Reflexión del arzobispo de Montevideo, cardenal Daniel Sturla, sobre los dos siglos de devoción a la Virgen de los Treinta y Tres.
Todas las fiestas marianas son hermosas y seguramente muchos de nosotros tenemos nuestra preferida. El año lo iniciamos con la solemnidad de la Madre de Dios que es el primer dogma mariano definido y que se relaciona con los misterios más hondos que profesamos en el credo. Hacia fin de año celebramos la Inmaculada Concepción, una fiesta que está unida a la tradición española y franciscana. Cinco de las parroquias de Montevideo están dedicadas a este misterio de la vida de María y nada menos que la Catedral entre ellas. La Natividad de María, el 8 de setiembre, nos hace pensar en María Niña, al igual que la Presentación del 21 de noviembre. No hubo en el mundo, ni habrá, una niña más hermosa, más pura, más santa, que esa pequeña de Nazaret. La Asunción nos eleva el alma a los cielos con el anhelo de llegar, también nosotros, a la patria celestial, donde la Virgen nos precede ya en cuerpo y alma.
Están también las fiestas de las diversas advocaciones: Lourdes, Fátima, Auxiliadora, Luján, Nuestra Sra. del Carmen y nuestra querida Virgen de los Treinta y Tres, la patrona de la patria, a la que festejamos el 8 de noviembre.
Este año celebramos el bicentenario de la advocación de nuestra patrona. El pueblo de Florida, testigo de dos de los acontecimientos patrios de 1825 (la formación del gobierno provisorio el 14 de junio y la declaración de la independencia el 25 de agosto), unió, con sabia intuición, estos hechos, con la Cruzada Libertadora que comenzó con el desembarco de la Agraciada y, viendo el pabellón con la leyenda de “Libertad o muerte” a los pies de la Virgencita del Pintado, comenzó a llamar, a esta imagen, con el nombre de Virgencita de los Treinta y Tres.
Estamos celebrando el bicentenario de la declaratoria de la independencia y conjuntamente el bicentenario de nuestra Virgen de los Treinta y Tres. Damos gracias a Dios por ello y queremos celebrarlo renovando nuestra devoción a la Madre de Dios.
El 15 de agosto, Solemnidad de la Asunción de María, recibiremos en la catedral de Montevideo la réplica de la imagen de la Virgen de los Treinta y Tres, y comenzará la peregrinación de la misma, primero por toda la arquidiócesis, hasta que nuestros jóvenes la lleven a Florida para la Peregrinación nacional del domingo 9 de noviembre. Celebraremos la santa misa a las 19 horas.
Diversas iniciativas, que se comentan en estas páginas, acompañarán estos meses. Son nuestro homenaje a la “estrella del alba del paterno día”, la que vio “nacer el sol de la patria”. Quiero subrayar dos de ellas: colocar en las puertas de nuestras casas una pequeña lámina de cinco por cinco centímetros con la leyenda “Ave María” que nos recuerde, al entrar y salir, la presencia de María entre nosotros y sea signo de que nuestro hogar cuenta con su protección, y la “campaña del ángelus” que queremos realizar para promover que los católicos tres veces al día detenemos nuestro andar cotidiano para dirigirnos a Dios y agradecerle el don de la encarnación de su Hijo en el seno purísimo de la María.
Recordando a nuestros próceres, celebrando el bicentenario de la Cruzada Libertadora, la Iglesia, “partera de la patria”, pone de nuevo a los que habitamos este suelo bajo la mirada bondadosa de María, la Virgencita de los Treinta y Tres.