Visitamos el Santuario Nacional de la Virgen de los Treinta y Tres, en el departamento de Florida.
Florida amanece distinta cada noviembre, especialmente en la Fiesta de la Virgen de los Treinta y Tres. Antes de que el sol cubra por completo el inmenso templo, los primeros peregrinos ya están llegando. Varios otros, por el contrario, llevan días de travesía y oración.
Algunos llegan a pie desde San José o Durazno. Otros a caballo. Cientos de jóvenes peregrinan desde Montevideo. Todos ellos con su mirada puesta en un punto de encuentro que, más que geográfico, es interior. Porque van hacia ella. Hacia el encuentro con nuestra patrona. Hacia la pequeña imagen de cedro que, desde hace doscientos años, es nuestra capitana y guía.
Un templo histórico
El Santuario Nacional de la Virgen de los Treinta y Tres es mucho más que un templo. De hecho, es un sitio patrimonial histórico. Erigido frente a la Plaza de la Asamblea —donde hace doscientos años, los Treinta y Tres Orientales firmaron la independencia—, es el escenario en el que la historia nacional y la fe popular se encuentran.
La tradición cuenta que, en los primeros tiempos del pueblo del Pintado, sus habitantes trabajaban bajo la protección de la pequeña imagen de la Virgen —de solo treinta y seis centímetros, tallada en cedro paraguayo—, que estaba colocada en un sencillo nicho de madera, a la intemperie.
Hacia fines del siglo XVII se construyó allí una humilde capilla dedicada a Nuestra Señora de Luján. De hecho, en la fachada actual de la Catedral hay distintas inscripciones y fechas que destacan con facilidad, y una de ellas es 1805, año en el que la capilla de Nuestra Señora del Luján del Pintado pasó a la categoría de parroquia.
Pero las complejas condiciones de vida determinaron que sus habitantes optaran por trasladarse, en 1809, a orillas del Santa Lucía Chico y fundaran la villa de San Fernando de la Florida, en busca de tierras más fértiles. En 1876, durante la visita pastoral que realizó Mons. Jacinto Vera por la villa, aconsejó la edificación de un nuevo templo, al comprobar el creciente número de fieles que participaban de las actividades de la pequeña capilla.
Once años después se colocó la piedra fundamental (fecha también destacada en el exterior del templo) y otros siete más tarde fue su inauguración (1894), a pesar de que aún faltaba la terminación de sus torres. Por aquel entonces, Mons. Mariano Soler, obispo de Montevideo, hizo colocar una placa en la iglesia parroquial de Florida para fijar en el bronce la advocación popular por la Virgencita de los Treinta y Tres. La obra concluyó por completo en 1908.
La iglesia parroquial de Florida pasó a ser iglesia catedral en 1931, basílica menor en 1963, monumento histórico nacional en 1975 y santuario nacional en 1993. Dentro de sus acontecimientos más relevantes destaca la visita del papa Juan Pablo II en 1988, año en el que el santo padre peregrinó a Florida, veneró la imagen de la Virgen y recordó el nacimiento cristiano de nuestra patria.

Símbolo nacional
El templo actual de la Catedral Basílica de Florida tiene un estilo neorrenacentista con inspiración en la arquitectura grecorromana, sello que introdujo el autor de sus planos, el Ing. Luis Andreoni, como consta en la página web de la Diócesis de Florida. También se destaca en el portal diocesano que la obra tuvo modificaciones a cargo del Ing. José María Claret, cuando la obra ya estaba iniciada por el constructor Andrés Martinucci.
En la estructura del santuario, destacan sus dos torres de sesenta metros de altura, coronadas por cúpulas revestidas de azulejos Pas de Calais. La torre de la derecha cuenta con un conjunto de campanas que proceden de Alemania e Italia, con dedicaciones en latín a Cristo Rey, Nuestra Señora del Luján, San José y Santa Teresita. En la torre izquierda, por su parte, se distingue un reloj francés colocado en 1908 y que sus vecinos se acostumbraron a escuchar cada quince minutos, como parte del paisaje cotidiano.
A su vez, en el frente del templo se lee la inscripción Domus Dei Nostri («Casa de Nuestro Dios», en latín). Y debajo, su imponente puerta de bronce, con altorrelieves y bajorrelieves, a cargo de los escultores José y Stelio Belloni.
La obra se inauguró en 1962 y tiene otra inscripción en latín que dice Haec Porta Domini Justi Intrabunt In Eam, en español, «Esta es la Puerta del Señor, por ella entran los justos» (Sal. 117, 20). Mientras tanto, sus puertas (que totalizan ochocientos kilos aproximadamente, con una dimensión de cinco metros y medio de alto por tres metros de ancho), se dividen en doce distintos cuadros o placas, que reflejan distintas escenas significativas: “Historia de la adoración», “Construcción de la Capilla del Pintado”, “Traslado a la Florida”, “Primera misa por la Patria”, “Lavalleja encara la Cruzada Libertadora”, “Los ‘constituyentes’ después de la Declaratoria de la Independencia”, “Reducción de los indios por los misioneros”, “Entrega de la espada de Posadas”, “Expulsión de los Franciscanos”, “Fundación de la primer Biblioteca Pública”, “Los asambleístas de la Florida” y “Juramento de la Constitución”.
Cada visitante, al pasar por ese umbral, atraviesa simbólicamente la frontera entre el ruido del mundo y el silencio de lo sagrado. La puerta no solo se abre hacia el templo, sino hacia la historia del Uruguay, convertida en bronce, en oración, en arte.
Hogar de nuestra patrona
Sin duda, en el interior del santuario, más allá de lo llamativo de su decoración (con murales de los artistas italianos Arquímedes y Elio Vitale, realizados en 1935) o de sus ocho capillas laterales (dedicadas al Santísimo Sacramento, al Sagrado Corazón de Jesús, a santa Teresita, a san Rafael arcángel, a Jesús de la Divina Misericordia, a Jesús Crucificado, a san Miguel arcángel y a san Gerardo Maiella), los miles de peregrinos y turistas que lo visitan buscan con la mirada a la imagen de la Virgencita de los Treinta y Tres.
Fieles de todos los rincones del país acuden año tras año a su santuario —en particular el segundo domingo de noviembre— cuando se realiza la peregrinación nacional, vinculada con su solemnidad celebrada el 8 de ese mes.

La iconografía de su imagen es profundamente simbólica, porque lleva consigo los colores de la patria. El oro del sol en su vestido; el manto azul y blanco, que a su vez representan el cielo y la pureza. Y este año celebramos precisamente el bicentenario de que la Virgen del Pintado quedó inseparablemente unida a nuestra identidad nacional.
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