es hacerlo.

En ese sentido también hay diferentes velocidades en la Iglesia. Hay diócesis y conferencias episcopales que han avanzado muchísimo, y otros que están muy detrás.

La Iglesia tiene una ventaja y un inconveniente, al mismo tiempo, ya que es una institución mundial. Un caso de cualquier otro país incide aquí. Y si en otros países no se resolvió el tema es como que no se resuelve aquí. Hasta que no se solucione en todo el mundo, no se resuelve en ningún lugar.

Responsabilidad, rendición de cuentas y transparencia son las coordenadas que marcó el papa Francisco para este tema, pero transpolable a toda la vida de la Iglesia.

Y este tema debe resolverse a nivel global. Es ahí donde deja de ser un problema de comunicación para ser un problema de gestión y de liderazgo.

Perfil de Yago de la Cierva

Tiene una licenciatura en Derecho por la Universidad de Santiago de Compostela y un doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra.

Trabaja en periodismo (fundó y dirigió ROMEreports), comunicación corporativa, la docencia universitaria y la consultoría de crisis.

Director académico en el IESE Business School (España). Profesor de Comunicación Social Institucional en la Universidad de la Santa Croce (Roma) Profesor visitante de Comunicación Corporativa y Gestión de la Comunicación de Crisis en el IEEM.

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