El Card. Sturla, Gran Canciller de la Facultad de Teología, nombró al Dr. Juan José García como nuevo rector de la institución, para el período 2025-2028.
«Soy argentino, pero no porteño”, dice cada vez que se presenta, con una sonrisa cómplice en su rostro. Juan José García (76) fue desde sus inicios un chico inquieto. E, incluso, por momentos, hasta transgresor. Hablar con él es sumergirse en una incontable cantidad de anécdotas de todo tiempo. Desde sus orígenes en el pueblo de Daireaux, hasta cuando se fue a vivir a la ciudad de Buenos Aires —donde ponía a prueba a sus compañeros del secundario—. O, por ejemplo, cuando convenció a su madre de su —muy natural y repentina— pasión por la agronomía, únicamente porque le gustaba una chica que, según supo, tenía campo.
Tiempo después, la realidad de Juan José cambió. Se doctoró en la Pontificia Universidad Católica Santa María de los Buenos Aires (un nombre demasiado rimbombante, según su parecer), es miembro numerario de la prelatura del Opus Dei, escribió algunos libros y se mudó a Uruguay en los 80.
Actualmente es profesor de Gestión Humana en los posgrados de la Universidad de Montevideo y en la Facultad de Humanidades. También es profesor de Filosofía en la Facultad de Teología del Uruguay, institución en la que, recientemente, fue electo como su nuevo rector por los próximos tres años. Con su reciente nombramiento como excusa, dialogamos con Juan José García y les compartimos un breve resumen de su entrevista completa.
¿Cómo recibiste la noticia de ser elegido rector de la facultad?
Con mucha sorpresa (risas). Desde un primer momento lo tomé con calma. Ya había salido en la terna anterior, y cuando dijeron mi nombre también me sorprendí, porque uno esperaría que fuese un sacerdote y no un laico. En aquel entonces quedé tercero, motivo suficiente para volverme a asombrar. Los electores son los profesores estables, más dos invitados, además de un alumno por la rama de filosofía y otro por teología. Estaba Carlos González, profesor de derecho canónico [doctor en esa especialidad y sacerdote del Opus Dei], y dijo: ‘Pido no ser elegido por los encargos que tengo en la prelatura. No sé vos, Juanjo’. Pero, como me gusta poner un poco de picante, le respondí: ‘Ayer leí que el promedio de vida en Uruguay son setenta y siete años, solo uno más de los que tengo. Así que. si pierdo esto, ya me despido’. En la primera votación solo queda primero quien tiene mayoría absoluta. Eran doce votos y había que tener al menos siete para serlo, pero estaban más repartidos. En la segunda ya quedé, y desde ese momento ya supe que había sido elegido, pero no que era definitivamente el rector.
«Siento que acá el Espíritu Santo hace horas extras, no se explica que haya tanta gente buena»
Pensé que el cardenal podía cambiar la decisión, que preferirían otro perfil. Cuando me preguntó si contaba con mi disponibilidad —recuerdo que había dormido mal esa noche—, le respondí: ‘Me resultaría más cómodo decir que no, pero sí, cuenten conmigo’. Igual sabía que era una posibilidad que podía encontrar su límite en el resto del proceso. El día que me llamaron para decirme que había llegado el nombramiento fue el 1.º de noviembre, día de Todos los Santos, y el nombramiento tiene fecha del 22 de octubre, fiesta de san Juan Pablo II. Siempre tuve devoción hacia él, pero ahora capaz es una devoción más necesitada (risas).
Más allá de la sorpresa, ¿lo tomás como un desafío?
La verdad que no lo veo así. ¿En qué sentido? Toda institución mantiene tiempos de continuidad y de cambio. Estoy en la facultad desde 2017, y en todos estos años vi, desde mi lugar, que todo funciona muy bien. Incluso encontré un ambiente muy lindo. La facultad es como una especie de segundo hogar, todos se tratan con un enorme cariño.
Me conmovió mucho la confianza del cardenal. También encontré un respaldo enorme en el padre Ricardo como rector y en el padre Fabián, que estaba en su momento, y ahora en padre Juan, como secretarios académicos. Prácticamente empecé a dar clases con ellos, recuerdo que tuve mi primera entrevista el 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. ¡Un día de un calor feroz, allá en la sede de San Fructuoso! Era para dictar un curso de Síntesis Filosófica. Y ahí empezamos…
¿Cómo será el proceso de transición?
De una manera muy natural. Tengo un excelente vínculo con Ricardo, y creo que será muy enriquecedor contar con Juan Musetti como secretario académico. Él me propuso que, si quería cambiar de secretario, lo hiciera tranquilamente, pero no lo reemplazaré. Creo que es enormemente trabajador, proactivo y una persona de buen carácter, con la que conformaremos un muy buen equipo.
Hablé con Ricardo y vi que los horarios son muy benignos, cosa para mí no menor. Me interesaba mucho poder contar con tiempo para seguir estudiando.
¿Qué estudiás actualmente?
Este último semestre estuve participando como oyente en materias de Filosofía, porque me gusta escuchar y aprender.
Pero el doctorado ya lo tenés…
(Risas) ¡Por supuesto! Hasta puedo bajar el diploma y mostrar el título. Pero siempre hay que aprender más. Nos ayuda a comprender mejor el mundo actual, y eso es fundamental. Si no, desconocemos dónde estamos parados. Incluso para evangelizar resulta clave conocer qué sucede a nuestro alrededor y de qué manera, para anunciar efectivamente y que eso genere frutos. Que no nos vean como una cosa mítica, como un cuento o una ficción. Tampoco los culpo en ese caso, porque muchas veces son errores comprensibles. Si tuviéramos sus principios e historias de vida, probablemente cometeríamos esas mismas equivocaciones. La fe es sencilla, pero es un regalo de Dios.
¿En qué momento se encuentra la facultad?
En uno particularmente interesante. Recuerdo cuando estábamos en la calle San Fructuoso, que ahí me pidió Ricardo que averiguara el tema de los institutos de Ciencias Religiosas, cómo funcionaban y concretamente cómo lo hacían en Roma y en Pamplona. Me pareció una cosa buenísima, porque tienen una formación no solo pedagógica, sino también doctrinal. Ahora tenemos la Licenciatura y Tecnicatura en Ciencias Religiosas, que le da actividad a la facultad también en la tarde y forma a los laicos. Es algo que está en el mismo edificio, pero tiene un funcionamiento independiente al resto de la facultad.
«Revolución cero. Lo que está bien se mantendrá y si hubiera algo para mejorar, se estudiará y se reformulará si es necesario»
En la mañana me apasiona pensar que le doy clases a futuros sacerdotes, porque ellos son un tesoro para nuestra Iglesia. A veces leemos que estamos en crisis o que faltan vocaciones, pero eso también representa cambio. Usando estas jergas propias de las escuelas de negocios, toda crisis es un desafío, una oportunidad. Hay pocas vocaciones, es verdad, pero si hacemos las cosas bien, van a venir. Esto no es un club de fútbol, no nos medimos por la cantidad de socios. Si seguimos los lineamientos de la Iglesia, estoy seguro de que las vocaciones aparecerán.
Hablaste de mantener una continuidad en la facultad. ¿Qué impronta buscarás tener como rector?
Creo que hay que resignificar el concepto de continuidad, que está como devaluado, se ve casi como algo malo. Revolución cero. Lo que esté bien se mantendrá y si hubiera algo para mejorar, se estudiará y se reformulará si es necesario. Todo seguirá como hasta ahora. Hay muchas cosas que funcionan, y no por un cambio de administración tienen que cambiar. Mi objetivo es que los estudiantes estén motivados, que los profesores den clases tranquilos, que haya un ambiente familiar y cómodo para todos.
También creo que hay que definir qué es lo esencial en todo esto. A veces veo que los estudiantes están muy ocupados y que todas las asignaturas les demandan mucho tiempo, aunque muchos no vayan a clases pensando en ser ni filósofos ni teólogos, sino por una inquietud de fe. Algunos lo serán y eso sería fantástico, pero que estudien sin sentirse cargados. Las carreras aquí no son formaciones para sufrir, sino para disfrutar, y no se debe descuidar lo espiritual. No es que la gente venga a la facultad o al seminario porque se quieran divertir, ese no es su propósito. Pero si damos los conocimientos en su contexto justo y no descuidamos la fe, ellos van a vivir este proceso con alegría.
Cambiando un poco de tema y para que los lectores te conozcan mejor, ¿cuál es tu historia de fe?
¡Hablar de mi fe es dar mi testimonio de vida! (risas). Soy un chico que nació en Daireaux, provincia de Buenos Aires. Mi papá era peluquero y mi mamá era ama de casa. Estábamos en una de esas típicas casas de pueblo, con dos locales al frente. En uno estaba la peluquería de papá y del otro lado la sastrería del abuelo, en el que mis tías eran ‘pantaloneras’. En el momento en el que muere mi abuelo, ese lugar lo ocupó la Sociedad Rural Argentina, e Iba gente que tenía dinero. Cuando se dio la posibilidad de que papá abriera una estación de servicio, ellos le prestaron dinero para que lo hiciera.
Eso fue una cosa muy buena, porque cuando falleció, nos pudimos mantener con mi madre. En eso entonces ya tenía catorce años, pero volviendo a la pregunta, hacía varios años antes que ya iba a catecismo. Era algo típico de Daireaux, cuando tenías diez ya ibas al colegio y a la catequesis, había una fe casi implícita, por eso decía que responder significaría hablar de mi historia de vida. Mamá me enseñó a rezar de chico, iba a catequesis más de grande y me bautizaron un 22 de agosto por ser la fecha del cumpleaños de mi papá. Lo que no sabía era que ya me habían confirmado de niño, me enteré tiempo después cuando tomé mayor conciencia de mis creencias y quise dar ese paso. Ahí supe que en aquellos pueblos el obispo pasaba cada una determinada cantidad de años y cuando iba confirmaba a muchísima gente.
Mi papá murió cuando estaba en el segundo año de liceo. Cuando estaba en tercero me hice amigo de uno de los hijos del farmacéutico del pueblo, que vivía en Buenos Aires y que iba al Colegio La Salle. Ya tenía ganas de irme a Buenos Aires y convencí a mis padres de hacerlo, allí cursé cuarto y quinto año, y aprendí todo lo que tenía que ver con la fe. Pero claro, era la fe pero tampoco una conversión de vida total, solo una ilustración, nada estrafalario.
Ahora bien, a mí me daba la impresión que los que iban al colegio tenían una piedad poco atractiva. Y yo era diferente, me gustaba ponerlos a prueba o escandalizarlos para salir un poco del molde. Me acuerdo una vez que caí con un libro de Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, que tenía dibujada en la tapa una mujer desnuda. El dibujo te diría que era inocente, pero logré mi objetivo, ¡se habían escandalizado! (risas). En determinado momento decidí estudiar letras, peor la Universidad Católica me hacía dar un examen de Teología. Ahí empecé a estudiar un poco más en profundidad, pero me costaba mucho entender la dinámica de las misas, así que decidí ir participar de las celebraciones para ver si entendía mejor. Yo no sé si la entendí mejor, pero seguramente comulgar me hizo muy bien (risas). En determinado momento me pregunté qué hacer, no sabía para dónde agarrar. En un momento de rebeldía llegué incluso a quemar libros
Pero, ¿de qué eran los libros?
Eran libros de poesía medios… suculentos (risas). Y ahí empecé con Romano Guardini, cosa que me ayudó mucho a entender la fe. Porque eso de que ‘esto es así porque es así’ conmigo no funcionaba, yo quería conocer los motivos. Por eso sufrí mucho durante mi servicio militar, porque ahí no hay razones, solo hay directivas. Me llegué a cuestionar por el sacerdocio, pero en el fondo sentía que mi llamado estaba por otro lado. Tiempo después conocí a una muchacha que era hermana de un amigo, que me había invitado a una estancia en Córdoba. Proyecté casarme con ella, pero si tenía campo, tenía que saber algo de eso. ¡Y no tenía idea! Así que hablé con mi madre y la convencí de que el campo era mi nueva pasión y que estudiaría agronomía. ¿Qué sucedió? Quedé libre en química general e inorgánica, y me fui a un centro del Opus Dei porque ahí tenía compañeros a los que les iba bien. Ahí recibí mi vocación para pertenecer a la prelatura.
Me propusieron ser numerario o supernumerario, pero dije que si me entregaba sería totalmente, con el corazón, como numerario. Pedí la admisión el 2 de octubre de 1970. Y aquí seguimos… Fue un descubrimiento personal paulatino y casi por accidente. O por providencia, como me gusta pensarlo.
¿Cuándo viniste a Uruguay?
Algunos años después. Primero me fui de agronomía, porque ya no me iba a casar con nadie que tuviese campo. ¡Para mí era un embole estudiar todo eso! Aguanté un año, pero no pude más. Por aquellos años estaba de moda cursar ciencias políticas, pero al final me metí en filosofía en la UCA. Desde mi perspectiva estaba todo muy centrado Santo Tomás, y cuando sentí que ya lo conocía, decidí centrarme en la poesía. Escribí dos libros chiquitos y en un momento comencé a estar a cargo de un centro del Opus Dei, que fue una gran experiencia y una práctica gerencial. Empecé a trabajar en la Universidad Austral, pero eran pocas horas, y cuando mamá falleció en el 80 (no la podía dejar sola) me vine a la Universidad de Montevideo. Acá también escribí algunos libros, pero siempre contemplando de que existe un riesgo: cuando publicás mucho, corrés el riesgo de repetirte. Intento mantener eso también para mi vida.
¡Ya están las inscripciones 2025!
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Por: Leandro Lia
Redacción Entre Todos