La primera exhortación apostólica del papa León XIV. Por el Pbro. Valentín Goldie.
El pasado 4 de octubre el papa León XIV firmó su primera exhortación apostólica Dilexi te, sobre el amor a los pobres. Dicha exhortación estaba ya avanzada por su predecesor el papa Francisco, tal como se clarifica en el mismo texto: «el papa Francisco estaba preparando, en los últimos meses de su vida, una exhortación apostólica sobre el cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres […]. Habiendo recibió como herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío añadiendo algunas reflexiones» (DT 3). El papa Francisco ya había iniciado su magisterio pontificio de una forma similar, tomando un borrador de su antecesor Benedicto XVI, haciéndolo suyo con algunas modificaciones. O sea, ya es el segundo pontificado consecutivo en el que se inicia publicando material del predecesor, un precioso signo de continuidad. Cabe destacar que es irrelevante quién haya sido el redactor de la exhortación apostólica; su valor magisterial deriva exclusivamente del hecho de que el papa León la haya hecho propia y así la haya publicado. Dilexi te es magisterio del papa León XIV y solo de él, como Lumen fidei es magisterio del papa Francisco y solo de él, por más que en ambos casos buena parte de su redacción haya sido de su antecesor. Habiendo aclarado estos puntos pasemos al análisis del documento.
El documento parece haber sido redactado con la mentalidad “Ver-Juzgar-Actuar”, tan difundida en América Latina especialmente en los años 70 y 80, con lo que claramente identificamos en ello la pluma de Francisco. Los primeros números del capítulo I (4-7), expresan claramente lo creyente de la mirada a la realidad que se hará en los números sucesivos; ahí se destaca la experiencia de Francisco en su elección como papa en donde se le recordó que no se olvidara de los pobres (ver DT 6). Inmediatamente pasa a la visión de la realidad que inspira este documento, una mirada de la realidad no muy elaborada donde no se presenta respaldo científico para fundamentarla, algo que ciertamente hubiese sido considerado indispensable por aquellos partidarios del Ver-Juzgar-Actuar. El texto de la mirada de la realidad está articulado con la categoría “grito de los pobres”, inspirada en Ex 3, 7-8.10 (ver DT 8-9). En su análisis de la realidad el papa no duda en afirmar que «los pobres son cada vez más numerosos» (DT 11) y critica el hecho de que muchos piensen lo contrario diciendo que «lo hacen midiéndola [la pobreza] con criterios de otras épocas no comparables con la realidad actual. Porque en otros tiempos, por ejemplo, no tener accesos a la energía eléctrica no era considerado un signo de pobreza ni generaba angustia. La pobreza siempre se analiza y se entiende en el contexto de las posibilidades reales de un momento histórico concreto» (DT 13, citando directamente a Fratelli tutti, 23). Si bien el texto no es formalmente claro, el papa parece asumir como propia la definición de pobreza que presenta la Unión Europea cuando en un documento de 1984 la definían de la siguiente manera:
«Se entiende por personas pobres a los individuos, las familias y los grupos de personas cuyos recursos (materiales, culturales y sociales) son tan escasos que no tienen acceso a las condiciones de vida mínimas aceptables en el Estado miembro que viven» (DT 13, citando directamente a Consejo de las Comunidades Europeas, Decisión (85/8/CEE), art. 1 par. 2, de 19 de diciembre de 1984, relativa a una acción comunitaria específica de lucha contra la pobreza (Diario Oficial de las Comunidades Europeas, N. L 2/24).
O sea que la pobreza tiene que ver con la cantidad de personas bajo un umbral considerado aceptable, por lo que es compatible que una sociedad esté mejorando objetivamente las condiciones de vida de todos sus integrantes con el hecho de que esté aumentando la pobreza, en la medida que el umbral de aceptabilidad de una sociedad evolucione a mayor ritmo que el crecimiento económico. Si el papa está convencido de que la pobreza está aumentando es justamente porque su umbral de aceptabilidad está cambiando a ritmo mayor que el desarrollo económico. Dentro de los pobres en general, el papa dedica unas palabras a la pobreza de las mujeres; citando el magisterio anterior de Francisco el papa recuerda que las mujeres son «doblemente pobres [ya que] sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia» (DT 12, citando directamente a Evangelli gaudium, 212). En definitiva, el magisterio asume una mirada de la realidad donde la afirmación fundamental es que la pobreza está aumentando, pero desde una concepción bastante inmedible de la pobreza, una mirada de la realidad que carece de rigurosidad científica, y que podrá ajustarse a la realidad o no, pero definitivamente deberá ser considerada como si fuera “sensación térmica” y no “temperatura”, justamente porque no se presentan instrumentos adecuados para medir, ni mediciones concretas. Llama poderosamente la atención que el único continente específicamente mencionado respecto a su situación de pobreza sea Europa (ver DT 12), y europea sea la única noción de pobreza presentada (ver DT 13).
Los capítulos sucesivos hunden sus raíces en la Escritura y la Tradición de la Iglesia. En el método “ver-juzgar-actuar” se trata de buscar en los documentos donde se trasmite la revelación una inspiración de parte de Dios para luego actuar sobre la realidad que se ha descrito. Es así que el primer capítulo profundiza en textos bíblicos donde se manifiesta la opción preferencial por lo pobres de parte del Señor, recordando especialmente los textos veterotestamentarios de Amós e Isaías (ver DT 17), para luego encontrar en Jesús de Nazaret la plena realización de la escucha del grito de los pobres (ver DT 18). Concluye en dicha sección que «es claro que “de nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad”» (DT 23, citando directamente a EG, 186).
Más adelante, profundiza en la Tradición de la Iglesia, y presentando muchísimos ejemplos a lo largo de la historia, deja en evidencia que «los primeros cristianos tienen conciencia de la necesidad de acudir a aquellos que sufren mayores privaciones» (DT 37). Luego de un largo recorrido histórico donde queda en evidencia la constante preocupación por los pobres a lo largo de toda la historia de la Iglesia, el papa nos regala en un párrafo la conclusión a la que se debe llegar luego de ese recorrido:
«La santidad cristiana florece, con frecuencia, en los lugares más olvidados y heridos de la humanidad. Los más pobres entre los pobres […] ocupan un lugar especial en el corazón de Dios. Son los preferidos del Evangelio, los herederos del Reino. […] Es en ellos donde la Iglesia redescubre la llamada a mostrar su realidad más auténtica» (DT 76).
En el capítulo cuarto el papa se dedica a presentar la Doctrina Social de la Iglesia, presentando la doctrina de sus predecesores, especialmente la doctrina elaborada con posterioridad al Vaticano II, y esto incluye una mención expresa al magisterio latinoamericano (ver DT 89) y su aporte para hablar de las estructuras de pecado. Este capítulo llega a su punto culminante cuando concluye:
«Debemos comprometernos cada vez más para resolver las causas estructurales de la pobreza» (DT 94).
Si el capítulo I traía la mirada sobre la realidad del papa, y los capítulos II a IV como la del escriba convertido en discípulo que saca del tesoro de la tradición lo nuevo y lo viejo, el capítulo V será la exhortación a la actuación, al compromiso por elevar la condición de los pobres. Es especialmente sugerente el párrafo 112, que invita a todos a hacer un examen de conciencia:
“A veces se percibe en algunos movimientos o grupos cristianos la carencia o incluso la ausencia de compromiso por el bien común de la sociedad y, en particular, por la defensa y la promoción de los más débiles y desfavorecidos. A este respecto, es necesario recordar que la religión, especialmente la cristiana, no puede limitarse al ámbito privado, como si los fieles no tuvieran que preocuparse también de los problemas relativos a la sociedad civil y de los acontecimientos que afectan a los ciudadanos”.
La exhortación nos invita a redoblar nuestros esfuerzos para, como humanidad, tender a superar el fenómeno de la pobreza, aun sabiendo que es un esfuerzo permanente que difícilmente sea logrado, justamente porque el umbral de aceptabilidad de las condiciones humanas también irá cambiando. La exhortación no innova en ninguna materia, tiene el gran mérito de poner todo junto el patrimonio tradicional de la Iglesia respecto al cuidado de los pobres, desde la Iglesia primitiva hasta el magisterio del papa Francisco. Cuando uno lee todo junto, no puede no llegar a la conclusión que la opción preferencial por los pobres traducido en una acción concreta es parte irrenunciable de nuestra fe cristiana, que exige de obras para estar viva.

