Misa en el 212°. aniversario del Ejército Nacional
El jueves 18 de mayo, conmemoración de la Batalla de Las Piedras, se celebró en la Catedral Metropolitana una Misa con motivo del 212° aniversario del Ejército Nacional. La Eucaristía fue presidida por el Card. Daniel Sturla, acompañado del P. Genaro Lusararian, capellán de la Capilla del Hospital Militar, contó con la presencia del Mario Stevenazzi, Comandante en Jefe del Ejército, así como autoridades de las Fuerzas Armadas de Uruguay y fieles en general.
La presencia de Dios transforma nuestras vidas
A continuación compartimos con ustedes la homilía pronunciada por el Card. Daniel Sturla.
Queridos hermanos y amigos, queridos integrantes de la familia militar, Sr. Comandante en Jefe, Teniente General Mario Stevenazzi y en él a todos los que integran esta familia. Es un día patrio: Batalla de las Piedras. Hoy es el día del Ejército Nacional y estamos aquí, en la Catedral de Montevideo que tantas veces en su historia vio la presencia las Fuerzas Armadas, antes de la separación Iglesia- Estado en forma oficial y después como fieles cristianos, como personas que han venido hasta aquí.
¿Aquí a que se viene? Se viene a escuchar la Palabra de Dios, a celebrar la Eucaristía, a honrar al Señor, a pedir perdón, a presentar nuestras súplicas, a agradecer a Dios. Y la Palabra de Dios hoy, en el Evangelio, nos dice algo que nos da mucha paz, serenidad: «su tristeza se convertirá en alegría». Es la presencia de Dios que hace que todas nuestras preocupaciones, angustias, dificultades, puedan ser transformadas. ¿Por qué? Porque tenemos, ante todo, esta certeza, esta seguridad, del amor de Dios, de su providencia amorosa, de que siempre está con nosotros. Y la más profunda tristeza del corazón humano si, en definitiva, está lejos de Dios, apartado de Él. Las personas que se alejan de Dios, las familias que se alejan de Dios, termina envuelta en esa tristeza —que a veces se hace también amargura— cuando se llena de otras cosas que no satisfacen el corazón humano.
«Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti», decía san Agustín. Hoy es el día de recuerdo de una victoria —la Batalla de Las Piedras—, que fue una victoria bastante efímera. Esto fue un 18 de mayo, pero ya en octubre un armisticio —entre Buenos Aires y el virrey Elío—, las tropas orientales se tienen que ir y luego de reunirse comienza la marcha hacia el Ayuí, que se transforma en ese hecho capital de nuestra historia que el Éxodo del Pueblo Oriental, cuando tomamos conciencia de ser algo distinto de los que estaban del otro lado del río y, ni que decir, de los que venían del norte. Y en la Batalla de Las Piedras eran todos creyentes seguramente, del uno y del otro lado. El famoso cuadro de Juan Luis Blanes —el hijo de Juan Manuel—, dónde se puede ver el final de la batalla, en el que está Artigas mirando desde el caballo y el vencido —Posadas— entrega su espada al presbítero Valentín Gómez, nos habla de victoria pero también de la hidalguía del vencedor, del primer jefe de los orientales. Él no quiere recibir directamente la espada, sino que la reciba este cura.

Un importante número de personas participó de la celebración. Fuente: R- Fernández
Hoy son otras las batallas. esas que enfrentan también las Fuerzas Armadas. Es, como está indicado por la ley, la defensa del país, de la nación, de la soberanía, y la preservación de la paz. Pero si esto es el elemento fundamental, el objetivo de su existencia; otros tantos servicios el Ejército, las Fuerzas Armadas, prestan o han prestado en este tiempo. Pensemos en la pandemia. En esos primeros meses, en los que estábamos bastante recluidos, había grupos —y me incluyo— que salíamos a dar de comer a la gente en situación de calle con unas ollas de un buen guiso que el Ejército preparaba, que podía hacer pasar ese invierno doblemente crudo.
Y podríamos seguir así, con intervenciones en las que las urgencias que se viven necesitan una mano. Una mano que el Ejército da, desde combatir incendios, ayudar a las personas si hay una inundación o como ahora, en este momento tan difícil que estamos atravesando por la sequía.
No podemos olvidar las Misiones de Paz, en las que esa cercanía con el otro tan uruguaya, especialmente con el más débil o con el que sufre, se hacen presentes y son reconocidos nuestros soldados por estar cerca, en distintos lugares. Poder estar cerca de la gente.
Pero hay una realidad que la Iglesia en Uruguay, en este tiempo de gozo, está viviendo y a la que me quiero referir; y ha sido para nosotros una instancia estupenda: la beatificación de Jacinto Vera, nuestro primer obispo, el obispo gaucho, el que recorrió el Uruguay entero tres veces —en épocas en las que era a caballo, en carreta o en diligencia— y que estuvo junto a su pueblo, junto a la gente.
Interesante porque el fue soldado. Es cierto que era la época de la leva y por lo tanto fue enrolado. Pero allí hubo un coronel —Ciriaco Sosa— que veía a este soldado que leía y leía, que estaba entre los libros, y preguntó quién era ese muchacho. Le dijeron que era Jacinto Vera y que quería ser cura. Entonces el coronel tiene la sensibilidad de hablar con el general Oribe, y así licenciar a Jacinto Vera para que pudiese seguir sus estudios que lo prepararon para el sacerdocio.
Esto sirvió, esta experiencia de vida, esos meses en el Ejército, para que después, cuando se encontraba con soldados les decía que él conocía su vida, que podían hablar con él con confianza y confesarse; él también había vestido el uniforme.
Pero es, sobre todo, una cuestión histórica que quiero compartir con ustedes, porque es muy hermosa. Es un texto que está en un librito de 1890, que recoge todo los homenajes a Jacinto Vera. En ese libro hay una carta del ministro de Defensa Nacional, en ese momento el Gral. Máximo Santos, dirigida al presidente del Club Católico y es 14 de mayo de 188. Jacinto vera había muerto el 6 de mayo de ese año, y ya, en seguida, se había empezado a recoger dinero para construir el monumento funerario que se encuentra en esta iglesia. Hermoso monumento que se trajo de Italia de Italia y donde están los restos de Jacinto —hoy decimos las reliquias—. Y dice así la carta: «Señor presidente del Club Católico, don Vicente Ponce de León, respetable señor, para rendir un merecido tributo a las virtudes del que fue nuestro querido Prelado Don Jacinto Vera, Obispo de Montevideo, hace iniciado en ese Club una suscripción pública a objeto de erigir un monumento digno de la memoria del tan ilustre cuanto caritativo Padre. Un sentimiento de gratitud innato en el corazón del Ejército me proporciona el indecible placer de llevar a manos de usted la cantidad de doscientos noventa y tres pesos, treinta centésimos, que por suscripción también se han recolectado entre los oficiales y tropa que forman el Ejército de la República como se constata por los antecedentes adjuntos. Limitada es la suma, mas no la aprecia usted por su valor, tenga sólo en cuenta su procedencia, es el pequeño óbolo con que cada soldado contribuye a la realización de su noble objeto, pues hasta en el corazón de ellos llegó a infundirse el recuerdo de nuestro virtuoso apóstol.
Más de una vez visitó el humilde hogar de nuestros pobres veteranos, llevando a sus esposas e hijitos no tan sólo el recuerdo del alma, sino también el alivio a sus necesidades, que con mano caritativa les prodigaba. A pesar de que en este caso sólo debo ser el intermediario de mis subalternos. No me niegue usted el derecho de asociarme a ellos para sentir con ellos la eterna ausencia del que fue nuestro amigo, nuestro más querido amigo. Acepte usted señor mi respetuoso saludo y tenga presente que hasta los corazones aguerridos han llorado ola irreparable pérdida de tan digno sacerdote cuyo recuerdo no perecerá jamás. Y si un mar de sentidas lágrimas acaba de humedecer la sagrada fosa que guarda sus cenizas, una de esas lágrimas ha sido vertida por nuestro Ejército, en cuyo nombre también respetuosamente le saludo, Máximo Santos».
Me parece que es un testimonio hermoso este homenaje que viene de la historia y que el Ejército rindió al primer obispo de Montevideo, que como dice en el texto visitaba a los veteranos llevando consuelo al alma y también de ayuda material.
Hoy rezamos por la patria, rezamos por todos los orientales, rezamos por la reconciliación entre los uruguayos, rezamos por los integrantes de las fuerzas armadas y ponemos la vida de nuestros compatriotas en el corazón del buen Dios. Sabemos, como decía la lectura, que nuestras tristezas el Señor las puede convertir en gozo. Abramos nuestro espíritu, nuestra alma, al Buen Dios, al Santo Espíritu de Dios, Espíritu de paz y de consuelo.