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Papa Francisco: «Si un miembro sufre, todos sufren con él»

Por los casos de abusos sexuales a menores
Papa Francisco/ Fuente: Daniel Ibáñez- CNA

«Si un miembro sufre, todos sufren con él» (1 Co. 12,26). Con estas palabras de San Pablo, el Papa Francisco comenzó una carta dirigida al Pueblo de Dios, tras conocerse el informe de Pensilvania que detalla abusos cometidos por sacerdotes en los últimos 70 años. La misiva fue hecha pública el lunes 20 de agosto por la Oficina de Prensa de la Santa Sede.

El Santo Padre dijo que las palabras del apóstol resonaban en su corazón “al constatar una vez más el sufrimiento vivido por muchos menores a causa de abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas”. “El dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor”, añadió.

"Las heridas nunca desaparecen"

Para el Pontífice “Si bien se puede decir que la mayoría de los casos corresponden al pasado, sin embargo, con el correr del tiempo hemos conocido el dolor de muchas de las víctimas y constatamos que las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte”. “Las heridas 'nunca prescriben'”, enfatizó.

Su Santidad afirmó que “El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado”. Pero subrayó “su grito fue más fuerte que todas las medidas que lo intentaron silenciar o, incluso, que pretendieron resolverlo con decisiones que aumentaron la gravedad cayendo en la complicidad. Clamor que el Señor escuchó demostrándonos, una vez más, de qué parte quiere estar”.

Recordó, además, las palabras de Benedicto XVI durante el Via Crucis de 2005: «¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! [...] La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos”.

Una cultura del cuidado

Más adelante, el Obispo de Roma aseguró que “nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu”. Llamó a todos los cristianos a mostrar una solidaridad “que exige denunciar todo aquello que ponga en peligro la integridad de cualquier persona. Solidaridad que reclama luchar contra todo tipo de corrupción, especialmente la espiritual”.

Como Vicario de Cristo dijo: “Soy consciente del esfuerzo y del trabajo que se realiza en distintas partes del mundo para garantizar y generar las mediaciones necesarias que den seguridad y protejan la integridad de niños y de adultos en estado de vulnerabilidad”, pero sostuvo que “Nos hemos demorado en aplicar estas acciones y sanciones tan necesarias, pero confío en que ayudarán a garantizar una mayor cultura del cuidado en el presente y en el futuro”.

El Sucesor de Pedro llamó a los católicos a una transformación que “exige la conversión personal y comunitaria, y nos lleva a mirar en la misma dirección que el Señor mira”. Reflexionó sobre la necesidad de la oración y la penitencia, para que estas actitudes despierten “nuestra conciencia, nuestra solidaridad y compromiso con una cultura del cuidado y el 'nunca más' a todo tipo y forma de abuso”.

“Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo”

Después, el Pontífice habló sobre el clericalismo, al que definió como “una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia (...), esa actitud que 'no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente". Y afirmó “Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo”.

Siguiendo su carta, el Papa Francisco remarcó: “la única manera que tenemos para responder a este mal que viene cobrando tantas vidas es vivirlo como una tarea que nos involucra y compete a todos como Pueblo de Dios. Esta conciencia de sentirnos parte de un pueblo y de una historia común hará posible que reconozcamos nuestros pecados y errores del pasado con una apertura penitencial capaz de dejarse renovar desde dentro”.

El ayuno y la oración

Su Santidad aseguró que “la dimensión penitencial de ayuno y oración nos ayudará como Pueblo de Dios a ponernos delante del Señor y de nuestros hermanos heridos, como pecadores que imploran el perdón y la gracia de la vergüenza y la conversión, y así elaborar acciones que generen dinamismos en sintonía con el Evangelio”.

Definió como imprescindible “que como Iglesia podamos reconocer y condenar con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagradas, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y cuidar a los más vulnerables. Pidamos perdón por los pecados propios y ajenos”.

El Obispo de Roma mencionó que “la penitencia y la oración nos ayudarán a sensibilizar nuestros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males. Que el ayuno y la oración despierten nuestros oídos ante el dolor silenciado en niños, jóvenes y minusválidos”.

Sobre el final llamó a buscar a María: “Ella, la primera discípula, nos enseña a todos los discípulos cómo hemos de detenernos ante el sufrimiento del inocente, sin evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender a descubrir dónde y cómo tiene que estar el discípulo de Cristo”. “Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de la conversión y la unción interior para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compunción y nuestra decisión de luchar con valentía”, concluyó.

Comentarios(2)

  1. LAUDEMAR GONZALEZ says

    es muy instructivo,especialmente en la fe cristiana.

  2. Adriana Chiesa says

    Es valiente nuestro Papa seamos todos capaces de escuchar y actuar ante toda actitud que violentar en cualquier forma a cualquier integrante del Cuerpo de Cristo.

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