El ministro dedica su vida a servir en el altar y en otras actividades junto con su esposa en la parroquia Nuestra Señora de Lourdes, en el barrio Malvín.
Martín jugaba a la pelota todos los días en la calle con Juan, su amigo de la infancia, en el barrio Buceo. Pero había una actitud de Juan que le llamaba la atención. A una hora determinada, se iba a su casa, se cambiaba y se ponía su mejor ropa. Luego, salía con sus padres hacia el mismo lugar, aunque nunca le decía a dónde iban ni qué hacían allí. Martín tampoco se atrevía a preguntárselo, hasta que un día decidió hacerlo. Juan le contó que iba a la parroquia San Pedro Apóstol, donde integraba el centro juvenil liderado por los salesianos y participaba de las misas en familia. Aquel diálogo terminó con una invitación: Juan le propuso a Martín que los acompañara alguna vez.
Martín aceptó la propuesta y se integró al centro juvenil. Allí conoció a otros adolescentes de su misma edad y mayores que él, con quienes compartía actividades y, sobre todo, jugaba al fútbol en la cancha La Rinconada, ubicada en el predio de la parroquia. Era principios de la década de los setenta.
Luego, fue invitado a integrar un grupo de jóvenes en la parroquia y se preparó para la primera comunión, que recibió a los dieciocho años. Así comenzó su camino de fe. “Aunque fui bautizado cuando era niño, en mi casa nadie me habló de Dios. No teníamos ningún acercamiento a la fe. Mi madre falleció cuando yo tenía once años y mi papá era ateo. Soy hijo único”.
En el grupo de jóvenes conoció a Inés, quien se había integrado tiempo después. Se enamoraron, comenzaron su noviazgo, y finalmente se casaron el 29 de noviembre de 1978, luego de tres años y medio de relación, en la parroquia San Pedro Apóstol. Además, ese año, Martín egresó de UTU con el título de técnico mecánico.
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Martín Sucías e Inés Mir se mudaron al barrio Malvín hace cuarenta y un años e inmediatamente se integraron a la parroquia Nuestra Señora de Lourdes, ubicada en la esquina de las calles Michigan y Rivera. Son padres de Alejandra y Natalia, y abuelos de cuatro nietos: Belén, Julieta, Sofía y Joaquín.
Es la tarde del miércoles 14 de agosto y la parroquia Nuestra Señora de Lourdes está vacía. Solo están presentes Martín e Inés, quienes tienen sesenta y nueve y sesenta y siete años, respectivamente. La conversación transcurre en una fría sala situada en la planta alta de la parroquia, la cual es calentada por los rayos del sol que entran por la ventana.

Sucías y Mir en un salón parroquial de la comunidad de Lourdes de Malvín. Fuente: Romina Fernández
¿Cómo es el vínculo con la fe en la familia que crearon? Inés se ríe y dice el dicho: “En casa de herrero, cuchillo de palo”. Luego, agrega:
“Nuestras hijas y nuestros nietos fueron y van a colegio católico y recibieron la primera comunión, y les pregunto para qué lo hicieron, porque ir a misa les cuesta —dice y vuelve a reírse con un gesto de disgusto—, si bien concurren a misa en las fechas importantes, como Pascua o Navidad, no son asiduos”.
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Desde antes de ser ordenado diácono permanente, Sucías estuvo al frente de varios servicios en la parroquia. En cuatro décadas llegó a ser responsable laico, catequista de adultos y guía de grupos de reflexión. “Descubrimos que participar de la comunidad es una forma de crecer en la fe y compartirla con otros. Además, es un espacio en el que compartimos nuestras preocupaciones y vivencias”.
En la actualidad es el encargado de dar las charlas prebautismales y prematrimoniales. En esta tarea lo ayuda Inés, quien prefiere tener un “bajo perfil” y solo se desempeña como secretaria.
Natalia —hija menor del matrimonio, cuarenta y dos años e ingeniera química— colabora con sus padres en las charlas prematrimoniales y los encuentros que se realizan dos veces al año en la parroquia. “La experiencia es muy enriquecedora, nos dividimos para animar las dinámicas. Antes hacíamos encuentros que duraban dos días y luego los redujimos a uno. Cada vez menos parejas se casan en la Iglesia”, dice por teléfono en la tarde del viernes 16 de agosto.
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En 1999, Gerardo Píriz, diácono permanente de la parroquia Santa Elena en el barrio Buceo, a quien Martín conocía desde la parroquia San Pedro Apóstol, le propuso convertirse en diácono permanente. Sucías asistió a una charla informativa para comprender mejor en qué consistía el ministerio y cuáles eran los requisitos. Después de despejar sus dudas, decidió comenzar la formación para convertirse en un servidor de la Iglesia en el altar. Sin embargo, el inicio de la formación se frenó durante dos años. “Nunca supimos qué pasó, pero ese tiempo me ayudó a discernir la vocación al diaconado. Dios puso en mi camino a personas que me ayudaron”.
Inés se mostraba reticente ante la idea de que su esposo fuera diácono permanente. Le preocupaba que este nuevo servicio podría quitar tiempo al matrimonio y a la familia. “Además de trabajar de manera independiente, daba clases en UTU, y las tareas en la parroquia eran varias. Llevó mucho tiempo para que me convencieran”.
“No quedó solo en el convencimiento. Descubrimos juntos cómo era el ministerio, que está basado en el sacramento del matrimonio. El diaconado permanente es vivir la fe desde la familia y con la familia”, agrega Sucías.

Los ornamentos de los diáconos son la estola y la dalmática, signos visibles del carácter de su ministerio. Fuente: Romina Fernández
En el caso de las hijas, sus opiniones estaban divididas. Ambas eran adultas y estaban por formar sus propias familias. Natalia se mostró a favor de la decisión: “Fue una alegría para toda la familia. Dado que estábamos comprometidos e integrados a la vida de la parroquia no fue una gran novedad. Cada uno lo acompañó con alegría”.
Alejandra, en cambio, al estar alejada de la Iglesia, estuvo en contra en un principio. “No entendía mucho por qué su padre iba a ser ‘casi’ cura. Llegó a pensar que iba a dejar la casa e ir vivir a la parroquia”, dice Martín.
Tras cinco años de formación, Sucías fue ordenado diácono permanente por monseñor Nicolás Cotugno, entonces arzobispo de Montevideo, en la Iglesia Matriz el 1.° de noviembre de 2006. “Fue una celebración hermosa en la que toda la familia participó”, recuerda Natalia.
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El diaconado permanente es una figura eclesiástica a la que se le confiere el llamado “sacerdocio de tercer grado”. Por su condición de casado, no podrá avanzar más en la escala jerárquica de la Iglesia. Pueden bautizar, casar, predicar y oficiar exequias. “Los clérigos no son solo los obispos y sacerdotes. Los diáconos permanentes también lo somos dado que podemos vivir el ministerio desde nuestra sacramentalidad”, explica Martín.
Para Sucías, existe una falta de conocimiento en la Iglesia acerca de la figura del diácono permanente, y considera que el ministerio debería tener más visibilidad: “Eso depende de nosotros, pero también de que la comunidad descubra los diferentes clérigos que existen. La gente que no nos conoce piensa que somos monaguillos o curas. Con aquellas personas que tenemos relación, esporádica o no, a través de los bautismos o los casamientos, descubren que somos iguales a ellas: tenemos una familia, un empleo y hacemos otras actividades, algo diferente a la imagen del sacerdote. Eso entusiasma a otros hombres a ser diáconos permanentes”.

Sucías y Mir junto con sus hijas, nietos y yernos. Fuente: Revista Umbrales (archivo)
Entre 2010 y 2022, en dos períodos de seis años cada uno, Sucías integró el equipo de formación de los futuros diáconos y la comisión del diaconado permanente en la Arquidiócesis de Montevideo. Durante esos doce años se ordenaron diez nuevos diáconos permanentes para la Iglesia capitalina.
Sucías se jubiló hace tres años. Esto le permite dedicar más tiempo a sus actividades en la parroquia. Además de ofrecer charlas prebautismales y prematrimoniales, está encargado de conferir el sacramento del bautismo y de presidir las celebraciones de la palabra los domingos a las diez de la mañana en la capilla San Jerónimo, que depende de la parroquia de Lourdes y está ubicada en la calle Volteadores 1753.
Inés lo acompaña en todas las celebraciones, dado que es la guía de cada encuentro. Además, está atenta a cada pequeño detalle, como asegurarse de que los ornamentos que utiliza su esposo estén en buen estado, sin pliegues ni dobleces. Esto refleja que el ministerio es un compromiso conjunto de ambos con la Iglesia y la comunidad.
Por: Fabián Caffa
Redacción Entre Todos