Escribe el Dr. Miguel Pastorino.
La obra El ocio, fundamento de la cultura del filósofo alemán Josef Pieper (1904-1997) es una profunda reflexión que desafía las concepciones modernas del trabajo, la utilidad, el conocimiento y el sentido mismo de la formación académica y de la universidad. Publicada por primera vez en español en 1967, reúne una serie de escritos que proponen una revalorización del ocio y de la vida contemplativa como fundamentos esenciales para la cultura y la verdadera realización humana. Pieper, a través de una argumentación rigurosa y un diálogo constante con la tradición filosófica occidental, defiende una visión radicalmente distinta de la dominante en la concepción moderna del saber. Para el pensador alemán, la filosofía es la más libre de las artes liberales, aquellas que tienen su sentido en sí mismas y no necesitan legitimarse por su función social ni por su aplicación inmediata.
La filosofía es “inutilizable” en el sentido de que no se deja reducir a ningún fin externo: ella misma es un fin. Esta inutilidad no es un defecto, sino la garantía de su libertad. La libertad académica está íntimamente ligada a esta libertad filosófica; porque donde se pierde el carácter contemplativo de los estudios, se pierde también la libertad del pensamiento. El punto de partida del filosofar es el asombro, esa perplejidad ante lo no-obvio de lo cotidiano. El asombro no es duda ni ignorancia, sino un deseo intenso de saber, una atención abierta a la realidad, cargada de alegría y de conciencia del misterio que habita en el mundo. Es una actitud “antiburguesa”, que rompe con la sensibilidad embotada que encuentra todo evidente. Insiste en la capital distinción entre “conocer” y “comprender”: “el hombre conoce, pero rara vez comprende”.
Josef Pieper: una vida filosófica
Pieper estudió Filosofía, Derecho y Sociología en Berlín y Münster. Fue catedrático de Antropología Filosófica en la Universidad de Münster desde 1950, miembro de la Academia Alemana de Lengua y Poesía, y autor de una vasta obra centrada en la antropología, la ética y la filosofía de la cultura. Su modo de hacer filosofía se caracterizó por una disposición vital comprometida, lejos de la jerga de especialistas. Su lenguaje es accesible, pero nunca banal. Denunció las imitaciones fraudulentas de la filosofía en los sofistas contemporáneos, en la industria de la autoayuda, en el sentimentalismo religioso fideísta y en el academicismo vacío.
La filosofía para Pieper es vida teorética, y por tanto, vida contemplativa. Esto lo llevó a denunciar la incapacidad del hombre moderno para celebrar una verdadera fiesta: sabemos montar espectáculos y producir alegrías prefabricadas, pero hemos perdido la disposición interior para alegrarnos con los fundamentos de la existencia. Aunque se le ha criticado por combinar elementos históricos, teológicos, poéticos y culturales con especulación metafísica, Pieper nunca dejó de afirmar que ante todo era filósofo, y que el filósofo debe mirar el todo, sin excluir ninguna vía legítima hacia la verdad.
El ocio y el mundo del trabajo
Pieper comienza su argumento señalando que el ocio, en su sentido originario griego y latino (scholé, otium), no es una mera pausa del trabajo, ni un descanso funcional. Es, más bien, “el punto cardinal alrededor del cual gira todo”. El ocio es uno de los fundamentos de la cultura, porque permite que el ser humano permanezca abierto a la totalidad del ser. En contraposición, el “mundo del trabajo” moderno, dominado por la lógica de la utilidad y la eficiencia, convierte al ocio en algo sospechoso, innecesario o elitista. En esta mentalidad, toda actividad debe justificar su existencia por su rendimiento o su productividad. El ocio contemplativo se vuelve entonces un lujo intolerable.
En este contexto, incluso la educación y la actividad espiritual se subordinan a la utilidad. Se margina todo aquello que no pueda traducirse en resultados inmediatos o beneficios medibles. La eficacia se convierte en el criterio supremo de valor, desplazando toda consideración sobre el sentido. Así, la persona ya no es un ser en búsqueda de verdad y plenitud, sino un “recurso humano” al servicio de objetivos externos.
Cuanto más la filosofía se adecua al canon de las ciencias exactas y limita su horizonte a lo empíricamente comprobable, más se reduce a fórmulas vacías. El lenguaje técnico, sin un porqué ni un para qué, no puede responder a las preguntas fundamentales del ser humano. La absolutización del pensamiento calculador clausura el acceso al misterio de la existencia. La aspiración profunda del ser humano no se deja reducir al lenguaje del rendimiento.
El culto: corazón del ocio
Una dimensión muchas veces ignorada en las lecturas contemporáneas de Pieper es la importancia que atribuye al culto como forma suprema de ocio. En su ensayo El ocio y el culto, sostiene que el origen mismo de la cultura se encuentra en la celebración: en el tiempo detenido de la fiesta, del rito y de la alabanza. No es casual que la palabra culto esté en la raíz de cultura. Para Pieper, sin culto no hay verdadera cultura.
El culto no es un añadido extrínseco a la vida contemplativa, sino su manifestación más alta. El acto de culto (sea oración, liturgia, arte sacro o poesía religiosa) es la expresión más pura de una actitud que no busca utilidad, sino sentido. Celebrar una fiesta, para Pieper, es afirmarse en el ser, agradecer lo recibido, experimentar la gratuidad del existir. El hombre moderno ha convertido el culto en espectáculo o lo ha relegado a la esfera de lo privado, perdiendo así su función fundante. Pero una cultura sin fiesta es una cultura sin alma.
Este es un punto clave: el ocio verdadero no es individualismo ni entretenimiento, sino apertura al ser, y por tanto, disponibilidad para el misterio, para el sentido y para lo sagrado. La contemplación y el culto están unidos. En última instancia, Pieper nos recuerda que toda cultura nace de una actitud religiosa ante el mundo.
La primacía de la teoría
Una de las tesis centrales de El ocio y la vida intelectual es que el filosofar es esencialmente teoría. Esta afirmación, en un contexto dominado por la obsesión con la utilidad, adquiere un carácter revolucionario. La teoría, en el sentido clásico, no es especulación ociosa ni producción académica: es “ser movido por la verdad”. Es una disposición desinteresada, una búsqueda que no se agota en fines prácticos, sino que se justifica en el gozo del conocer.
Este carácter “inutilizable” de la filosofía la hace inconmensurable con los parámetros del mundo del trabajo. Y lo mismo vale para la universidad. Si bien la universidad forma profesionales, su vocación más profunda es formar personas que comprendan el mundo en su totalidad. Lo académico, para Pieper, es sinónimo de lo filosófico. Una universidad que se somete a fines ideológicos, políticos o mercantiles, traiciona su vocación más alta. Se convierte en una escuela técnica, no en una comunidad de pensamiento libre.
Siguiendo la tradición filosófica clásica, Pieper relaciona el ocio con la felicidad. La plenitud del ser humano se alcanza en la contemplación, no como privilegio del filósofo profesional, sino como anhelo de toda existencia que busca comprender y celebrar la realidad. Esta felicidad no se conquista como un producto del esfuerzo, sino que se recibe como un don, como participación en el ser.
El filosofar es un camino, una búsqueda amorosa de sabiduría. El filósofo no posee la verdad, la ama. “Filosofía” y “filósofo” son nombres humildes: reconocen que la sabiduría plena solo le pertenece a la divinidad. Por eso, toda filosofía auténtica es, en el fondo, una forma de esperanza.