Rezaron todos juntos y dieron una señal de unidad
Por cuarta vez, católicos y anglicanos se reunieron para vivir juntos el Via Crucis, una costumbre piadosa que recuerda el camino de Jesús con la cruz hacia su muerte. Este año la novedad fue la integración de la Iglesia Luterana Alemana, por lo que fueron tres las confesiones que participaron.
Fieles de las tres comunidades se reunieron en la Catedral de la Santísima Trinidad -conocida como Templo inglés- para comenzar el culto encabezado por sus representantes: el Cardenal Daniel Sturla, el pastor luterano Jerónimo Granados y el dueño de casa, David George. Además había seminaristas católicos y sacerdotisas anglicanas.
Por unas horas pareció no haber diferencias entre los credos. Todos juntos rezaron el Padre Nuestro antes de salir del templo inglés. Y luego los mismos cantos, las mismas oraciones, las mismas intenciones. El recorrido de las 14 estaciones se desarrolló en un intenso clima de piedad, los participantes acompañaban en silencio. Algunos se hincaban cuando se mencionaba la estación, la mayoría se unía a los cantos, que parecían conocidos por todos.
La caravana ingresó en la Catedral, donde los tres referentes dieron un breve mensaje. El primero en hablar fue Granados, quien destacó que en su confesión no es muy frecuente hacer el Via Crucis pero comentó que es una costumbre de la que se pueden obtener grandes esperanzas. “Por más que tengamos dificultades -tenemos nuestros Vía Crucis- siempre nos queda la esperanza de un Domingo de Resurrección”, alentó.
En segundo término intervino George, que es Vicario General porque todavía no han nombrado un nuevo Obispo para Montevideo. Se refirió al gran sacrificio de Jesús por amor a todos los hombres: “Cristo lo hizo en la cruz: demostró que era posible para un ser humano hacer un sacrificio que mejora la vida del prójimo”.
Al final habló el Cardenal, que celebró la incorporación de los luteranos alemanes en el culto compartido. “Manifestamos que -más allá de nuestras divisiones- queremos difundir la paz. Que esto sea un signo para la sociedad, que se va fragmentando”, invitó.
La Pasión del Señor
Con gran recogimiento se dio fin a la celebración conjunta y los anglicanos y luteranos se retiraron de la Catedral, adonde comenzaron a llegar más católicos. El Card. Sturla se dispuso a confesar, y en seguida se generó una fila de gente que pudo recibir ese sacramento. Acto seguido comenzó la Pasión del Señor, la ceremonia propia del Viernes Santo.
Junto al Cardenal concelebó el Párroco, P. Juan González. El templo estaba sobrio, sin manteles ni velas y con escasas luces. Como es característico de esta jornada, tampoco hubo cantos festivos, sino algunos himnos piadosos.
La lectura del Evangelio fue el relato de la Pasión según San Juan. En la homilía, el Arzobispo se detuvo en el misterio de la cruz, la realidad que todos están llamados a contemplar especialmente en esta jornada. “Nosotros tenemos que ver con ese sufrimiento de Cristo. Con nuestros pecados lo hemos hecho sufrir, y también tenemos que ver porque con su pasión nos ha liberado”, indicó, en un llamado de no perder la esperanza o dejarse abatir por las miserias.
Asimismo, destacó que actualmente hay cierto temor ante el dolor. “Huimos del sufrimiento, del cuidado del otro, de la cercanía con el dolor o la muerte (…). Parece que no tenemos fortaleza para enfrentar el dolor”, agregó, y manifestó la importancia de crecer en la virtud de la fortaleza.
En el dolor, más que preguntar «por qué», tendríamos que decir «tú sabes», recomendó también. “Dentro de tus llagas escóndeme”, reza en un momento la oración “Alma de Cristo”, que fue citada por el Cardenal junto con la recomendación de que todos los presentes hicieran suyas esas palabras. “Los invito a pedirle al Senor: ‘Escónderme en tus llagas, deja que entre en ellas, sea consciente de tu dolor y sufrimiento y al mismo tiempo sepa que en tus llagas hemos sido curados’”, concluyó.
Una ceremonia diferente
La oración universal del Viernes Santo es especialmente rica y larga. Incluye una primera parte introductoria, una pausa de silencio y la oración del sacerdote en nombre de toda la asamblea, que responde con un “amén”. Tiene peticiones por la unidad de los cristianos, por quienes no creen en Dios, los judíos o los que sufren, entre otros.
Otro momento característico es la presentación y adoración de la cruz, que es llevada por el sacerdote desde el fondo del templo y colocada sobre el altar. Con la oración Stabat Mater se hizo presente, asimismo, el dolor de María ante la muerte de su hijo.
También la colecta de este día tiene algo de particular. En todo el mundo se hace con un mismo destino, los santos lugares.
Antes de retirarse del templo, en un clima de recogimiento, los fieles pudieron acercarse a venerar la cruz. Con gran piedad muchos se arrodillaban antes de darle un beso al cuerpo del crucificado, al que seguramente para sus adentros le pedían, según el consejo del Cardenal, que los escondiera en sus llagas.