Fue a puertas cerradas y con sacerdotes de tapabocas
Este jueves 4 se conmemoró la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, y en Montevideo se celebró la Misa Crismal: esa ceremonia propia de la mañana del Jueves Santo en la que todos los sacerdotes de la diócesis renuevan sus promesas y se consagran los óleos para usar en los demás sacramentos.
Se cuidaron todas las medidas para evitar problemas sanitarios: solo acudieron los párrocos o sacerdotes con cargos y no había fieles laicos –con lo que se redujo la asistencia–, no hubo contacto entre los participantes. El panorama general era inédito: toda la nave del templo estaba ocupada por los padres revestidos con alba y estola, que se ubicaron de a dos por banco, y cada uno con su tapabocas.
Pese a la frialdad que imponen estas medidas, el clima fue fraterno, de encuentro después de meses –en algunos casos– sin verse. Incluso el hecho de que la Misa haya tenido lugar se puede entender en este sentido de generar una instancia de encuentro entre el pastor y sus sacerdotes, para darles aliento en un tiempo difícil.
En el presbiterio se encontraban los obispos –Card. Daniel Sturla, Mons. Luis Eduardo González, Mons. Pablo Jourdan–, algunos sacerdotes, seminaristas y diáconos. Entre estos estaban los dos recientemente ordenados. Mario Santangelo leyó las invocaciones previas al acto de contrición, y Pablo Ibarra proclamó el Evangelio y ayudó en el altar.
A la altura de las circunstancias
La homilía fue dirigida especialmente a los sacerdotes, protagonistas de la fiesta y únicos presentes físicamente. Fue extensiva a los padres que lo seguían desde sus casas y que no habían podido acudir debido a la pandemia. El Arzobispo la estructuró en torno a tres puntos: la situación generada por el coronavirus, el deseo de retomar las misas con fieles y la necesidad de tener los óleos para la administración de los sacramentos.
Destacó y saludó la iniciativa que han tenido en parroquias y movimientos de toda la Arquidiócesis: celebraciones a través de plataformas, retiros, iniciativas de solidaridad, de educación, de comunicación, de visitas. Valoró que, pese a estas circunstancias, se realizaron ordenaciones diaconales y una sacerdotal. Y destacó también el aporte económico de los fieles, así como la disposición del Economato para atender las situaciones de las parroquias más necesitadas.
“¿Habremos estado a la altura del desafío que el Señor nos ha puesto?”, se preguntó, y confió que más de una vez en este tiempo le ha venido esa idea. “Dentro de unos años nos preguntaremos: ¿hemos sido dignos ministros del Señor? (…). Me gustaría –y lo pienso– que Cristo hoy a través nuestro esté de verdad actuando como Él lo haría. Que serían sus palabras hacia nosotros más de aliento que de lamentos”, indicó.
“He visto a muchos con dolor y esperanza, con mucha oración y confianza, rezando y ofreciendo”, valoró. Y quiso dar un “gracias especial” a los sacerdotes extranjeros que sirven a la Iglesia en esta Arquidiócesis.
En un segundo momento de la homilía, se refirió a las palabras de Jesús en el Evangelio: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con ustedes”. El Arzobispo confió que ese era su deseo también, el mismo que tienen los sacerdotes de celebrar con su comunidad, y el de los fieles de volver a poder a asistir a Misa. Relató que hace unos días, en la Plaza Matriz, tres personas le preguntaron cuándo volverían las Eucaristías con fieles.
Explicó que aún no hay novedades en este sentido: las iglesias hicieron un protocolo que fue aprobado y se espera el visto bueno para que los obispos puedan abrir nuevamente las celebraciones. Dijo que los líderes religiosos insisten en los principios jurídicos de razonabilidad y proporcionalidad.
“Confiemos y recemos, para que pronto tengamos la respuesta esperada y los obispos podamos tomar la decisión correspondiente. Con mucha conciencia, en comunión, con respeto a las autoridades del gobierno y queriendo ser testigos fieles de lo que significa estar presentes en este momento de dificultad y de pandemia”, pidió.
En tercer lugar, remarcó la necesidad de tener los óleos que se consagran en la Crismal: el de los enfermos, el de los catecúmenos y el santo crisma. Destacó, de la lectura de Isaías, el sentido de estos aceites, “muy importante en este tiempo”: “Consolar a los que están de duelo, cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría y su abatimiento por un canto de alabanza”.
Los óleos se usan en momentos de gran alegría –con ocasión de bautismos, confirmaciones y ordenaciones– y también para consolar o sanar a los enfermos, así como para ayudar a los catecúmenos en su combate de la vida cristiana. El cardenal destacó que vienen muy bien en estos “tiempos duros” de enfermedad, muertes por violencia, suicidios e inseguridad. “Son tiempos de incertidumbre. Un tiempo para vivir y testimoniar la alegría de la fe”, invitó, al tiempo que les recordó que son depositarios de la gracia inmerecida de la elección divina.
Renovación de promesas y consagración de óleos
Tanto los sacerdotes y diáconos presentes físicamente como aquellos que seguían la transmisión por ICMtv renovaron entonces las promesas hechas el día de su ordenación: unirse más frecuentemente a Cristo y configurarse con Él cumpliendo los compromisos aceptados; y permanecer como fieles dispensadores de los misterios de Dios a través de los sacramentos.
El resto de la asamblea, más virtual que presencial, oró a continuación por sus ministros, respondiendo “Cristo óyenos, Cristo escúchanos”.
A continuación, los diáconos Mauricio Calleo, Carlos Saráchaga y Paul acercaron al presbiterio los recipientes donde estaban los óleos. Uno a uno los colocaron en una mesa y el Cardenal los bendijo con su fórmula propia. Al terminar la Misa cada sacerdote se llevaría una cajita con los tres frascos, uno con cada tipo de aceite, para usar durante el año. “Salve, santo crisma”, entonó el cantante, acompañado por el órgano.
La Misa continuó. El siguiente momento especial fue el de la consagración, pues todos concelebraban. Desde sus bancos, cada uno de los sacerdotes presentes extendió su mano y dijo las palabras de la fórmula. Algo similar ocurrió en el Padre Nuestro, cuando todos elevaron sus manos y miradas al Cielo. Y en el momento de la comunión fueron pasando en orden y cuidando las distancias.
Después de terminar, el Cardenal quiso dirigir unas palabras a los sacerdotes. Les contó de las conversaciones con el gobierno para retomar las Misas con fieles (no hay novedades aún) y les dio las gracias por la labor que están realizando todos. La situación no daba para saludos directos, pero hubo choques de codos y puños, miradas sonrientes y abrazos a la distancia.