Una promesa cumplida llevó a este matrimonio uruguayo a un encuentro personal con el pontífice, quien los casó en 2018.
Noelia Franco y Omar Caballero se conocieron en el barrio Cerro, al suroeste de Montevideo, a principios de 1993. Él jugaba al fútbol en el Club Atlético Cerro: comenzó en la tercera división y, con el tiempo, llegó a la primera. Ella solía visitar a una tía que vivía en la zona. La casa de Omar quedaba justo al lado.
Eran jóvenes de veintipocos años. Primero iniciaron una amistad, que enseguida se convirtió en noviazgo. En junio de 1994, cuando Noelia ya estaba embarazada de su primera hija, se casaron por civil. Dos meses después, el 11 de agosto, nació Stephanie.
El casamiento por iglesia lo querían hacer. Pero no tenían recursos. El sueño estaba, pero la realidad, en ese momento, les ponía límites. “No teníamos tranquilidad, no teníamos plata, no teníamos nada”, dice Noelia. El dinero, en lugar de destinarse a la ceremonia, fue para el cuidado de su hija recién nacida. Así que optaron por lo que pudieron: un civil sencillo, sin lujos ni grandes celebraciones.
“Ella es mucho más creyente que yo”, dice Omar sobre su esposa. Noelia siempre lleva una Biblia en su mochila o cartera, y un rosario de madera con la cruz de tau del Padre Pío colgada al cuello, siempre a la vista, nunca oculta. “Es el arma que elegí. Me siento segura. No me da vergüenza, es mi manera de demostrar al mundo mi fe”, señala ella.
***
Hoy, Stephanie tiene treinta años. Le siguen María Sol —con veinticuatro—, Morena —con veintiuno—, Manuela —con catorce— y Sara —con diez—.

A los veintisiete días de nacida, Sara contrajo un virus respiratorio sincitial que la llevó a estar internada en CTI durante catorce días. Su cuadro empeoraba con rapidez y su situación se volvía cada vez más delicada. Omar recuerda: “Cuando entramos a verla, estaba entubada. Para nosotros fue un golpe, porque con las otras cuatro hijas nunca nos había pasado nada”.
“Teníamos grupos de amigos católicos, evangelistas, musulmanes y judíos que rezaban por ella”, cuenta Noelia. Desde el colegio Salesiano de la Costa, donde estudiaban las hijas más pequeñas, se organizaron cadenas de oración.
Un día, Valentina, amiga de la hija mayor del matrimonio, les alcanzó agua bendita que el papa Francisco había bendecido, traída por su padre desde Italia. Noelia y Omar se turnaban cada doce horas para cuidar a su bebé y le ponían el agua bendita en la frente, como un acto de fe y esperanza. En medio de la incertidumbre, hicieron una promesa: si su hija se recuperaba, viajarían al Vaticano para agradecerle personalmente al pontífice.
Al tercer día de que sus padres le pusieran agua bendita, Sara empezó a mostrar signos de mejora: respiraba con más facilidad y saturaba mejor el oxígeno. Pasó por nuevos estudios, la desentubaron, la conectaron a un catéter, y Noelia pudo volver a amamantar a su hija. Enseguida la trasladaron a piso y, poco después, le dieron el alta. “Fue entre la medicina y la fe. Para nosotros fue un milagro por parte del papa Francisco”, dice Omar.
La beba ya estaba fuera de peligro. Ahora a Noelia y Omar les quedaba cumplir la promesa. Pero no sabían por dónde empezar, ni cómo llegar hasta el papa.
En abril de 2016, Noelia viajó al Vaticano con su hija menor, que estaba a punto de cumplir dos años, para participar de una audiencia general del papa Francisco. Llevó rosarios de dos de sus amigas para que fueran bendecidos por el santo padre. El encuentro cara a cara fue breve. Duró apenas treinta segundos. Ella solo alcanzó a decirle: “Vengo de Uruguay a agradecerle porque usted salvó a mi hija hace dos años”. Según Noelia, el papa no pareció registrar sus palabras y solo respondió: “Recen por mí”.
Noelia regresó a Uruguay con su hija, y trajo consigo los rosarios bendecidos por el papa y agua bendita: “Empezaron a ocurrir ‘milagros’. Una joven que no podía quedar embarazada, logró hacerlo. Una mujer que temía tener cáncer, descubrió que no lo tenía. Y otra que no podía tener hijos, luego tuvo dos hermosos bebés”.
***
A mediados de 2018, Noelia envió un mail al sacerdote Fabián Pedacchio, quien fue el primer secretario personal del papa Francisco, en el que le manifestaba que se había quedado con pena de que su esposo y sus otras hijas no hubieran conocido al santo padre. “Sentía que era una experiencia que solo yo podía contar y que Sara no se iba a acordar, porque era muy chica”. Además, narró los “milagros” que el agua bendecida por el papa había provocado y le expresó su deseo de que el pontífice bendijera su matrimonio.
Pedacchio le respondió y dijo que le trasladaba su mensaje a Francisco.
A los veinte días, Noelia recibió en su correo un mail que indicaba que el obispo de Roma los esperaba el 19 de setiembre a las nueve y cuarto de la mañana en la Casa Santa Marta.
Sin embargo, había algo en ese mensaje que le llamó la atención. Para asistir a la audiencia general, sabía que debía ir a buscar la invitación, pero nadie le había dicho que fuera a retirarla, algo que sí ocurrió la primera vez que viajó con Sara. Lo único que tenían para ingresar a la Casa Santa Marta era un mail.
***
El 19 de setiembre de 2018, en el Vaticano, fue un día de sol. El calor resultaba incómodo. El matrimonio viajó con cuatro de sus hijas y los novios de dos de ellas. Stephanie se quedó en Uruguay.
Al llegar al Vaticano, los ocho se encontraron con una multitud. Noelia, previendo la situación, había impreso el mail y se lo mostró a un encargado de seguridad, quien los hizo pasar. Los guardias los guiaban pero ellos estaban perdidos. Ya dentro del Vaticano, se pararon detrás de una larga fila. Pensaron: “El papa va a pasar por aquí antes de la audiencia general”.
Uno de la Guardia Suiza se les acercó y le dijo: “No, ustedes no van acá, ustedes van ahí”. Y les señaló la Casa Santa Marta, la humilde residencia de Francisco.
Se dirigieron hacia el edificio y entraron. “A la izquierda, apenas cruzando la puerta, hay un living, decorado con adornos antiguos y sillones”, cuenta Noelia. Nadie entendía bien qué estaba pasando. Empezaron a especular, a imaginar lo que podría ocurrir. Pensaron: “Debe ser una misa privada”.
En ese momento, uno de los yernos intentó sentarse en un sillón. Un encargado de protocolo lo detuvo rápidamente: “Por favor, no te sientes ahí, porque se sentará el santo padre”.
Ahí se dieron cuenta de que iban a estar a solas con el papa Francisco.
“Mi marido se volvió loco: quería besarle el anillo, pero no había practicado el saludo”, dice Noelia. Omar explica entre risas: “Había visto videos de gente que para saludarlo le da la mano, le da un beso en el anillo o hace una reverencia ante él”.

Uno de los de protocolo escuchó la conversación y les dijo que se quedaran tranquilos, que todo estaría bien. Acto seguido, les pidió que se pusieran de pie, todos en fila, enfrente a la puerta, por donde entraría el papa. Los ocho hicieron caso y se quedaron quietos. “No sé si pasó un minuto, dos o veinte. Vivíamos una mezcla de emociones. Era entre llorar y reírse”, cuenta Omar.
La puerta se abrió y entraron cuatro sacerdotes. Dos se corrieron hacia un lado, dos hacia el otro. Y entonces lo vieron. El papa apareció, extendió los brazos y gritó: “¡Uruguayos!”.
Francisco saludó a cada uno con un apretón de manos y un abrazo. En ese instante, todos aflojaron sus nervios. El papa los invitó a sentarse en los sillones, en ronda. “¿Y qué hacen sin el mate?”, preguntó. “Lo que pasa es que es difícil pasar la yerba”, respondió alguien. Todos se rieron.
“Nos divertimos con él y él se divertía con nosotros. No sé cómo expresarlo porque hay que vivirlo”, dice Noelia. El encuentro duró entre quince y veinte minutos. Durante la charla, el papa habló de las historias que Noelia le había mandado por correo. Dijo que no solía responder los mensajes que le llegaban. Ella le mostró fotos: los protagonistas de esos relatos, las caras detrás de las historias que él había leído.
De repente, Francisco dijo:
—Así que cuando se casaron [por civil] no tenían plata ni anillos.
—No, me casé embarazada —respondió Noelia.
El papa hizo silencio.
—¿Y quieren bendecir su matrimonio?
Ellos no lo dudaron.
—Bueno, si quieren, yo los caso.
Ambos se miraron y el pontífice le dijo a la mujer:
—Porque la liebre hay que agarrarla cuando está encerrada —en referencia a Omar—.
Tras la ceremonia íntima, un secretario se acercó con una bandeja de plata que contenía ocho rosarios, con su sello e invitaciones para la audiencia general. Su casamiento quedó registrado en la parroquia de la Basílica de San Pedro.
Omar lo dudaba. Pensaba que iba a romper el protocolo. Pero, a su vez, sabía que era el momento. Pero lo hizo: “Francisco, ¿nos podemos sacar una selfie?”, preguntó. “Sí, por supuesto”, recibió como respuesta. Los ocho integrantes de la familia y el papa posaron para la autofoto que fue tomada por Noelia, y que después se viralizó por redes sociales y se publicó en varios portales.
“Parecía el momento de una película, pero fue real”, dice Omar. Porque, además, el próximo invitado del pontífice aquella mañana era el músico y cantante irlandés Bono, vocalista del grupo de rock U2.
***
La familia salió escoltada por los guardias. Cruzaron los pasillos del Vaticano y salieron a la plaza de San Pedro. Afuera, miles de personas esperaban el inicio de la audiencia general. Esperaban escuchar las palabras del papa.
Los ocho se sentaron en la primera fila. Siguieron el mensaje que el papa pronunció en siete idiomas. Cuando terminó, Francisco se acercó a saludar a los fieles, como siempre. Al llegar a ellos, Sara estaba en el medio, entre sus padres. La escena fue captada por la prensa vaticana. Él les dijo: “Les voy a decir el secreto de un matrimonio duradero y feliz: contigo, pan y cebolla”. Y eso fue todo.

Noelia volvió a ver en persona al santo padre en dos ocasiones más. La última fue en setiembre del año pasado, cuando viajó con su hija Stephanie, que no había ido. La otra fue en mayo de 2023 junto con Carlos Enciso, cuando él ocupaba el cargo de embajador de Uruguay en Argentina. En esa oportunidad, Noelia le llevó una imagen de El Secreto en las Sierras, un emprendimiento turístico que, junto con su esposo, construyó en agradecimiento a él y en homenaje a las tres religiones abrahámicas —judaísmo, cristianismo e islam—, que pretende ser un “símbolo de paz” y que fue inaugurado el 2 de marzo de 2024.
“Le mostré dónde quedaba, pasando Villa Serrana, en Minas. Él preguntó: ‘¿En Lavalleja?’”.
Él sabía dónde era. Él tenía presente a Uruguay.
Ver todas sus notas aquí.