Conocé a Alejandro Amado, nuevo diácono permanente de nuestra arquidiócesis.
La vida está llena de cambios, y la familia de Alejandro Amado lo sabe.
En julio de este año, Alejandro cumplirá treinta y ocho años de casado con María Victoria, con quien tiene cuatro hijos: Juan Pablo (de treinta y cuatro, y que vive en Madrid con su esposa), José Pedro (de treinta años, en Montevideo y en pareja), María Victoria (de veinticinco, también casada) y el más pequeño, José Manuel. “Fue una gran sorpresa, diríamos la alegría de la casa, porque llegó cuando ya no esperábamos tener más hijos. El próximo 2 de abril cumplirá diecisiete años”, explica.
Pero, en el caso de Alejandro, hay algo más. Recibió el llamado hacia el diaconado permanente. Y de una forma tan curiosa como inesperada.
“Si buscara un origen, tendría que decir que, hace muchos años, una persona que trabajaba conmigo en el colegio Stella Maris, charlando de bueyes perdidos, de temas de Iglesia y demás, me dijo: ‘Vos tendrías que pensar el tema del diaconado’. Honestamente no tenía idea de eso y, aunque tengo fe, mi profesión es más bien científica, porque trabajo en el rubro informático. Las letras siempre fueron un dolor de cabeza para mí, no me imaginaba estudiando filosofía o esas cosas, así que lo dejé por ahí”.
Aquella inquietud se convertiría en llamado años después, a través del diácono Dartinelli, en la zona de verduras de un conocido supermercado de la capital.
“¿No te interesa el diaconado permanente?”, le preguntó Dartinelli, en medio de la charla. “¡Qué raro que es esto!”, pensó Alejandro, al recordar que era la segunda vez que le planteaban lo mismo.
Desde allí, comenzaron las reuniones, algunos encuentros a los que iba junto con su esposa, el discernimiento y este proceso de formación hacia el diaconado permanente, guiado por el diácono Carlos Saráchaga.

Compromiso de fe
Seguramente, cuando su madre y abuela lo introdujeron en la fe, no imaginaron los frutos que daría en Alejandro. Y no solo por su llamado al diaconado permanente, sino por una vida ligada al trabajo en distintas comunidades.
“Después de sus enseñanzas, tomé la comunión yendo al Colegio Alemán, luego estuve unos años fuera del país y cuando volvimos, en 1977, vivíamos en Malvín y me sumé a la parroquia Nuestra Señora de Lourdes. Un año después me confirmé y quedé vinculado a la comunidad”, rememora.
Precisamente, luego del sacramento, Alejandro participó de grupos de jóvenes, en coros de misas, campamentos y otro tipo de actividades. Cuando comenzó su relación con María Victoria, vinieron sus primeros hijos y se mudaron a Carrasco Norte (en 2003), se integraron a la comunidad de San José de la Montaña, de los frailes Carmelitas Descalzos, y los compromisos fueron mayores: “Participamos de un grupo de matrimonios durante diez años, unos cinco a siete matrimonios aproximadamente. Mi esposa es catequista desde hace mucho tiempo en la parroquia y mi hija también. En mi caso, fui responsable laico de la comunidad por cuatro años, hasta la semana pasada. Mi vida de fe fue un camino que comenzó en familia, con mis primeros pasos en catequesis”.
«Mi vida de fe fue un camino que comenzó en familia, con mis primeros pasos en catequesis»
Nuevos caminos
Alejandro siente que tiene una participación distinta en su comunidad. El punto de cambio fue en noviembre de 2024, cuando recibió los ministerios menores. Desde ese momento, acompañó desde otro lugar las celebraciones eucarísticas.
“A partir de ahí, con mucho apoyo de los frailes y en particular de nuestro párroco, empecé a participar más en el altar, por más de que seguía siendo el responsable laico de la parroquia. Estar más presente en la misa hizo que la gente me conociera más, aunque ya me ubican por ser el responsable laico”
Pero este recorrido fue acompañado por un proceso de preparación personal, que también incluyó un retiro junto con María Victoria: “En febrero planificamos un retiro con mi esposa y con el párroco, Rodolfo, en Florida. Fue una experiencia muy linda de viernes, sábado y domingo en oración. Creo que nos sirvió a los tres en realidad, porque nuestro párroco vino de Santa Cruz, en Bolivia, donde estaba en una casa de retiros en la que se ocupaba de preparar acompañamientos espirituales para diáconos, sacerdotes y otros grupos, pero nunca lo había organizado para un diácono con su esposa. Espero que lo podamos repetir, al menos una vez por semestre, porque fue un momento muy iluminador.”
Una celebración especial
Estos últimos días de Alejandro han sido de oración. También dedicó parte de su tiempo a preparar la celebración por la que fue ordenado diácono permanente el pasado miércoles 19, en la parroquia San José de la Montaña.
“Me encargaron ocuparme de esos aspectos de la celebración, incluido el mismo guion, y en este proceso me ayudaron el diácono Joaquín, el diácono ‘Charlie’, el diácono Dartinelli, el padre Rodolfo y también Carlos. Todos colaboraron en esto y otras cosas más. También preparamos el cancionero y las letanías, que las va a cantar, si Dios quiere, mi hija. Eso va a ser muy emotivo para mí. Son pequeños detalles de la celebración que quizás muchos no los perciben, pero en lo personal son muy importantes”.
La celebración de su ordenación diaconal
Alejandro Amado fue ordenado como diácono permanente el pasado miércoles 19 de marzo, día de la solemnidad de San José, en la parroquia San José de la Montaña.
La celebración fue presidida por el arzobispo de Montevideo, cardenal Daniel Sturla.
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